Ahí está, el árbol enhiesto,
soportando los embates del viento
que sube furioso por el cañón.
Una y otra vez se balancea
A izquierda, a derecha, adelante, atrás.
Todo se mueve a su alrededor
agitado por el viento.
De pronto, la calma.
El árbol se ha quedado quieto.
Por un momento, se me antoja,
el árbol se ensimisma en su quietud.
Durante escasos segundos
hace frente al impetuoso viento
y se detiene a meditar qué hacer.
Pronto comprende que es inútil pelear
y vuelve a soltarse, y a dejarse mecer.
De nada vale resistirse, no hay que luchar.
Es mejor así. No le ha costado comprender.
Con el tiempo, ha aprendido a aceptar.
Esa es la clave de su saber ser,
de su saber estar.
Y ahí está, junto al río,
Mirándose en él.
Viéndose ufano y verde, para ser.
El río se amansa al pasar junto a él.
Un remanso de paz junto al árbol erguido que,
por momentos, parece ceder.
Pura ilusión.
Flexible, el árbol recupera su rectitud.
Se inclina y acaricia el agua con sus ramas.
Pero de nuevo se afana
y vuelve a su verticalidad,
en un juego que dura desde siempre,
desde que el árbol es árbol
y decidió sus raíces echar
en este ventoso cañón.
Ahí , junto al río.
José Luis Jiménez, mayo 2009