La salida de Hornillos del Camino ha sido idéntica a la del día anterior: constante subida hacia el páramo acompañado de una niebla que, tras dejarnos ver unos minutos el amanecer, volvió a ocultar el paisaje durante más de dos horas. Así llegué a Hontanas, tras dejar el páramo y bajar de nuevo al valle. Repuse fuerzas con un grandioso bocadillo de tortilla, sentado en la terraza de un bar, viendo llegar a los peregrinos que partieron tras de mi. Después de algo menos de media hora partí de nuevo hacia Castrojeriz, fin de la etapa de hoy, una vez cubiertos los poco más de 20 Km. que distan desde Hornillos.
Por el camino, un rótulo indicaba la dirección de Arroyo San Bol, un manantial otrora famoso entre los peregrinos, que se alojaban allí en un pequeño albergue, con una piscina de agua fría que se nutre de un manantial que allí se encuentra y que era el deleite de los que en ella se bañaban. Ahora hay zona de acampada y se promete, en el rótulo que lo anuncia, fiesta y alegría??? Más adelante, la grata sorpresa de un monasterio en ruinas -sólo quedan los muros- que en su día debió ser un bello edificio. Hoy, se ha habilitado allí un pequeño albergue, que consiste en un cobertizo adosado a uno de los muros, donde hay unas cuantas literas, separado todo ello del exterior por unas simples cortinas de lona plastificada. Ya de lejos, a bastantes metros del lugar, se oía, desde el camino, música gregoriana, que la hospitalera, voluntaria extranjera, pone mientras se dedica a las labores propias de su condición. Bebí la fresca agua de un botijo y le pedí que me sellara la credencial, pues el lugar me parecía muy agradable. Allí me relajé unos minutos hasta que llegó un carro tirado por un asno en el que viajaban 3 chicas, 1 chico y 2 perros. Llenaron un envase de plástico y ofrecieron agua al jumento, que haciendo gala de la tozudez típica de estos animales, se negó a beber. Sí que lo hicieron los perros.
Abandoné el lugar y enseguida divisé Castrojeriz, mi destino, a donde llegué en algo más de una hora. El pueblo está en fiestas este fin de semana: las famosas, en la región, fiestas del ajo. A parte de esto, el pueblo tiene una excolegiata, románica primero y restaurada más tarde al gusto gótico del siglo XV. Hoy día, se utiliza como museo del pueblo y de la comarca.
Al llegar al albergue, uno de los hospitaleros tomó mi mochila para colocarla en la litera que a él le parecía oportuno -tienen la costumbre en este albergue de ir ubicando a los peregrinos a medida que llegan- Como que el lugar donde me ubicó no me acabó de gustar y había visto a los maestros valencianos que ya estaban aposentados, le pregunté al hospitalero si me podía cambiar y, aunque no le hizo mucha gracia mi propuesta, finalmente aceptó. Cuando me dirigí al lugar escogido, le hice la pregunta de cortesía al maestro valenciano que allí estaba instalado: - ¿No hay nadie aquí, verdad? Su respuesta fue lacónica: “En principio, no”. Sin dudarlo ni un segundo, cogí mi mochila y volví al sitio donde me había colocado el hospitalero. ¡A buen entendedor pocas palabras bastan!, pensé. Mientras me duchaba, intentaba dilucidar la razón del rechazo y pronto caí en la cuenta de que llevaba un par de noches durmiendo cerca de ellos y que seguramente mis ronquidos les habían molestado. Posiblemente no sabían como decírmelo. Mi reacción, aún comprendiendo las razones que les movían, fue en principio, de dolor y pasé una buena parte del día dándole vueltas al asunto. Finalmente, incluso agradecí que se diera aquella situación pues constituía una oportunidad de oro para superar ese tipo de situaciones. También me sirvió para ponerme en la piel de aquellos que son verdaderamente marginados por la sociedad, por la familia o por los amigos, a causa de los mil y un avatares de la vida. Es una de las cosas que últimamente he aprendido: a valorar las situaciones difíciles, no tanto como un problema, sino como una oportunidad para superarme y crecer personalmente, que es, creo, una de las razones por las que estamos aquí.
La salida de Burgos se ha hecho muy larga, aunque más amena que la entrada. La niebla ha cubierto parte del camino en las horas más tempranas. Justamente cuando se disipó, perdí la ruta al llegar a la confluencia de la N-120, la autovía del camino, con el propio camino de Santiago. Las obras desvían el camino en algún lugar que ,o bien no llegué a ver, o bien no estaba señalizado, lo que me parece más probable. Sin embargo, siguiendo mi intuición enseguida lo retomé y llegué a Tardajos, donde desayuné y descansé. Un peregrino, ¡uhm!, ridículamente vestido con traje militar de camuflaje, me ayudó a descargar la mochila y se lo agradecí. Enseguida confirmé mi impresión de que era un tipo extraño. Por su forma de hablar parecía que estuviera bebido o “colocado”. Llevaba, además, una mochila demasiado voluminosa para hacer el camino. De viva voz, comenzó a contarme una anécdota de su camino cuando en algún lugar tuvo que enfrentarse a alguien que increpaba a dos chicas que llevaban el bar donde se encontraba. Muy caballeroso él, como si de un Don Quijote se tratara, la emprendió a mamporros con el ofensor.
Por lo demás, el camino, a medida que se acumulan los Km. y se acercan las horas más soleadas del mediodía, se deja sentir haciéndose pesado y fatigoso. Los pies me ardían cuando divisé, a lo lejos, unos cuantos árboles, a unos 50 metros de distancia del camino. Durante un rato, mientras caminaba, me imaginé una fresca sombra, una fuente de agua fresca y una brisa que aliviaran mis penas. Y así fue exactamente. ¿...? La fuente era de aquellas que tantas veces he visto en las películas del oeste: una palanca que, accionada a mano, extrae el agua del subsuelo mediante la succión por creación de vacío. Descansé un buen rato en aquel lugar que me parecía un paraíso en medio del páramo castellano. Fui consciente de cuánto se aprecian las cosas que parecen banales en otras circunstancias. El campo desolado, el sofocante calor... pero la brisa fresca bajo la sombra de los árboles y agua fría hasta saciarte, en medio de un secarral de un monocolor ocre trigueño en lo que, hace algunas semanas, debió ser un verde paisaje de cereales en pleno periodo de crecimiento.
Emprendí de nuevo el camino y, por fin, llegué al final de lo que, todo el tiempo, fue una suave pero interminable subida. El camino descendía rápidamente hacia un valle en medio del cual estaba mi destino: el pueblo de Hornillos del Camino. En el albergue, me he encontrado de nuevo a Cris. El edificio tiene dos plantas y nosotros nos hemos instalado en la parte baja, la más fresca. Seguí la rutina habitual y nos fuimos a comer con los dos maestros valencianos que conocimos hace un par de días. Luego la siesta, aunque las innumerables moscas del poema de Machado no me han dejado dormir.
En estos pueblos, me he encontrado a menudo que la cobertura del teléfono móvil es muy caprichosa. En una parte del pueblo no hay cobertura mientras en otros lugares del mismo sí. Así, camino de la tienda donde iba a comprar la cena, encontré de nuevo cobertura y aproveché para llamar a un número desconocido que tenía recogido en mi móvil como llamada perdida. Resultó ser mi compañero José, el otro maestro de mi escuela, ya que el resto son maestras. Por lo demás, la tarde es muy larga y la hora de dormir no parece llegar nunca . Son las siete de la tarde y algunos peregrinos extranjeros se disponen a cenar, fieles a sus costumbres. Un maestro de un colegio religioso de Palma de Mallorca, como reza la camiseta que lleva puesta, se dispone a hacer lo propio.
El cuerpo reaccionó como era de esperar: lanzando mensajes de cansancio al final, pero sin más novedad. Empecé el camino con Cris, a un ritmo lento pero persistente, tan persistente como la larga, aunque moderada, subida que teníamos por delante. A medida que ascendíamos, la visibilidad disminuía ya que la niebla, que nos saludó al amanecer, se hacía más intensa. ¡Una lástima!, pues el camino atravesaba una zona de bosque de encinas, con grandes calvas, que prometía ser muy bello.. Durante un buen rato, el camino estaba enmarcado por una triple y herrumbrosa alambrada que yo interpreté como restos de las trincheras de la guerra civil, tal y como las había visto camino de Belchite, en Aragón. Sin embargo, pronto salí del error pues recordé que la guía de Atapuerca nos dijo que aquella sierra siempre había sido un lugar estratégico, desde hacía un millón de años en que se establecieron allí nuestros antepasados europeos más lejanos, hasta la actualidad, que es zona militar para prácticas de tiro. Cuando llegamos a la parte más alta de la sierra, cual sería nuestra sorpresa al encontrarnos un escacharrado tresillo cerca de la cruz que corona la cima del camino. Bajando, la niebla se iba disipando y decidí intensificar el ritmo. Me despedí de Cris ya que en Burgos tenía previsto hacer noche en un hotel y ella lo haría en el albergue.
A partir de Villafría, la llegada a Burgos se hace interminable y muy pesada: ocho Km. de avenida muy transitada que transcurre por el polígono industrial del mismo nombre. Al llegar a Gamonal, primer barrio de un Burgos que está creciendo, me encontré con una bonita iglesia: Nuestra Señora la Real y la Antigua, construida en el siglo XIV en estilo gótico con influencias germánicas. Me dispuse a entrar para lo cual dejé la mochila en la puerta. Una mujer mayor me dijo que no era conveniente que la dejara allí pues ella conoce el barrio de toda la vida y sabe que es muy posible que ahora la roben. Me recomendó que la entrase dentro y añadió que si alguien me llamaba la atención que le dijera que me lo había dicho ella, que estaría por allí. Había algunas personas, mujeres sobre todo, rezando y yo me senté en los últimos bancos a intentar meditar, cosa que me fue imposible, pues tras de mi, entró un hombre que empezó a toser de forma escandalosa, con lo que perdí la concentración y opté por irme.
Llegué al centro de Burgos y entré en el primer hotel de dos estrellas que vi. Pregunté el precio y me pareció correcto. Debían ser las once. Seguí el ritual de cada día y me fui directo a la catedral. Cuando llegué a la plaza donde se ubica, vi que estaba casi totalmente ocupada por más de 200 jóvenes de ambos sexos, de varias nacionalidades y etnias, todos vestidos de igual manera. Eran los componentes de la Ruta Quetzal, organizada por Miguel de la Cuadra Salcedo. A pie de la escalinata que da acceso a una de las puertas de la catedral, estaban las autoridades locales encabezadas por el que fuera ministro de Aznar y ahora alcalde de Burgos: J. Aparicio, rodeadas de periodistas, reporteros y curiosos en general. Me fui a sacar el tíquet para visitar la catedral. Valía 4 euros -uno para los peregrinos que lo acreditasen- Estando dentro, recibí una llamada pero, claro está, no la atendí y apagué el móvil. Más tarde comprobé que se trataba de Ana Briongos. La llamé yo y quedamos en vernos por la tarde en la plaza Mayor. Tras comer en la terraza de un restaurante en las inmediaciones de la catedral, me fui a hacer la siesta al hotel. No había pasado ni una hora cuando me llamó Ana y me dijo que ya estaba en el lugar de encuentro. Me dirigí hacia allí. Nos encontramos y nos saludamos afectuosamente. Nos sentamos a tomar un refresco en una de las terrazas que había en la plaza. De allí decidimos partir para ver el monasterio de las Huelgas, lugar de descanso de los reyes de Castilla en estas tierras burgalesas. No nos fue posible visitarlo pues se cerraba a las cinco. Nos explicaron que estaba habitado por monjes y que esas eran sus horas de oración. Decidimos subir al castillo de Burgos, situado en un cerro desde donde se divisa toda la ciudad. Ana tampoco lo conocía. Dimos alguna vuelta de más con el coche antes de encontrar el camino de subida. La entrada valía cuatro o cinco euros y decidimos no entrar. Tampoco se veía muy atractivo, al menos por fuera. Nos sentamos en una terraza de bar, bajo frondosos árboles que nos proporcionaban una sombra acogedora en la calurosa tarde burgalesa. El lugar estaba muy concurrido. Allí estuvimos largo rato comentando anécdotas del camino. Hacia las ocho y media, Ana se marchó, pues no quería conducir de noche. Me dejó cerca de donde nos encontramos. Nos despedimos y me fui hacia el hotel. Fue una visita muy agradable. De camino entré en un bar y pedí una cerveza y un pincho. Como no tenían más tapas, pedí unos “huevos a la Celestina” que me supieron a gloria bendita. Acto seguido me fui al hotel a dormir. Al día siguiente había que madrugar. Me desperté a las 6,15. ¡Aleluya: he dormido 8 horas seguidas! En todo el camino no habré dormido nunca más de 6 horas y la media debe estar en torno a las 5 horas. Me cuesta conciliar el sueño cuando estoy fuera de casa y, sin embargo, me despierto al más mínimo ruido.
A las 6,15 salimos hacia Atapuerca. En total, 18 Km. . La primera hora, con subida continua y, a veces dura, sobre todo la rampa del principio, a la salida del pueblo, que es uno de los tramos famosos del camino y que abre paso a los montes de Oca, roturados por Santo Domingo para hacer transitable el camino, que originalmente no pasaba por aquí. Sin embargo, luego, se convertiría en lugar temido, no ya por su relieve, sino por sus bosques, hoy día un primor de bosquesen los que alternan robles y pinos, aunque, en siglos anteriores, lugar apto para el asalto de los maleantes a los peregrinos. Tras salvar la primera y temida rampa, que no fue tan dura como esperábamos, seguramente porque la hicimos muy de mañana, anduvimos un buen rato cruzando ese patrimonio natural al que tanto se refería la hospitalera de ayer, donde hay numerosos manantiales que abastecen a todos los pueblos de la comarca. A decir de la mencionada hospitalera, su pueblo se muere y sólo les queda conservar su entorno natural y el camino para subsistir y no desaparecer.
Al final de la subida, una larga altiplanicie por la que discurre el camino hasta llegar a San Juan de Ortega, monasterio románico rodeado de algunas casas cuyos habitantes viven de los gastos que hacen aquí los peregrinos. Repusimos fuerzas y continuamos hasta Atapuerca, nuestra parada y fonda. En realidad, el pueblo da nombre a la sierra que se extiende unos cuantos Km. por la zona, sierra que se ha hecho famosa por sus yacimientos prehistóricos.
He intentado comunicar de nuevo con mi compañera Ana Briongos pero no hay manera. Mañana llegamos a Burgos. Son en total 22 Km. y hace días que no hago más de 20. Estaremos atentos a los mensajes del cuerpo.