Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Camino Inglés. 7º día

1-05-2014

6ª etapa: Sigüeiro-Santiago de Compostela. 17 km

Partí a eso de las 7,30 del albergue privado "O fogar das chiscas", en Sigüeiro, no sin antes haberme despedido de Chus, la dueña entusiasta, una mujer ya entrada en años cuya mayor ilusión, desde que se abrió este Camino hará unos 11 años, era precisamente la de regentar un albergue como el que ahora tiene, recién estrenado como ya dije en el anterior capítulo. En el mismo lugar donde ahora se halla su albergue se ubicaba un albergue turístico que tuvo abierto durante 2 años hasta que pudo convertirlo en albergue donde acoger a turistas y a peregrinos indistintamente. El trato que esta mujer dispensa a sus clientes, sobre todo si son peregrinos, es excelente y es por esta razón por la que quise despedirme de ella y agradecerle la familiaridad con nos acogió.

Me fui directo a desayunar y en el bar-restaurante-hostal Miras me encontré con los dos madrileños que se disponían a hacer lo mismo. Tomamos un café con leche y una pasta y nos dispusimos a comenzar la marcha del día, la última para mi, pues mi destino era Santiago. No así el de ellos que tenían en sus planes llegar a Finisterre y desde allí a Muxía donde acabarían su andadura. Enzarzados en una agradable conversación dejamos de prestar atención al camino y sus señales y en un cruce erramos la ruta. La verdad es que en la pared que rodeaba un chalet había una vieira que indicaba una dirección y una flecha amarilla que indicaba otra. Ante nosotros una fuerte pendiente al frente y una carreterita estrecha que se adentraba al fondo en el bosque. Recordé en ese momento, que el día anterior repasando la etapa de hoy, mi guía hacía mención de esa contradicción y que aconsejaba seguir la vieira. Se lo comenté a mis compañeros de andadura y decidimos seguir la fuerte pendiente que teníamos en frente nuestro. Ya habíamos llegado casi al final de la cuesta cuando una mujer se asomó a la ventana de su casa y nos dijo que habíamos equivocado el camino, que era por el otro sitio. De manera que desandamos el camino y volvimos al punto donde había la doble y contradictoria indicación. Más adelante, sabríamos que este no era el lugar donde mi guía indicaba la doble señal contradictoria, pues nos la volvimos a encontrar. Simplemente se trataba de un error del dueño del chalet que había decidido poner allí dos señales sin darse cuenta que la vieira la había colocado en la pared señalando la dirección contraria a la de la flecha, que era la correcta. En fin, nos dijimos que seguramente el amo del chalet no hizo nunca el camino pues de lo contrario no hubiese cometido tal error. 



A partir de ahí, ya no hubo problemas de orientación, casi siempre por culpa del peregrino que no va atento. Anduvimos, pues, el resto de la etapa con buen tiempo, lo que significa que aunque había nubes no llovía, lo cual es de agradecer, y tampoco hacía viento. Al cabo de un buen rato de caminata hicimos un alto para comer y beber algo y, en definitiva, descansar. Compartimos lo que llevábamos entre los tres y, tras la pausa retomamos el camino con la intención de no parar ya hasta la entrada de Santiago donde haríamos un stop para tomar una cervecita, que tan bien entra a esta hora del mediodía. La ronda la pagaron mis compañeros madrileños respondiendo así al gesto que yo tuve por la mañana pagando el desayuno de los tres. Bromeamos sobre la fama de los catalanes acerca de que cada cual se paga lo suyo y reímos un buen rato a costa de este tópico y de otros. 

Al partir, nos separamos pues ellos iban en dirección a la estación de autobuses donde esperaban el paquete que un amigo envío desde Madrid, que llegaría a Santiago a las 9 de la mañana. Se trataba de un amigo de correrías que no había podido acompañarles los días anteriores y que se incorporaba allí a lo que les quedaba de camino. Nos dimos los números de teléfono y la dirección de correo electrónico con la intención de compartir las fotos del camino. Chus, la dueña del albergue donde yo me alojé -ellos llegaron tarde y se fueron al hostal cercano- me había hablado de un hotelito en Santiago, que era propiedad de unos familiares suyos, por si yo necesitaba un alojamiento en la ciudad. Se lo comenté a mis compañeros, ya que se encontraba cerca de la estación donde habrían de esperar a su amigo, y llamaron por telefono a  Chus  para informarse. Una vez hubieron acabado de hablar, Chus les pidió que les pasaran conmigo, que quería decirme algo. Yo pensé que me había olvidado algo y decidí en aquel momento que si era así no pensaba volver a recogerlo, con lo que lo daba por perdido. Nada más lejos de la realidad. Me dijo, muy compungida, que le habían robado, esa noche, varias sábanas y toallas, que estaba muy apenada, no tanto por el valor en sí de los enseres hurtados sino por la desilusión que se había llevado después del trato que ella procuraba dar a sus clientes. En fin, le dije que lo sentía y que me sabía mal lo que había pasado, no entendiendo cómo es que alguien se puede dedicar a robar estos enseres de un albergue en que habían sido tan bien tratados.



De allí, una vez cada cual siguió su ruta, yo me dirigí en busca del hotel donde reservé habitación, directamente, sin pasar por la plaza del Obradoiro como suelen hacer los peregrinos cuando llegan a Santiago. Estaba cansado y no era la primera vez que llegaba a Santiago haciendo alguno de los caminos que llevan a Compostela. Una vez en el hotel, acomodé mis cosas, me duché y cambié de ropa y me dirigí, ahora sí, hacia la plaza donde se encuentra la catedral. Allí tenía pensado poner unas velas tal y como me había sugerido mi hija rogando, al santo o a quien correspondiese, por esto y por lo otro. Antes, pero, me tomé una ración de pulpo a la gallega y una cerveza pues eran las tres de la tarde y aún no había comido. Luego de esto, entré en la catedral donde se anunciaba que a las 5,30 el arzobispo celebraría una misa y un encuentro con 900  niños de la diócesis poniéndose en marcha el botafumeiro, el cual me hacía gracia verlo en funcionamiento, pues en ninguna de las anteriores ocasiones en que llegué a Santiago había tenido la paciencia suficiente como para contemplarlo en acción. Durante 3/4 de hora estuve en la catedral esperando el momento de observar el botafumeiro. La catedral estaba a tope y no había ningún asiento que yo pudiera utilizar para descansar mi zona lumbar que estaba dando señales de dolor. Harto ya de esperar y de oír un interminable discurso de bienvenida del arzobispo a los niños y acompañantes me marché sin haber cumplido mi objetivo. Otro año será, me dije. Así que me fui al hotel a descansar. En el camino, me detuve en un cibercafé para consultar los horarios de tren y avión ya que al día siguiente tenía pensado partir para Barcelona.
Las alternativas que se me ofrecían no eran demasiado atractivas: en tren, podía viajar todo el día y llegar cerca de las 12 de la noche a Barcelona o durante toda la noche en tren-hotel en una cabina para mi solo tal y como hice a la ida. La primera, más barata tenía el inconveniente de llegar muy tarde a Barna. como para tomar un tren hacia Terrassa a esas horas, aunque resultaba sensiblemente más barata. La segunda, más cara, era mucho más comoda puesto que podría dormir toda la noche. En avión, con un precio similar al del tren-hotel, el inconveniente era o bien la hora de salida, muy temprano, o la hora de llegada, igualmente tarde. Así que me decidí salir al día siguiente por la tarde en tren hotel. Disponía de la tarjeta de pensionista con lo que, con el descuento, quedó el precio del viaje en 120 euros. Eso sí, tendría que desplazarme a A Corunya, pues a Santiago no llega el tren hotel. 



Por la mañana, di una vuelta por Santiago, visité algún lugar no conocido,como ahora el singular mercado de abastos de la ciudad y me fui a una de las terrazas de bar más concurridas pues se encuentra al principio, o al final, según como se mire, de la calle seguramente más concurrida de la ciudad, lugar de paso casi obligado en dirección a la plaza del Obradoiro, final de todos los caminos que llevan a Santiago, que son bastantes. Allí me tomé un café y, en una mesa soleada, leí un buen rato un libro que me acababa de comprar y que trata de un hombre que hizo un peregrinaje de 1000 km, de sur a norte de Inglaterra, sin habérselo propuesto previamente. Al rato, me fui a un parque cercano donde me senté en un banco al sol, pues el airecillo fresco que corría así me lo hacía desear. Poco antes de la una me encaminé hacia la estación donde tomaría el tren hacia A Coruña. Cerca de ésta, había dejado la mochila en un bar unas horas antes, pidiendo que me la guardaran hasta la hora de comer, cosa que haría allí mismo para devolver el favor. Después de comer, me fui a la estación y tomé el tren hacia A Coruña. En la cantina de esta estación escribí estas lineas del diario mientras esperaba mi tren hacia Barcelona. Ha sido un día un tanto triste y melancólico, tanto hoy como ayer. Y es que el cuerpo me pide descanso y volver a casa mientras que al alma le gustaría continuar caminando, quizás hasta Finisterre, adonde aún no he llegado como final de camino, cosa que pienso hacer en un próximo viaje, para hacer así realidad los versos del poeta:

"Caminante, no hay camino, 
se hace camino al andar"


Y en eso estamos.

Epílogo

Este año he vuelto a salir al encuentro del Camino con sobrepeso en la mochila. De nuevo los 12 kg  que cada año me propongo reducir al menos en dos aunque nunca lo he conseguido y,con esta, son ya ocho las veces que salgo al Camino. En fin, creo que esto mismo es lo que me pasa en la vida misma, que no consigo reducir la mochila que lleva uno y, de aquí, las dolencias en la zona lumbar de la espalda. Ambas mochilas, la de la vida y la del Camino, las llevo demasiado cargadas y, hasta ahora, no he conseguido ir dejando aquello que ya no sirve o aquello que ya es pasado. Es necesario y conveniente soltar peso; soltar vivencias ya pasadas, dejar cosas inútiles que luego uno no usa y que se llevan por un si... en la mochila de la vida y del Camino. Esto va a cambiar. Ahora sé que no puede ser de otra manera ya que la alternativa es el sufrimiento y no estoy dispuesto a pasar el resto de mis días en ello. Este año el lumbago se me ha resentido más que en ninguna otra ocasión y hay ciertas cosas que hacen de lastre en mi vida y no me dejan avanzar como yo querría. 

Y en eso estamos, aunque cuando estoy transcribiendo estas lineas en el ordenador, me doy cuenta de que no va a ser fácil. Pero, ¿es que hay algo valioso en la vida que sea fácil de conseguir? Pues eso.