Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

martes, 28 de agosto de 2012


Camino Sanabrés: decimonovena etapa

04/08/2012

Outeiro-Santiago de Compostela: 18 km.

Realmente, la etapa que venía a continuación de la de ayer, que acabó en Castro Dozon, era la que va desde esta población hasta Silleda de 27,5 km. Posteriormente, desde Silleda, se hace la penúltima etapa hasta Outeiro, con 21 km. Pues bien, como ya he explicado en anteriores jornadas, estas dos me las he saltado ya que se me acababa el tiempo y no llegaba a Santiago en el día de hoy como me propuse unas cuantas etapas atrás. Las dos etapas que hice de más, comenzando mi camino en Zamora en lugar de Granja de Moreruela, son las responsables de que haya tomado esta decisión. También ha influido, claro está, el hecho de que en Santiago me esperaba mi amiga Dori y quería pasar el fin de semana con ella.


De manera que  he hecho los 18 km que separan Outeiro de Santiago sólo, aunque compañía no me hubiese faltado si así lo hubiese querido. Sin embargo, quería que éste fuese el primer año que llego sólo a Compostela. Hasta ahora no había experimentado esta sensación en los anteriores 5 caminos. Siempre llegué acompañado a la ciudad de las estrellas y puedo afirmar que es mucho más emocionante así, o, al menos, lo ha sido para mí, en los anteriores años. Aún así, no me arrepiento,  porque la llegada en compañía ya la  conocía, no así la llegada en soledad y tengo que decir que también tiene su qué.


A la salida del albergue el camino se adentra en un tupido bosque que, a la hora tan temprana en que salí, oscurece aún más la escasa luz del alba. Iba pensando yo en que una joven peregrina que conocí en etapas anteriores salió media hora antes que yo, cuando aún era plena noche, y en la valentía de ésta en ir sola a esas horas tan intempestivas, cuando  diviso con dificultad, al fondo del camino, la silueta borrosa de alguien que parece estar parado en medio del camino. Antes de que pudiera plantearme alguna pregunta, empezaron a aparecer otras figuras en medio de la oscuridad del camino y enseguida comprendí que eran peregrinos que quizás venían del pueblo anterior, Ponte Ulla, y había pasado delante del albergue sin que yo me percatara de ello. Cuando llegué a su altura, comprobé que era un grupo de jóvenes adolescentes, chicos y chicas, que iban acompañados de sus monitores. Deduje que debían ser boys scouts por la vestimenta común que utilizaban, como el pañuelo al cuello. Los saludé y continué mi camino. Al poco, me alcanzaron ellos a mi, al menos un grupo de 5 o 6. Dos de ellos, dos chicas muy majas de unos 16 años, se quedaron algo rezagadas y caminaron un rato al mismo ritmo que yo. Aproveché entonces para preguntarles si eran de Mallorca. Se quedaron extrañadas de que hubiese adivinado su procedencia y enseguida me preguntaron cómo lo había sabido. Jugando un poco con su inocencia, les dije que lo había deducido por la forma de andar tan característica que tenían. Ahora ya estaban perplejas y  no entendían nada. Ellas creían que lo había sabido porque las había escuchado hablar en catalán y yo les dije que también me había ayudado pero que lo más importante, siguiendo la broma, era su forma de caminar. No daban crédito a lo que oían y se preguntaban cómo era posible. Finalmente, les comenté que había oído hablar de ellos, los mallorquines, a otros peregrinos, en el albergue, y que esta era la razón de mi conocimiento acerca de ellos. Comprendieron enseguida lo ingenuas que habían sido y se rieron sanamente de sí mismas. A partir de ahí, andamos un tramo de camino juntos. Me preguntaron si yo era peregrino y les dije que sí, que lo era. Me dijeron entonces que ellas no lo eran, que eran boys scouts que estaban de convivencias, que el año pasado estuvieron en el Pirineo y que este año los monitores propusieron hacer una semana del Camino. A ellos, en principio, no les gustó la idea porque pensaban que sería muy aburrido pero, a la que estuvieron inmersos en el Camino, lo han encontrado fantástico y les está gustando mucho. Seguimos así hablando de esto y de lo otro hasta que llegamos a la entrada de un pueblo donde ellos decidieron parar a que llegasen el resto del grupo con los monitores. Yo seguí mi camino.


Finalmente, decir que me he acordado durante todos estos días de todos los peregrinos que me han acompañado durante los cinco años de peregrinación anteriores. Un recuerdo  grato y un abrazo para todos mis compañeros de andanzas: Ana, de Pamplona; Jone y Oiane, de Bilbao; Mariola, de Zaragoza; las chicas de la Alcarria, Susana y Marta, con sus rutinas, y los compañeros, muy recordados, del pasado año: Oliva y Susana, de Madrid, Josefina, de León; Don Alvaro, señor de Getafe y su vasallo, Sergio. ¡Qué buenísimos ratos pasados con todos ellos! ¡Qué buenos recuerdos, Dios!


Siempre he salido sólo y siempre he llegado acompañado, salvo en el presente camino. Este año tenía que ser distinto y así ha sido en muchos aspectos. He llegado sólo a Santiago, así lo he querido yo, así lo ha querido el Camino. El  Camino decide y uno acepta, como no puede ser de otra manera, también en el camino de la vida. Todo lo demás es inútil y únicamente produce sufrimiento. Siempre aceptando lo que es. Nunca rechazando la realidad que se impone, porque, al final, lo que sucede es lo mejor que podía haber sucedido. No importa que no esté acorde con las expectativas que uno tiene. Además, he sentido algo que no encuentro palabras para describir, pero que podría  decirse que ha consistido en la alegría de caminar sólo, de estar bien, muy bien conmigo mismo, caminando en mis horas preferidas del día, al amanecer, sintiendo el frescor de la mañana y girando la cabeza atrás para no perderme la visión de los primeros rayos de sol  alumbrando el Camino. Ha sido fantástico y no lo había sentido nunca antes. He sentido y comprendido que la mejor compañía es uno mismo y eso es nuevo para mí.


Es el final de un Camino y el comienzo de otro, pues en mi mente y en mi corazón ya he decidido que quiero volver el año que viene, esta vez a hacer un tramo del Camino Portugués. Pero esa es otra historia que justo ahora acabo de vislumbrar para un futuro no muy lejano y como todo lo que se refiere al futuro hay que ponerlo entre comillas y  esperar a que llegue su momento. Mientras tanto… ¡que más se puede esperar que vivir el presente!

lunes, 27 de agosto de 2012


Camino Sanabrés: decimooctava etapa

03/08/2012

Cea-Castro Dozon: 15 km.

Dejé la villa de los 18 hornos de pan camino de Castro Dozon. Hoy era el día escogido para tomar un autobús que me acercara a Santiago antes de realizar la última etapa de este Camino Sanabrés. Ni la distancia ni el perfil de la etapa han supuesto ningún problema para este peregrino. Hoy ha habido de todo un poco: carretera, camino de tierra, pequeñas subidas y bajadas; he cruzado ríos, riachuelos y arroyos, como cada día desde que entramos en Galicia, la bien llamada tierra de los mil ríos.


En el Camino de este año he atravesado montes sin vegetación y otros recientemente quemados; bosques y bosquecillos de cuentos de hada, pastizales, pueblos y aldeas, algunas casi abandonadas a su suerte, en las que viven escasísimos habitantes, gente mayor que se resiste a abandonar su patria chica. He transitado por pequeños y grandes valles; he subido y bajado puertos de montaña que sobrepasan los 1000 mt de altura y otros de no tanta alzada pero con cuestas de aúpa. He saludado y me han correspondido decenas de lugareños, parándome en ocasiones a charlar con ellos. He sabido de la generosidad y de la amabilidad de las gentes gallegas, allá por donde pasa el camino, para con los peregrinos. He comido, unas veces mejor que otras, pero siempre en cantidad más que suficiente, los llamados menús del peregrino a cambio de un módico precio. He caminado sólo y acompañado. Y, sobre todo, he vuelto a saborear el buen gusto que deja el caminar sin más compañía que la de uno mismo entre paisajes de ensueño que he intentado retratar con mi cámara. En fin, he conocido gente especial, en tanto que diferente al peregrino típico que se puede encontrar uno por los numerosos caminos que llevan a Santiago. He conocido también gente corriente que en un momento dado pueden sorprendente agradablemente. He conocido, conversado y caminado con Gumer, una peregrina manchega, que algo de sí misma habrá encontrado en el camino. He compartido con ella salidas y entradas, andaduras, penas –las propias del camino- y alegrías.


Al llegar a Castro Dozon y después de reponer fuerzas esperé el autobús que me había de llevar a Outeiro, último albergue antes de entrar en Santiago. Sabía que el albergue estaba algo retirado de la carretera donde me dejó el autobús que hace el trayecto Ourense-Santiago. Pregunté a una mujer de mediana edad que salía de un restaurante, si conocía el paradero del albergue y me dijo que sí pero que tenía que haberme parado algo antes en la carretera pues distaba unos 4 km de allí. Visto el apuro de mi situación la mujer se ofreció a llevarme hasta el albergue. Me dijo que era la primera vez que  hacía algo semejante, que no pensaba decírselo a nadie y que esperaba que no la atracase en el trayecto. Le sonreí amigablemente con la intención de despejar cualquier duda que pudiera tener sobre mí y que me condujera con tranquilidad hasta mi destino. Procuré hablar con ella durante el corto trayecto para que desapareciera en ella cualquier asomo de inquietud por una situación a la cual, ella misma, había dicho que no estaba acostumbrada. Llegamos al albergue y le agradecí varias veces su amabilidad y su generosidad para conmigo. Allí estaba el albergue, en medio del campo, a pie de camino y cerca de un bosque. Dadas estas circunstancias, la hospitalera ofrece comidas que ella misma prepara por un módico precio. Ensaladas, bocadillos… Se agradece cualquier cosa puesto que no hay nada cerca para reponer fuerzas. Probablemente sea este uno de los mejores, si no el mejor, de los albergues en los que he estado en este Camino Sanabrés en cuanto a instalaciones  se refiere.