Camino
Sanabrés: decimooctava etapa
03/08/2012
Cea-Castro Dozon: 15 km.
Dejé la villa de los 18 hornos de pan camino de Castro Dozon.
Hoy era el día escogido para tomar un autobús que me acercara a Santiago antes
de realizar la última etapa de este Camino Sanabrés. Ni la distancia ni el
perfil de la etapa han supuesto ningún problema para este peregrino. Hoy ha
habido de todo un poco: carretera, camino de tierra, pequeñas subidas y
bajadas; he cruzado ríos, riachuelos y arroyos, como cada día desde que
entramos en Galicia, la bien llamada tierra de los mil ríos.
En el Camino de este año he atravesado montes sin vegetación
y otros recientemente quemados; bosques y bosquecillos de cuentos de hada,
pastizales, pueblos y aldeas, algunas casi abandonadas a su suerte, en las que
viven escasísimos habitantes, gente mayor que se resiste a abandonar su patria
chica. He transitado por pequeños y grandes valles; he subido y bajado puertos
de montaña que sobrepasan los 1000 mt de altura y otros de no tanta alzada pero
con cuestas de aúpa. He saludado y me han correspondido decenas de lugareños,
parándome en ocasiones a charlar con ellos. He sabido de la generosidad y de la
amabilidad de las gentes gallegas, allá por donde pasa el camino, para con los
peregrinos. He comido, unas veces mejor que otras, pero siempre en cantidad más
que suficiente, los llamados menús del peregrino a cambio de un módico precio.
He caminado sólo y acompañado. Y, sobre todo, he vuelto a saborear el buen
gusto que deja el caminar sin más compañía que la de uno mismo entre paisajes
de ensueño que he intentado retratar con mi cámara. En fin, he conocido gente
especial, en tanto que diferente al peregrino típico que se puede encontrar uno
por los numerosos caminos que llevan a Santiago. He conocido también gente
corriente que en un momento dado pueden sorprendente agradablemente. He
conocido, conversado y caminado con Gumer, una peregrina manchega, que algo de
sí misma habrá encontrado en el camino. He compartido con ella salidas y
entradas, andaduras, penas –las propias del camino- y alegrías.
Al llegar a Castro Dozon y después de reponer fuerzas esperé
el autobús que me había de llevar a Outeiro, último albergue antes de entrar en
Santiago. Sabía que el albergue estaba algo retirado de la carretera donde me
dejó el autobús que hace el trayecto Ourense-Santiago. Pregunté a una mujer de
mediana edad que salía de un restaurante, si conocía el paradero del albergue y
me dijo que sí pero que tenía que haberme parado algo antes en la carretera
pues distaba unos 4 km de allí. Visto el apuro de mi situación la mujer se
ofreció a llevarme hasta el albergue. Me dijo que era la primera vez que hacía algo semejante, que no pensaba decírselo
a nadie y que esperaba que no la atracase en el trayecto. Le sonreí
amigablemente con la intención de despejar cualquier duda que pudiera tener
sobre mí y que me condujera con tranquilidad hasta mi destino. Procuré hablar
con ella durante el corto trayecto para que desapareciera en ella cualquier
asomo de inquietud por una situación a la cual, ella misma, había dicho que no
estaba acostumbrada. Llegamos al albergue y le agradecí varias veces su
amabilidad y su generosidad para conmigo. Allí estaba el albergue, en medio del
campo, a pie de camino y cerca de un bosque. Dadas estas circunstancias, la
hospitalera ofrece comidas que ella misma prepara por un módico precio.
Ensaladas, bocadillos… Se agradece cualquier cosa puesto que no hay nada cerca
para reponer fuerzas. Probablemente sea este uno de los mejores, si no el
mejor, de los albergues en los que he estado en este Camino Sanabrés en cuanto
a instalaciones se refiere.
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