24/07/2014
13ª etapa: Lugo-San Roman de Retorta. 18 km
Partimos del albergue de Lugo a las 7,15 y las conchas de vieira nos guiaron hasta la puerta de Santiago por donde se abandona la ciudad en dirección al puente romano, restaurado en su parte superior, sobre el río Miño. Poco después, sin dejar la carretera durante un rato y en continuo ascenso, empecé a sudar de lo lindo. Enseguida, también, noté que la de hoy no iba a ser una etapa fácil y no es que la orografía del terreno fuese muy complicada, no, simplemente que yo no me encontraba bien. Me sentía mareado, aunque tampoco era esa la palabra adecuada para definir mi estado. Lo notaba, sobre todo, en el tercio superior de la cabeza. Además, tampoco tenía demasiadas fuerzas para llevar un ritmo fijo, por lento que fuera. Mis compañeros de andadura me preguntaron en diversas ocasiones si me pasaba algo pero yo no sabía explicarles cómo me sentía, ya que yo mismo tampoco lograba explicármelo. Así anduve un buen rato. A mitad de etapa, había un desvío que llevaba hasta unas termas romanas aparecidas en 1926 cuando se excavaba para hacer una tumba. Se encontraron pinturas y mosaicos de la época tardo-romana que ahora se pueden visitar. Guillermo y Cristina decidieron desviarse para visitarlas pero yo no me sentía ni con ganas ni con energías para hacer 3 km de más por el desvío. Nos separamos con la intención de reencontrarnos en el albergue donde me hallo, en el cual, ayer, habíamos reservado cama en previsión de no encontrarla en el albergue público que se halla muy cerca de aquí.
Una vez dejamos la carretera, la ruta seguía por un camino carretero que discurría a través de un precioso bosque de robles, mi árbol preferido, aquí llamados carballos. A lado y lado del camino, como encauzándolo, un pequeño murete de piedras graníticas desgastadas por el tiempo y por el musgo verde que las recubría, también las ramas de los robles, de manera que el caminante tiene la impresión de encontrarse dentro de un paisaje recubierto de terciopelo verde por la mano de un caprichoso artista. Vinieron, entonces, a mi memoria recuerdos de otras épocas. Me acordé de mi hermano mayor, recientemente operado del riñón, que le ha sido extirpado y le dije, en mi imaginación, aquello que tanto me cuesta decir a mis seres queridos: que los quiero. En fin, las sensaciones se sucedían unas a otras y en un momento dado, paré para hacer una foto e inmortalizar ese ambiente que tanto me estaba haciendo sentir. Hice un par de fotos y me giré sin saber porqué. A mi izquierda, a escasos metros se alzaba un magnifico ejemplar de roble que enseguida llamó mi atención. Sin descabalgarme la mochila me acerqué hacia él con la intención de darle un abrazo, tal y como lo he hecho en tantas ocasiones en mis excursiones por el parque natural de Sant Llorens del Munt i l'Obac, en Barcelona. Me quedé abrazado a él unos minutos mientras me encontraba cada vez más a gusto. Después reemprendí mi camino.
Decidí que era buen momento para escuchar música, algunos de mis temas preferidos, aquellos que me tocan la fibra sensible y me hacen conectar con quién sabe qué emociones ocultas o perdidas en los más oscuros recovecos de mi inconsciente. La suma de la música más el paisaje bucólico en el que estaba inmerso hicieron acudir a mis ojos unas lágrimas que pronto fueron a más, acompañadas de algún que otro quejido que salía de lo más profundo de mi ser. Era necesario, pues, que no fuese a visitar las termas, lo que en otras circunstancias hubiese hecho, para poder encontrarme sólo y dejar fluir todas las emociones que, de ir acompañado, no me hubiese permitido sentir. Eran, éstas, sensaciones y vivencias que ya había sentido en caminos anteriores y ahora me sentía afortunado de haberlas sentido de nuevo. Quise atribuirlas al abrazo que le di al roble momentos antes, como si este me hubiese traspasado su capacidad de sentir sin juzgar, aceptando las cosas tal y como vienen, tal y como son. Continué así, en ese estado, un rato más hasta que llegué de nuevo a la carretera, donde el camino pierde su encanto.
Y así, sin apenas percatarme, ensimismado con mis sensaciones, llegué al albergue privado en el que por 17 euros, tendremos el alojamiento, la comida de hoy, y el desayuno de mañana. El albergue se encuentra en una vieja casona gallega adaptada para las circunstancias siendo en general bastante aceptable en su conjunto. En los momentos que escribo este diario, creo saber la razón del malestar que he sentido durante toda la mañana de hoy. Ayer no me tomé la medicación que tomo cada día para aliviar mis achaques y creo que he notado la falta de la misma. De hecho ya me ha ocurrido otras veces pero nunca estando haciendo el camino, y es por eso, por lo que, por más que pensaba en el origen de mi indisposición, no acertaba a adivinarlo. Por supuesto, al llegar al albergue me las he tomado cuando he visto que los comprimidos aún estaban en el pastillero.