Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

lunes, 11 de agosto de 2014

Camino Primitivo 8

19/07/2014

8ª etapa: Berducedo-Grandas de Salime. 20,5 km

Me despertaron, a las 5,15 de la mañana, los primeros peregrinos en salir al Camino. Yo, aunque despierto, esperé un rato más en la cama pues no tenía necesidad de partir tan temprano en el día de hoy. Me dediqué, mientras tanto, a observar a los peregrinos cómo preparaban su mochila para la partida. Y la conclusión es para mi muy clara: no entiendo cómo se puede tardar tanto tiempo en estar listo par ponerse a caminar. Los que me despertaron esta mañana temprano, parecían de Huelva por su forma de hablar, tardaron en concreto 3/4 de hora desde que se levantaron hasta que partieron. Yo, que me levanté media hora después, he llegado a salir antes que ellos. Luego, enseguida me alcanzaron y sobrepasaron en plena subida y ya no los he visto más. Eran jóvenes y tenían buenas piernas para caminar. El caso es que yo dejo la mochila casi preparada de modo que lo que no voy a necesitar lo dejo en el fondo de la misma y encima aquello que voy a precisar al levantarme. Eso es un cuarto de hora, no más.
                                  

Comencé mi andadura poco después de las 6 y una hora más tarde había llegado a La Mesa, en cuyo albergue pernoctaron mis jóvenes acompañantes de los días anteriores. Al pasar por ese albergue un peregrino me saludó con el tradicional "Buen camino" con un marcado acento francés. Yo le devolví el saludo y continué caminando. Poco después empezaba a llover, justo cuando comenzaba la subida por la carretera. Me refugié bajo un roble a orillas de la carretera y me dispuse a ponerme la capelina que me protegería de la lluvia que, por momentos, arreciaba. Ya hacía media hora, al menos, que veía avanzar un cielo oscuro precisamente en la dirección contraria en la que yo venía, por lo que deduje que no pasaría demasiado tiempo en empezar a llover. Poco antes de entrar en el pueblo, un precioso doble arco iris salía a saludar a los peregrinos en aquellas horas tempraneras de la mañana. Una vez protegido, emprendí de nuevo el camino, que se ponía cuesta arriba. Pasados unos minutos, la lluvia cesaba y a partir de entonces y hasta llegar al final de la subida, pareció querer jugar con los peregrinos ya que, ora sí ora no, se iniciaba o se interrumpía caprichosamente. De esta manera, salvé el repecho que me llevaba hasta la cumbre del cerro donde unos cuantos aerogeneradores cumplían la función para la que había sido instalados allí: aprovechar el viento para producir electricidad. De esta manera me vi arriba, sin percatarme, aún, de lo que me esperaba hasta llegar a mi destino de hoy, que no era otra cosa que una larguísimo descenso hasta las orillas de la presa de Salime, que embalsa las aguas del río Navia, y que cuando fue inaugurada en 1954 fue la más alta de Europa con 132 metros de altura sobre cimientos y la segunda del mundo. En su construcción murieron más de un centenar de obreros.

 Pues bien, el descenso hasta llegar allí tiene 760 metros de desnivel y constituyó una auténtica tortura para mis rodillas y la bajada más fuerte de todo el Camino Primitivo. Una tras otra se sucedían las eses y contraeses, sin dar tregua al caminante para reponerse y caminar de una manera más suelta. Ya cerca de la presa, una puerta metálica abría un pasadizo en la roca que me llevó a un mirador colgante desde el que se tenía una fantástica vista de la presa. Decidí parar un rato allí y tomar un refrigerio y un corto descanso, que falta me hacía. Llegaron otros peregrinos y yo reemprendí la marcha camino de Grandas de Salime. La carretera, que había retomado poco antes, cruza la presa y desde el centro de la misma se puede tener una idea precisa del gigantismo de tal obra. Cruzada la presa, la carretera se empina de nuevo y a lo lejos divisé un hotel en el que decidí hacer una parada más amplia. Otros peregrinos han hecho lo mismo, de modo que unos entramos y otros re-emprenden su camino. Retomada la marcha, la lluvia y el Sol parecen jugar al escondite. Finalmente, abandonamos la carretera por una senda que en sus principios, se empinaba de lo lindo para dar paso, poco después, a una agradable senda que cruzaba un bosque de pinos. 


Sería por el cansancio acumulado, fruto de la orografía del terreno, el caso es que las etapas se hacen mucho más duras si la lluvia está presente, pues la no transpirabilidad de la capelina con la que uno se protege hace que el sudor acabe empapándolo a uno por dentro. Y en este estado, empapado de sudor, harto de subir y, sobre todo de bajar, justo cuando una suave cuesta abajo me llevaba hasta la entrada del pueblo, de nuevo por camino de tierra, en el que de tanto en tanto aparecían rocas de pizarra desgastadas por el continuo pisar de los caminantes. justo en ese momento bajé la guardia y no puse atención a dónde pone uno los pies y resbalé al pisar una de esas rocas que, con la lluvia, se convierten en pequeñas pistas de patinaje. Y allí fui yo a dar con mis huesos en tierra, cayendo incomprensiblemente en dirección contraria a la que llevaba y recibiendo un fuerte golpe en el hombro derecho, en el que días antes de partir me habían diagnosticado artrosis y en el cual ya tenía molestias que, ahora con la caída, se han acentuado como puedo comprobar en el momento en que escribo estas lineas. En fin, tanto que advertía  yo a mis jóvenes acompañantes en días anteriores, Guillermo y Cristina, que tuvieran cuidado de donde pisaban cuando se encontraran con un piso húmedo y rocoso, y tuve que ser yo precisamente quien perdió la concentración en el andar, con las consecuencias ya sabidas. En fin, gajes del peregrino. Al parecer, según se comenta en el albergue, esta cuesta es causa de abandono frecuente de peregrinos, en su periplo camino de la ciudad del Apóstol, que acusan el sobre esfuerzo de tan larga y dura bajada.

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