viernes, 6 de agosto de 2010
miércoles, 4 de agosto de 2010
Camino del Norte: 16ª etapa
20/7/2010
Hoy me he levantado inusualmente tarde: a las 7,30. Prácticamente, la mayoría de peregrinos habían marchado a esa hora. Sólo quedábamos 7 peregrinos: dos jóvenes coreanos cuyos nombre no recuerdo, una joven americana llamada Jessica, Antonio y los dos peregrinos que llegaron ayer tarde con el albergue lleno y que finalmente durmieron en el albergue, en el vestibulo de entrada a los dormitorios. Suerte que llevaban esterillas y no han tenido que dormir directamente en el suelo. No se si la hospitalera ha intervenido en esto o no. Oficialmente no puede admitir más plazas de las 20 que tiene adjudicadas el albergue, ya que un seguro cubre a los peregrinos que quedan registrados al hacer la inscripción. Al ser un albergue municipal el ayuntamiento se cubre las espaldas en caso de que pase un accidente dentro del edificio. Otra peregrina durmió, esta con consentimiento de la hospitalera, en un sofá que hay en recepción.
Partí sin desayunar acompañado un día más por Antonio. Paramos en el primer bar que vimos abierto y desayunamos. Emprendimos de nuevo el camino y le comuniqué a mi compañero mi intención de quedarme en el próximo albergue, sito en San Vicente de la Barquera, ya casi al final del territorio cántabro. Él no lo había decidido aún y esperaba llegar a dicho pueblo para decidirse. La verdad es que eran tan sólo 12 Km. y 7 más allá estaba el último albergue de la comunidad de Cantabria, el de Serdio, pero aún así yo no me veía con fuerzas para más. Cada vez estaba más flojo y sentía que algo rondaba por mi aparato digestivo que mermaba mis energías. Así pues, hice los 12 Km. a paso lento, tal cual si fuese un paseo. Al cabo de un rato, Antonio se adelantó y ya no lo vi más hasta que llegué al pueblo. Lo primero que hice fue irme a la estación de autobuses para ver los horarios hacia Santander, pues por el camino había decidido que dejaba de caminar y me volvía a casa. Era la opción más razonable ya que se estaba confirmando lo que me temía: una indisposición gastrointestinal me estaba dejando sin energía. Una vez sabido el horario en que partía mi autobús a Santander me fui a buscar un sitio donde descansar tranquilo, cuando vi a Antonio y a los otros peregrinos que habían dejado el albergue un poco después que nosotros sentados en un bar desayunando tranquilamente. Como quiera que yo había tomado ya algo en el bar de la estación de autobuses, me limité a acompañarlos. Estuvimos allí un rato hasta que decidieron irse a la playa. Habían planeado quedarse en la playa hasta la tarde y con la fresca partir hasta el siguiente albergue que como he mencionado antes estaba a tan sólo 7 Km. Me despedí de ellos y los vi partir andando por el puente que cruza la bahía, pensando que ya no los vería más. Yo me dirigí de nuevo a la estación donde decidí esperar hasta que partiese mi autobús a Santander. Me puse a pensar en el medio de locomoción que tomaría en esta ciudad que me llevase a Barcelona, cuando empecé a sospechar que no había combinación por tren desde Santander a Barcelona. Llamé a mi hija mayor por teléfono y le pedí que confirmase mi sospecha. Al cabo de unos minutos me mando un SMS diciendo que efectivamente no había tren y que tendría que ir hasta Bilbao para hacer mi viaje. El autobús para Bilbao salía una hora y media más tarde con lo que la espera en la estación se me hizo interminable. Pero, ¿qué podía hacer? ¿Cómo dar una vuelta por San Vicente a cargas con la mochila en la situación en que me encontraba? Finalmente, llegó el autobús que hace la ruta Oviedo-Santander-Bilbao y subí a él.
Una vez en Bilbao, tomé un taxi que me llevase a la estación de Abando para ver horarios aunque mucho me temía que tendría que esperar hasta el día siguiente, pues ya eran las 6 de la tarde. Efectivamente, salían dos trenes diarios hacia Barcelona, uno a las 7 de la mañana y otro a las 3,30 de la tarde. Tendría que buscar un hotel cercano y pasar en él la noche. Eso hice y no tardé en encontrarlo. Fue el primero que vi. No tenía fuerzas para andar mirando la categoría ni el precio, de manera que me alojé en uno de 4 estrellas a 70 euros la noche. Una vez instalado y aseado, salí a tomar algo aunque no sabía qué, pues se habían confirmado totalmente mis sospechas de padecer un trastorno gastro-intestinal. Tomé un bocadillo y a las 8 ya estaba de nuevo en la habitación del hotel. Vi las noticias en la tele, puse la alarma en el móvil no fuese que me quedase dormido y perdiese el tren y me dispuse a dormir.
No me hizo falta la alarma-despertador del móvil ya que me desperté yo sólo a las 5,30. Dispuse mis cosas en la mochila, que ahora con las botas, abultaba mucho más y me dirigí a la planta baja, a recepción, para pagar el importe de mi estancia. A las 6,30 estaban en la estación donde ya esperaba alguna gente el tren que me habría de llevar de vuelta a casa. Bares y cafeterías estaban cerrados y yo estaba sin desayunar. Me senté en un banco entreteniéndome en observar los movimientos del personal que habría de atender a los pasajeros en el tren. Me quedaban por delante 7 horas y media de viaje. Puede que el AVE funcione muy bien, y de ello doy fe, pero el resto de infraestructuras ferroviarias en España dejan mucho que desear como he podido comprobar una vez más a la ida o a la vuelta de mi Camino. Finalmente, no fueron 7,5 horas sino 8 las que tardó el tren en completar el trayecto, lo que se me hizo interminable. Comí en un restaurante de la estación de Sans y tomé el tren hacia Terrassa, de vuelta a casa.
Atrás quedan las cuestas, el continuo subir y bajar, el cansancio, el sudor, el dolor de pies, los albergues, los peregrinos, los compañeros de camino, el sol y el calor, la lluvia, la niebla y el propio Camino en sí.
Camino del Norte: 15ª etapa
19/7/2010
Comillas, villa famosa gracias al marqués del mismo nombre y a Gaudí, quien sin haber pisado estas tierras construyó varios edificios por encargo de tan ínclito personaje, un emigrante que marchó a las Américas donde hizo fortuna volviendo, cual indiano, a su tierra. Famoso son la Universidad Pontificia, el Capricho de Gaudí, el Palacio de Sobrellano y otros. Sin embargo, no he visitado ninguno de ellos ya que la caminata de hoy me ha dejado exhausto y sólo he tenido ganas de ir a visitar la playa. Quizás porque los 20 Km. han sido todos por asfalto o quizás porque el cuerpo me está avisando de que ya es suficiente trote, el caso es que cada día me canso más, sin importar demasiado la distancia. Estoy a 30 Km. de Asturias, mi meta, pero no está el cuerpo para alegrías y creo que los haré repartidos en dos etapas. Voy bien de tiempo y aún tengo 4 o 5 días más para caminar.
El albergue, como ya es costumbre, se ha abierto a las 4 y, tras la inscripción y sellado de credencial, la ducha y el lavado de la ropa, más que sucia, sudada. Luego me eché en la cama y debí de quedarme dormido, despertándome mi propio ronquido. A esas horas, las 6,30, el albergue se había quedado muy tranquilo, lejos del barullo de la hora de entrada. Los 20 peregrinos que se alojaban, salvo yo, se había ido de visita a los monumentos y edificios de la villa, los unos, y a la playa los otros.
Únicamente se interrumpen estos momentos de silencio con el bregar de dos peregrinos que han llegado y se han encontrado el albergue al completo y a los que la hospitalera ha dejado ducharse para que continúen su camino después. Hablando con ellos me dijeron que quizás dormirían en la playa o tomarían un autobús hasta el siguiente albergue, tal y como les ha aconsejado la hospitalera, muy amable con todos aunque al principio se mostró algo brusca. Luego se disculpó por ello y admitió haberse puesto algo nerviosa al ver que había tanta gente esperando y que se llenaría el albergue nada más abrir. En fin, así de dura es la vida del peregrino. Caminas 30 o más km. y te encuentras con el albergue al completo, como les ha pasado a estos dos peregrinos.
martes, 3 de agosto de 2010
Camino del Norte: 14ª etapa
18/7/2010
Padre, confieso que he pecado.
Dejamos Santander, no caminando como sería de esperar, sino en tren. La etapa que tiene salida en Santander es la más larga que hay en este tramo del Camino del Norte que llevo recorrido: 35,8 Km. y 9 horas y media de caminata. Está catalogada por mi guía como de alta dificultad. ¿Porqué es tan larga? Porque aún pasando por varias poblaciones no es sino hasta llegar a Requejada-Polanco que hay albergue. ¡Y sólo tiene 6 plazas! Tampoco había hoteles o pensiones por lo que me vi obligado a optar por el pecado. Y es que en el Camino todo lo que no sea utilizar el medio de locomoción que uno escogió para hacerlo es, simplemente, pecar. Santiago sabrá interceder por mí para que sea perdonado. Yo ya lo he hecho.
Pues sí, Antonio y yo nos hemos saltado una etapa y nos hemos ahorrado una buena paliza, de las que dejan mella. Yo estoy seguro que a mi me la hubiese dejado. Antonio parecía estar más fuerte y su mochila no pesaba como la mía, pero aún así tampoco la hizo. Él quiere llegar a Santiago. Tomamos el tren hasta Barreda y dejamos atrás Polanco. Caminamos tan sólo 10 Km. hasta llegar a Santillana del Mar, donde como ya viene siendo norma el albergue no se abría hasta las 4. De manera que dejamos la mochila en la puerta, tal y como nos indicó la encargada del museo adjunto y nos fuimos a recorrer las dos calles de esta hermosa villa, llenas de turistas que revolotean en torno a los productos que se exponen fuera de las numerosas tiendas y entrando y saliendo de estas a su antojo. Nosotros hicimos lo propio y fuimos al local donde recuerdo haber tomado leche y quesada junto con mi familia cuando mis hijas eran pequeñas y vinimos aquí en el mismo plan que ahora lo hacen los abundantes visitantes que paseaban junto a nosotros. Antonio, el canarión, tal como llaman los chicharreros de Tenerife a los habitantes de Gran Canaria, probó una ración de quesada de la que ni siquiera sabía lo que era y se tomó, también, un vaso de leche. Le gustó mucho, como no podía ser de otra manera. No me imagino a nadie a quien no le guste la quesada, un dulce típico de Cantabria a base de queso fresco, leche, huevos y harina, aromatizado con canela y limón. ¡Buenísima, quesada! Comimos al fresco, en una terraza interior de un restaurante y volvimos al albergue a esperar su apertura. Empezaba a hacer calor y no era cuestión de estar dando vueltas sin más. Cuando llegamos al albergue vimos que habían llegado otros peregrinos conocidos, franceses y belgas, por más señas.
Pasaron las 4 y allí no se presentó nadie para abrir. A alguien se le ocurrió llamar al número de móvil que había en un papel colgado en la puerta de entrada, pero no contestaban. Era domingo y empezamos a mosquearnos. Finalmente, a Antonio se le ocurrió ir en busca de un guardia municipal para preguntarle por el albergue. Lo encontró dirigiendo el tráfico a la entrada de la villa y le dijo que enseguida vendría.
Al cabo de unos 10 minutos, por fin se presentó con las llaves del albergue advirtiendo que no había venido antes porque nadie le había llamado. Al parecer, el hospitalero tiene fiesta los domingos y él se encarga de abrir, siempre y cuando se le avise. Le dijimos que se había llamado al teléfono y que nadie había contestado. El hombre llegó algo sofocado y quejándose de las muchas veces que le ha dicho al alcalde que no es misión de un municipal abrir el albergue y recibir a los peregrinos, pero, por lo visto, parece que no se le ha hecho demasiado caso. El resto del día fue más bien aburrido ya que no quedaba otra opción que volver a pasear por las cada vez más ocupadas calles de Santillana. El día se hizo largo, pero, como todo en la vida, terminó por acabarse.
Camino del Norte: 13ª etapa
17/7/2010
Por una vez, me desperté tarde, a las 7,15. Me levanté, preparé la mochila y me fui al salón-comedor donde ya había bastantes peregrinos desayunando. Consistía en leche, café o cacao soluble, pan, margarina, mermelada y galletas. Desayuné cuanto quise, al igual que los otros peregrinos. Escribí unas notas en el libro de visitas agradeciendo la existencia del albergue y el trato de la gente que lo atiende y puse otros diez euros en la hucha que se encuentra junto a la puerta. Cogí mi mochila y me dispuse, con renovadas fuerzas, a emprender el camino.
Había tres opciones, tal y como nos explicaron ayer. Yo escogí la más larga, 15 Km. Las otras dos transcurrían por carretera y eran mucho menos atractivas. La tercera vía fue escogida, también, por algunos peregrinos conocidos como Antonio que me acompañó todo el rato junto con una alemana. No me arrepentí para nada, aunque era el itinerario más largo, ya que, a las fotos que hice me remito, fue un camino precioso que transcurría paralelo a los acantilados de esta parte de la costa cantábrica. Así, con tan magnífico paisaje llegamos hasta las fantásticas playas de Langre y Somo. Al final de la playa de este último pueblo estaba el transbordador que nos llevaría a Santander cruzando la bahía en unos 24 minutos. Anduvimos por caminos al pie de los acantilados y cruzamos playas y dunas para llegar al embarcadero de Somo. Cruzamos la bahía justo cuando comenzaba a lloviznar y una vez en Santander nos fuimos directos a buscar el albergue aunque sabíamos que no abría hasta las 3,30. También sabíamos que en un bar cercano se podían dejar las mochilas. Cerca ya del albergue, nos encontramos al grupo de 6 jóvenes madrileños que nos habían adelantado por el camino. Nos dijeron que acababan de dejar las mochilas en el propio albergue pero que el hospitalero se marchaba ya y que quizás si nos dábamos prisa aún lo cogeríamos allí. Pendientes, pues, del albergue pasamos por delante del bar mencionado y no nos dimos cuenta de que estaba cerrado. La propia dueña del bar nos llamó desde el otro lado de la calle al vernos llegar y nos dijo que podíamos dejar las mochilas en su bar. Es su manera de captar clientes pues también hace comidas. De modo que abrió de nuevo el bar y dejamos las mochilas. Nos preguntó si nos interesaba comer allí pues acababa de hacer marmitako. Le dijimos que sí y nos dispusimos a ir a dar una vuelta hasta las dos en que volveríamos para comer. En esto llegaron más peregrinos que hicieron lo mismo que nosotros. Finalmente, el bar ya no cerró. Fuimos a tomar algo y al volver comimos una ensalada y el marmitako, con pan y vino por sólo 8 euros. A las 3 abrieron el albergue. El propio hospitalero comió en el mismo bar que nosotros. Nos duchamos por parejas ya que sólo había dos duchas, muy estrechas por cierto. Al salir de la ducha vi que había dos ordenadores con conexión a Internet. Eché una moneda de 1 euro y mandé algunos mensajes a familiares y amigos. Luego, quedamos en dar una vuelta por Santander y visitar su famosa playa del Sardinero, a la cual nos han dicho que podemos ir andando –unos 4 Km.- y volver en autobús. Eso hicimos Antonio, el canario, y yo. Yo tenía la pretensión de comprar fruta fresca, que echaba de menos ya que en los menús no suele haber o es de mala calidad, de modo que siempre acaba uno comiendo flan, helado o yogurt. No encontré ninguna tienda que vendiera fruta aunque yo tampoco hice nada por dar con ella. Finalmente, a última hora de la tarde acabamos comiendo un bocadillo en una conocida franquicia especialista en este tipo de comida. Tomamos el autobús y directos al albergue. Recogí la ropa que tenía tendida y me preparé para dormir.
lunes, 2 de agosto de 2010
Camino del Norte: 12ª etapa
16/7/2010
Laredo-Güemes: 27 Km. Salí temprano del hotel y me dirigí al paseo marítimo. Hice el mismo recorrido de ayer pero, a esas horas, las paradas estaban cerradas y cubiertas con plásticos para protegerlas de la humedad que aún se dejaba sentir. Algunos guardias de seguridad vigilaban la zona. Después de recorrer el paseo que tiene más de 5 Km. de longitud, llegué al Puntal de Laredo, un espolón de arena que se introduce en la ría y nos acerca a Santoña, al otro lado. Esperé media hora a que llegase la embarcación que nos había de cruzar y a las 9,15 estaba ya en Santoña donde me paré para desayunar, ya que en Laredo todo estaba cerrado cuando partí. Tras la parada, continué mi andadura en busca de mi próximo destino: Güemes, un pequeño núcleo rural desperdigado en un bonito y ancho valle que tiene como punto de referencia la iglesia. La etapa se me ha hecho larga y pesada. Llegué a la vecindad de Meruelo a la hora del almuerzo y decidí detenerme allí para comer. Había empezado a caer una fina lluvia que se acrecentó justo a la hora que salía del restaurante para re-emprender el camino. Mientras me preparaba para salir alguien salió del bar detrás de mi y me miró. Probablemente adivinó mis pensamientos y se ofreció a llevarme unos kilómetros más adelante con su autocar, pues iba en la misma dirección que yo. Me advirtió, sin embargo, que tendría que esperar pues hasta las 4 no partiría. Tenía a esa hora un servicio que realizar en un camping cercano. Me dijo, también, que me quedaba aún un buen tramo de camino y sobre todo una buena cuesta que, si aceptaba su oferta, me ahorraría. De manera que miré el reloj y comprobé que faltaba algo más de una hora y acepté su ofrecimiento. En realidad vi el cielo abierto y pensé que mis pies me lo iban a agradecer. De modo que esperé en el bar leyendo el diario y al cabo de un rato se acercó a mi el conductor del autocar que me dijo que finalmente sería su hijo, que se encontraba en la mesa de al lado jugando a las cartas, quien me llevaría. Cuando llegó finalmente la hora, partimos con su autocar acompañados también por un joven de unos 30 años que al parecer vivía cerca del camping a donde nos dirigíamos y había venido al pueblo a visitar al médico ya que no se encontraba muy bien. Durante el trayecto pude comprobar cómo el conductor se dirigía a él en un tono recriminativo y tuve la impresión de que se trataba de una persona con alguna enfermedad mental. Cuando éste hubo bajado, el conductor le volvió a recriminar su actitud para con su padre al cual, pese a su avanzada edad, 80 años, no ayudaba en las tareas propias de la granja de la que vivían. Tras cerrar la puerta del autocar me dijo que no estaba bien de la cabeza, y que en realidad lo que era es un vago con mucho cuento. Poco después llegamos a su destino. Yo me tenía que bajar. Me sugirió que fuera por la carretera y que hiciera caso omiso de las flechas amarillas que indicaban seguir por el campo. Era mucho más largo, aseguró.
Al cabo de una hora de andar me encontré en el dilema de tener que seguir las indicaciones del conductor del autocar o hacer caso de las flechas que me desviaban de la carretera. En esto aparecieron tres niños que paseaban en bicicleta y uno de ellos me dijo que siguiendo las flechas el camino era más corto. Supuse que no era la primera vez que veían peregrinos en situación de tener que elegir una de las dos rutas posibles y que su conocimiento de la tierra que pisábamos y de sus caminos era cabal por lo que le hice caso y opté por no seguir la sugerencia del conductor del autocar. Sin embargo, pasó un buen rato y no parecía que me acercara al pueblo cuya iglesia y campanario veía desde lejos, por lo que empecé a sospechar que los niños me habían tomado el pelo y me habían desviado justamente por el itinerario más largo. Luego pude comprobar que en realidad había hecho el doble de Km. de los tres que el conductor me aseguró que haría por carretera. Sea como fuere, llegué muy cansado al albergue en el que me ofrecieron un vaso de fresca agua nada más traspasar la puerta de recepción. La primera impresión fue muy buena. Me gustaba el lugar. Tenía un no se qué que me agradaba. En todo caso era muy diferente a todos los que había conocido hasta ahora. Tras la protocolaria inscripción, nos enseñaron las instalaciones a los 4 últimos peregrinos que habíamos llegado y nos llevaron a las que serían nuestras habitaciones. Nos citaron a las 8 en la biblioteca para darnos explicaciones e información de las etapas siguientes. Después de las rutinas habituales, poco antes de las ocho me dirigí a la biblioteca, donde vi a algunos peregrinos conocidos, como Antonio, el canario, y otros. El albergue, el más grande que he visto en el Camino del Norte hasta la presente, está atendido por 7 u 8 personas, todas ellas voluntarias, y lleva funcionando 30 años. Fue creado por don Ernesto, párroco del lugar, y, además, es sede de una ONG creada por él que ayuda al Tercer Mundo. Leo, en el libro de visitas, algunas referencias que se hacen de don Ernesto, tales como que “se trata de una persona que infunde calma con su única presencia”. Yo no lo he podido conocer ya que está con los chicos y chicas del pueblo en los Picos de Europa, de colonias, pero he creído notar una energía positiva en el lugar que invita a quedarse. Por el momento, si más no, parece haberme infundido ánimo para continuar un camino cuya dureza empieza a afectarme a nivel mental, ya que sé que a nivel físico es cuestión de descansar y al día siguiente el cuerpo se encuentra de nuevo apto para afrontar unos cuantos kilómetros más. El desánimo que he padecido en la etapa de hoy, habiendo tenido que ahorrarme unos cuantos Km. para comprobar lo inútil que fue después, me ha llevado a comenzar a pensar en dejar el Camino por este año. Después de la pormenorizada explicación que se ha hecho en la biblioteca, hemos bajado al salón comedor donde ya estaba preparada la mesa para la cena. Tomamos asiento y enseguida los voluntarios empezaron a traer fuentes de una sopa de ajo que a todos nos supo a gloria. Realmente exquisita, era el comentario más común. Y yo me preguntaba: ¿no serían las ganas y la actitud con las que nos disponíamos a cenar? ¿Sería el cálido ambiente que allí se había creado de acogida al peregrino? Creo que todo influía un poco, y la verdad es que la sopa era estupenda. Tras la sopa, de la que todo el mundo pudo repetir a discreción, llegó el pescado, rebozado y frito. De nuevo la pregunta: ¿porqué nos sabe a todos tan bien? Y por si era poco, varias fuentes de ensalada ocuparon espacio en la mesa junto a las del pescado. Después llego la fruta: ciruelas de la tierra, pequeñitas y rojas como cerezas y tan sabrosas como ellas. Agua y vino pudimos tomar el que quisimos. Éramos más de 40 personas cenando y ¡sobró de todo! ¿Qué decir? Comento con Antonio, el canario, que todo esto se merece algo más que los diez euros que he puesto en la hucha cuando he llegado. Aquí no se pide nada al peregrino, ni siquiera un donativo como en otros albergues. Aquí es el peregrino el que se plantea cuánto vale lo que recibe y si quiere dar algo a cambio, si es que tiene, aunque nadie mirará si así lo hace. Es por todo ello que decido dar 10 euros más, yo que me lo puedo permitir. Creo que así colaboro a que otros futuros peregrinos puedan sentirse tan bien acogidos como me he sentido yo aquí. Tras la cena salimos fuera y tras un ratito de plática informal me fui a la cama con un estado de ánimo bien diferente al de cuando llegué. Definitivamente, este lugar tiene un no se qué particular. Unos acordes de guitarra de una conocida canción de Led Zeppelin, tocados por un greñoso y descalzo joven extranjero, ponen punto final a este diferente día.
domingo, 1 de agosto de 2010
Camino del Norte: 11ª etapa
15/7/2010
Castro Urdiales- Laredo: ¿38 o 25 Km? ¿Qué elegiría el lector? Yo lo tuve claro y escogí la segunda opción. ¿Hace falta explicarlo? La distancia, claro está, es la clave. Sin embargo, gran parte de los 25 Km. que he hecho hoy han sido por carretera y la carretera mata al peregrino. ¡Así tengo yo los pies hoy! La alternativa, los 38 Km., consistía en ir por caminos y un paisaje más agradecido pero obviamente con mucha más distancia. Creo que mi tope son los 30 Km. y procuraré no pasar esta distancia si es que quiero seguir en el Camino.
Laredo, villa pequeña gran parte del año, se convierte en verano en una ciudad de más de 80.000 habitantes. Turistas, del resto de España, en su mayoría. Está de fiestas y los albergues privados, no hay albergue público, están al completo. De manera que enseguida fui en busca de un hotel donde pasar la noche y descansar. Una vez me hube instalado y aseado, salí a dar una vuelta por el largo paseo marítimo que estaba ocupado por las paradas de la feria alternativa que allí se celebraba. Di unas cuantas vueltas y paseé por entre las paradas, esquivando el bullicio de gente que allí se daba cita y, de tanto en tanto, me paraba cuando veía alguna cosa que pudiera gustarme para comprársela a mis chicas. Sin embargo, estuve un rato viendo y oyendo a un grupo de percusión que animaba, y doy fe que lo conseguían, tanto a pequeños como a mayores, con sus tambores y otros instrumentos de percusión. En primera fila, los más pequeños, sentados en el suelo, aunque algunos acabaron de pie, bailando al ritmo de los jóvenes y animosos músicos. Detrás, los mayores y, entre ellos yo, que disfruté tanto o más que alguno de los niños que continuaron sentados todo el rato. Cuando hubieron acabado di una vuelta más por las paradas y me dirigí a comprar aquello que me había llamado la atención en una de las paradas visitadas.
Después del paseo, me senté cómodamente en la terraza de un bar. Tomé una cerveza y me dediqué a ver el pasar de la gente y, sin proponérmelo, a escuchar la conversación que se desarrollaba a mi lado, donde unas cuantas personas hablaban sobre el Barça y las excelencias de sus jugadores y equipo y acabaron hablando sobre Cataluña y los catalanes, en tono positivo por parte del que parecía llevar la voz cantante del grupo. Los demás asentían y sólo una mujer discrepó en algún momento de las opiniones emitidas aunque sin demasiada contrariedad.
Al cabo de un rato me dirigí al hotel, vi un rato la tele y me puse a dormir.
Camino del Norte: 10ª etapa
14/7/2010
Estoy en Castro-Urdiales, Cantabria. Hemos dejado atrás el País Vasco y su interminable número de cuestas. He salido a las 7 de la mañana después de desayunar en el propio albergue una café con leche y tostadas con margarina y mermelada que preparó el hospitalero, tocayo mío, con el que, por cierto, estuve hablando ayer, después de escribir este diario sobre el Camino y sus historias, que intercambiábamos como si fuesen cromos. Le contaba mi llegada el año pasado, en el Camino Aragonés, a Undués de Lerda (Zaragoza), pueblo que está en lo alto de un cerro y al que, claro está, hay que subir, para alojarse en su albergue que, como no podía ser de otra manera, se hallaba en lo más alto del pueblo. Pues bien, al empezar los primeros pasos a la que para mi era una imponente cuesta, supe enseguida que no podría hacerlo sin mucho sufrimiento. Deduje que me había sobrevenido lo que en el ambiente ciclista se llama una pájara, un desfallecimiento tal que no puedas ni dar dos pasos más. Objetivamente, la cuesta no era tal y como yo la veía pero, a fin de cuentas, lo que cuenta no es la realidad, sino cómo uno la percibe en estas circunstancias. Por cierto, esto mismo se puede aplicar a los acontecimientos de la vida misma. Nada es exactamente como a uno le parece, sino, más bien, como uno lo percibe. De manera, que tuve que parar junto a un árbol para aprovechar su sombra y recuperar algo de la energía que entonces me faltaba. Algún peregrino se ofreció a llevarme la mochila hasta el albergue con tal de que no me quedara allí pues no faltaba mucho para llegar al albergue y hacía mucho calor. Yo me negué a ello pese a que insistieron varias veces en su ofrecimiento. Tenía claro que al camino cada uno va con su propia mochila y cada uno ha de arrastrar con ella. Al decir esta frase, el hospitalero de Pobeña cortó mi discurso y me dijo que esperara un momento. Fue a su habitación y trajo de ella unos cuantos folios impresos con lo que dijo eran cuentos sobre el Camino, que él escribía. Buscó uno en concreto y me lo dio a leer. Hablaba, precisamente, de lo que yo acababa de explicarle sobre que cada cual ha de llevar su mochila, tanto en el Camino como en la vida, pues también en la vida andamos cada cual con su propia mochila en la que se guarda aquello de lo que aún no somos conscientes que ya no necesitamos, antes al contrario. Le di mi conformidad y seguimos hablando sobre el tema central de este diario hasta que alguien nos interrumpió solicitando su ayuda. Más tarde, me pidió un favor: él tenía que ir al aeropuerto a recoger a alguien y me pedía que a las diez apagara las luces y cerrara, por dentro, la puerta del albergue. Yo accedí gustoso a su petición. Al llegar la hora de irse a dormir le pregunté y me dijo que el avión se había retrasado y ya no necesitaba de mi ayuda.
Pero eso fue ayer. Hoy, en torno a las ocho, me fui con las tres maestras a cenar. Estando en ello, comenzó a llover y recordé, así como otra peregrina que resultó ser también maestra y catalana, que tenía ropa tendida para secar. Salimos corriendo tanto como pudimos y recogimos la ropa que, obviamente, estaba mojada. Acto seguido volvimos a continuar nuestra cena. El resto ya se lo puede imaginar el lector que haya leído los anteriores capítulos de este diario: preparar la mochila para la mañana siguiente e irse a dormir. Algunos peregrinos tuvieron que dormir en tiendas de campaña ya que el albergue es pequeño y se llenó enseguida. Unos ciclistas que llegaron a última hora tuvieron que continuar hasta el pueblo con albergue más cercano. Es la ley del Camino. Antes de acostarme, salí un momento fuera y me senté junto con algunos peregrinos conocidos en el césped que hay en el exterior del albergue. Enseguida empezó una conversación intrascendente a la que se unieron un grupo mixto de jovencitos peregrinos. Alguno de ellos portaba una flauta y le pedimos que tocase algo, pues sabíamos que lo hacía bien por las chicas que le acompañaban. Tocó un par de piezas con mucha maña y pensó que ya había suficiente. Algo tímido era él. Entonces alguna de las chicas del grupo rogó a uno de sus compañeros que recitara alguno de los poemas que él conocía. Explicó que era poeta y que había ganado algún concurso en el instituto donde estudiaban. No tardó en complacernos a todos los que allí estábamos y a decir verdad que recitó con maestría algunos poemas suyos y otros de Quevedo y Góngora, que junto con Lorca, eran sus poetas preferidos. Después del agradable rato que nos hicieron pasar este grupo de jóvenes peregrinos decidimos que ya era hora de irse a acostar. El peregrino no puede dejar de respetar a sus compañeros de fatigas y algunos ya estaban en la cama.
Camino del Norte: 9ª etapa
13/7/2010
Salí de Bilbao a las 6,45 habiendo tomado tan sólo un cortado y 4 galletas. Pensaba llegar hasta Portugalete y no pensé en la posibilidad de pasar gana ya que la ruta de hoy era muy urbana con lo que sería fácil hacer un alto en el camino y reponer fuerzas en cualquier bar. Eso fue lo que hice a la entrada de Baracaldo. Paré en un bar y me tomé un chorizo a la sidra que me supo a gloria acompañado de pan y una caña de cerveza, por aquello de no olvidar de rezarle cada día a San Miguel o a Santa Clara, a quien le tocará seguramente mañana.
Me ha acompañado hasta Portugalete una jovencita de Sant Boi de Llobregat (Barcelona) de tan sólo 18 años que ha empezado sus andaduras en Bilbao. Me ha contado que el año pasado hizo este mismo camino pero en bicicleta acompañada de una amiga. Este año viaja sola. Dice que no tiene miedo, lo que me parece insólito por su corta edad. Se la ve madura en según que cosas pero aniñada en otras. Propio de la edad que tiene.
Al llegar a Portugalete -17 km. de distancia- eran las 11,30. Teniendo en cuenta que el albergue no abría hasta las 3, tomo la decisión de continuar andando hasta Pobeña, el próximo pueblo con albergue, que se encuentra en un privilegiado lugar junto a una bonita playa. Total, ¡son 13 km. más! Eso sí, llanos, pero con mucho asfalto. En realidad se trata de un carril para bicis y peatones, sin tráfico de coches. Podría parecer un paseo pero la verdad es que he llegado cansadísimo al albergue sobre las 15,30, comprobando que había ya muchos peregrinos esperando en la puerta y temiendo haberme quedado sin plaza. Entre otros peregrinos, me encuentro a Ana, la chiquita de Sant Boi que me acompañó esta mañana y a tres maestras que llegaron anoche tarde al albergue procedentes de Barcelona. Una trabajó unos cuantos años en Sabadell y actualmente se encuentra en Biescas (Huesca) y las otras dos aún continúan trabajando en Sabadell. Pues bien, hasta las 16,00 horas no han abierto el albergue y la entrada al mismo ha sido algo confusa pues había más personas que plazas tiene el albergue. Lo primero que ha hecho el hospitalero es poner las cosas en claro a todos los peregrinos (al menos la mitad eran extranjeros) solicitando la intervención de alguien que supiera inglés y pudiera traducir sus explicaciones. Enseguida se ofreció un chico que pertenece a un grupo de jóvenes que se ven muy majos. El hospitalero dijo que tenían preferencia los que venían de más lejos (Bilbao o Lezama) sobre los que llegan de Portugalete y los que vienen a pie sobre los que hacen el camino en bici. Dicho esto, entramos todos más o menos respetando el orden de llegada, tomamos posesión de una cama dejando en ella nuestras cosas. Ana, que había llegado antes que yo, paga la novatada y al retrasarse un poco en entrar se ha quedado sin sitio. Yo le digo que no se preocupe que en todo caso yo le cedería mi sitio ya que no me parecería justo si ella estaba antes en la espera. Sin embargo, me dirijo al hospitalero y le comento que hay peregrinos que no vienen de Bilbao ni de Lezama sino de Portugalete y que no es de justicia que alguien que viene de más lejos se quede sin sitio por ello. Vuelve a entrar el hospitalero en el dormitorio y vuelve a pedir que traduzcan sus palabras. Insiste en lo mismo, en el orden de preferencia y de llegada. Se hizo el silencio y nadie dio ningún paso. Entonces el que parecía ser el portavoz del grupo juvenil confesó que ellos eran los que habían de ceder su sitio ya que hicieron un tramo, hasta Portugalete, en tren desde Bilbao. Enseguida cogieron sus cosas y abandonaron el dormitorio. El hospitalero les dijo que podían alojarse en la cocina-comedor con sus esterillas para dormir por la noche y que, en todo caso, nadie que llegase al albergue se iba quedar sin sitio para pernoctar ya que podrían optar por dormir en el pórtico cubierto de una iglesia cercana, como se hacía antiguamente. Me ha parecido muy honrada la decisión de los jóvenes de abandonar las camas que habían tomado en principio ya que pudiendo haberse callado no lo han hecho y, probablemente, nadie hubiese sospechado que ellos se había ahorrado 17 km. en tren. Con la observación que le hice al hospitalero, yo me referían más bien a otros peregrinos de los que tenía la sospecha que no habían hecho todo el trayecto a pie. Pero, en fin, no hizo falta desenmascararlos. Una vez más, la honradez de unos se impuso sobre la desfachatez de otros. Más tarde me dirigí a uno de ellos, al que yo llamo su portavoz, y le felicité por su actitud y honradez. Me contestó que además, al ser jóvenes, eran los candidatos perfectos a dormir en el suelo, sobre una esterilla. De nuevo le agradecí su gesto, que les honra.
Ya he hecho referencia que estoy junto a una playa preciosa con una pequeña ría que se cruza por un puente de madera al llegar y que por momentos me han venido muchas ganas de darme un baño, pues el lugar invita a ello. Sin embargo, no lo he hecho porque he preferido hacer otras cosas. De momento, tomé algo para matar el gusanillo después de haberme duchado y más tarde me puse a escribir estas letras que ahora me ocupan. A las 8 me fui a un bar cercano donde ofrecen menú al peregrino y aunque no abrían sino a aquella hora, cuando llegué, 5 minutos antes, ya había otros peregrinos esperando. Fue la única comida decente que hice en todo el día.
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