Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

martes, 3 de agosto de 2010

Camino del Norte: 14ª etapa

18/7/2010

Padre, confieso que he pecado.
Dejamos Santander, no caminando como sería de esperar, sino en tren. La etapa que tiene salida en Santander es la más larga que hay en este tramo del Camino del Norte que llevo recorrido: 35,8 Km. y 9 horas y media de caminata. Está catalogada por mi guía como de alta dificultad. ¿Porqué es tan larga? Porque aún pasando por varias poblaciones no es sino hasta llegar a Requejada-Polanco que hay albergue. ¡Y sólo tiene 6 plazas! Tampoco había hoteles o pensiones por lo que me vi obligado a optar por el pecado. Y es que en el Camino todo lo que no sea utilizar el medio de locomoción que uno escogió para hacerlo es, simplemente, pecar. Santiago sabrá interceder por mí para que sea perdonado. Yo ya lo  he hecho.
 Pues sí, Antonio y yo nos hemos saltado una etapa y nos hemos ahorrado una buena paliza, de las que dejan mella. Yo estoy seguro que a mi me la hubiese dejado. Antonio parecía estar más fuerte y su mochila no pesaba como la mía, pero aún así tampoco la hizo. Él quiere llegar a Santiago. Tomamos el tren hasta Barreda y dejamos atrás Polanco. Caminamos tan sólo 10 Km. hasta llegar a Santillana del Mar, donde como ya viene siendo norma el albergue no se abría hasta las 4. De manera que dejamos la mochila en la puerta, tal y como nos indicó la encargada del museo adjunto y nos fuimos a recorrer las dos calles de esta hermosa villa, llenas de turistas que revolotean en torno a los productos que se exponen fuera de las numerosas tiendas y entrando y saliendo de estas a su antojo. Nosotros hicimos lo propio y fuimos al local donde recuerdo haber tomado leche y quesada junto con mi familia cuando mis hijas eran pequeñas y vinimos aquí en el mismo plan que ahora lo hacen los abundantes visitantes que paseaban junto a nosotros. Antonio, el canarión, tal como llaman los chicharreros de Tenerife a los habitantes de Gran Canaria, probó una ración de quesada de la que ni siquiera sabía lo que era y se tomó, también, un vaso de leche. Le gustó mucho, como no podía ser de otra manera. No me imagino a nadie a quien no le guste la quesada, un dulce típico de Cantabria a base de queso fresco, leche, huevos y harina, aromatizado con canela y limón. ¡Buenísima, quesada! Comimos al fresco, en una terraza interior de un restaurante y volvimos al albergue a esperar su apertura. Empezaba a hacer calor y no era cuestión de estar dando vueltas sin más. Cuando llegamos al albergue vimos que habían llegado otros peregrinos conocidos, franceses y belgas, por más señas.
Pasaron las 4 y allí no se presentó nadie para abrir. A alguien se le ocurrió llamar al número de móvil que había en un papel colgado en la puerta de entrada, pero no contestaban. Era domingo y empezamos a mosquearnos. Finalmente, a Antonio se le ocurrió ir en busca de un guardia municipal para preguntarle por el albergue. Lo encontró dirigiendo el tráfico a la entrada de la villa y le dijo que enseguida vendría.
Al cabo de unos 10 minutos, por fin se presentó con las llaves del albergue advirtiendo que no había venido antes porque nadie le había llamado. Al parecer, el  hospitalero tiene fiesta los domingos y él se encarga de abrir, siempre y cuando se le avise. Le dijimos que se había llamado al teléfono y que nadie había contestado. El hombre llegó algo sofocado y quejándose de las muchas veces que le ha dicho al alcalde que no es misión de un municipal abrir el albergue y recibir a los peregrinos, pero, por lo visto, parece que no se le ha hecho demasiado caso. El resto del día fue más bien aburrido ya que no quedaba otra opción que volver a pasear por las cada vez más ocupadas calles de Santillana. El día se hizo largo, pero, como  todo en la vida, terminó por acabarse. 

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