Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

viernes, 10 de agosto de 2012


Camino Sanabrés: tercera etapa

19/07/2012

Granja de Moreruela-Faramontanos de Tábara: 20 km.

Hoy  he madrugado aún más para evitar el calor del mediodía, de modo que a las 6,30 de la mañana ya estaba pateándome el camino y, a esas horas, por estos lares, aún es de noche, aunque ya apuntaban tímidas luces por el este. Mi compañera de albergue en esta pasada noche salió unos minutos antes que yo pero a la hora en que escribo esto aún no la he visto por lo que la supongo en el siguiente pueblo que es Tábara, al que llegaré yo mañana. Demasiado alejado para mí.

El panorama comienza a cambiar y la dehesa empieza a ser el paisaje que más se deja ver. Esta mañana he sentido una agradable sensación al caminar, más que nada por la hora tan temprana en que empecé. Me encanta el campo o el monte a esas horas porque me transmite una sensación de paz indescriptible, máxime cuando apuntan los primeros rayos de sol. Por si este goce era poco, al cabo de un par de horas llegué a orillas del río Esla, afluente del Duero, que hube de cruzar por un antiguo puente. En este punto, el río se ensancha bastante y ello le confiere un aspecto de gran río. La sorpresa fue mayúscula cuando comprobé que al otro lado,  el camino no seguía por la carretera como yo suponía sino que continuaba paralelo a la orilla del río, en una estrecha senda que, por momentos, se empinaba para salvar los obstáculos que suponían las grandes rocas y unas paredes bastante inclinadas que  enmarcaban el cauce del río. A la entrada de esta senda, junto a la carretera, un cartel advierte a los peregrinos ciclistas que se abstengan de seguir el sendero pues no es apto para bicicletas. Algún peregrino se espantó por la advertencia y decidió continuar su andadura siguiendo el camino de los ciclistas. Yo no lo hice así y no me arrepentí pues, poco a poco, el camino se fue separando de la orilla y empezó a encaramarse por las paredes de lo que empezaba a tener aspecto de cañón, justo cuando el río empezaba también a estrecharse. Finalmente el sendero fue a dar a la cima de una escarpadura desde donde se divisaba un paisaje digno de ser fotografiado y eso fue lo que hice. Pude captar con la cámara un buitre que me observaba desde el borde de una escarpada roca que caía vertical hacia el río y que, finalmente, echó a volar para retirarse a la otra orilla del río, lejos de mi curiosidad. 

Después de permanecer allí un ratito contemplando y admirando la panorámica, continué mi marcha, ahora ya por la dehesa, y enseguida noté una alineación especial de rocas que parecían artificialmente colocadas en el lugar y supuse que serían obra de la mano del hombre, como luego me confirmó un hombre que con su 4X4 circulaba por mi camino en dirección contraria. Se trataba, en definitiva, de ruinas de la época romana. Poco después, me tomé un descanso para reponer fuerzas y descalzarme la mochila y digo descalzarme porque así parece que la lleva uno, calzada. Continué mi ruta tras un corto alto en el camino y el paisaje pasó de la dehesa a los campos cultivados de cereales, ya segados, y requemados por el sol, y, otra vez, a las largas rectas que parece que nunca se han de acabar. Pasaban ya de las 11 cuando empecé a notar una cierta brisa templada que substituyó al frescor de las primeras horas de la mañana. Se acercaba el mediodía y ya divisaba a lo lejos las primeras casas del pueblo que sería mi destino. Al llegar al pueblo, mi parada y fonda, busqué el bar y tomé un refresco. Allí estaban ya una pareja de peregrinos que  conocí en el albergue de Montamarta. Ella, italiana, él de Cáceres. No era la primera vez que hacían juntos en el camino. De hecho habían quedado en repetirlo el año anterior. Marcharon ellos y yo entré en el bar a preguntar la dirección en que se encontraba el albergue. La mujer que atendía en el mostrador me dijo que ella era la encargada de abrirlo y se ofreció a llevarme en su coche pues estaba algo alejado, en la salida del pueblo, y le cogía de paso para ir a un recado. El albergue resultó no ser tal sino una sala de usos múltiples que se habilita como albergue para acoger a los peregrinos que por diversas circunstancias allí deciden pernoctar. Podía elegir dormir en los camerinos o en el escenario. Yo elegí dormir en los camerinos mientras que mis únicos acompañantes en el día de hoy, un par de jóvenes madrileños no tan jóvenes, prefirieron el escenario. Antes de llegar los que serían mis compañeros de albergue en esta noche, quienes, por cierto, llegaron ya avanzada la tarde, me sentí, por momentos, en solitud, y ante la perspectiva de ser el único peregrino en un espacio que sirve también de pista polideportiva, llegué a pensar en partir hacia Tábara, la siguiente población en el camino con un albergue como Dios manda y otros servicios útiles al peregrino. Pero todo fue pura ilusión, ya que en cuanto me levanté del catre donde especulaba con esta idea me percaté de lo iluso que llegaba a ser. Mi cuerpo se encargaba de recordarme cuan cansado estaba y cuan dolorido tenía todos los músculos que intervienen en el caminar y alguno más.
A escasos metros, un rebaño de ovejas en un corral constituía mi única compañía. Y aunque no las veía desde mi posición, su monótono y contagioso, para ellas, berrear me advertía de su cercana presencia. Supuse entonces que por la mañana tendría un despertador de lo más natural cuando partiesen camino de sus zonas de pastoreo.


Una vez cerciorado de la insensatez de mi idea, me fui en busca de una tienda donde proveerme de  víveres para la cena y para el desayuno. Fue al volver que encontré a uno de los dos madrileños que conocí en Montamarta. Le pregunté por su amigo y me dijo que había ido al bar a buscar la llave, sin saber, claro, que la llave la tenía yo. Abrí la puerta y entró. Le ayudé a entrar la mochila de su amigo. Tomé la credencial de mi mochila, que en mi anterior visita al bar olvidé de sellar y me dirigí hacia él. Por el camino me encontré con el segundo madrileño que volvía del bar. Allí llegué enseguida, sellé la credencial y volví al Salón de Usos Múltiples, tal y como reza el cartel colocado encima de la puerta grande de entrada al mismo.

Dormí con la ventana abierta, ya que hacía calor en los vestuarios donde me alojaba producto del sol que durante toda la tarde calentó de lo lindo aquella parte del Salón. Entonces entendí porqué mis dos acompañantes escogieron el parquet del escenario para colocar sus colchones en él. Se estaba mucho más fresco y más a resguardo de la  luz que entraba por la ventana donde se encontraba mi cama. Sin embargo, de madrugada, el fresco de la noche se convirtió en frío y hube de levantarme a cerrarla, pues aún dentro de mi saco-sábana tenía cierta fría sensación.




















jueves, 9 de agosto de 2012


Camino Sanabrés: segunda etapa

18/07/2012

En esta etapa  he recorrido 22 km para salvar la distancia que hay entre Montamarta y Granja de Moreruela. La primera parte, fue diferente a la infernal etapa de ayer, pero la segunda no desmereció para nada el calificativo de infernal. Me explico y comparo: ayer hizo fresco hasta las 11, hoy fresco hasta las ocho; ayer soplaba una agradable y, por momentos, fresca brisa, hoy la brisa soplaba racheada y de templada pasó a cálida hacia el mediodía. La coincidencia entre ambas jornadas ha consistido en las interminables rectas por las que anduve tanto ayer como hoy. A todo esto, hay que añadir el hecho de que no hay apenas sombras para protegerse del inclemente sol y, aunque he cruzado algún pueblo, ni un solo bar en el que hacer un alto en el camino y reponer fuerzas; tampoco tiendas en las que comprar algún líquido refrescante. En fin, ¡un auténtico suplicio!
Por lo demás, el agua no me faltó ya que cargué una botella de litro y medio de una bebida isotónica. Tampoco el alimento, pues fui previsor y eché frutos secos y barritas de cereales en previsión de que las circunstancias del camino no fueran favorables, como así resultó ser. Por si era poco, en Granja no encontré ningún restaurante y tal era el estado de cansancio en que me encontraba que prioricé el descanso a la búsqueda de alimento, cosa rara en mí. Tras ducharme y lavar la ropa me eché en la cama hasta que el estómago me avisó de que ya había esperado demasiado y partí a la búsqueda de algo que saciara mi apetito. En el único bar del pueblo, lleno hasta la bandera de hombres que jugaban a las cartas, cosa que me chocó puesto que eran las 3,45 de la tarde y apretaba el calor de lo lindo, pedí si me podían hacer algo de comer. Me dijeron que lo único que podían darme era pan, lomo, chorizo y queso y acepté la oferta, como no podía ser otra manera. Desde que existe el albergue en este pueblo ha habido siempre un bar, regentado por la misma persona que en el albergue, que preparaba comidas para los peregrinos, pero justamente unas semanas antes había dejado el negocio la persona que lo tenía contratado con el Ayuntamiento y estaban a la espera de que otra persona lo cogiera. En la tienda del pueblo he comprado algo para la cena: yogurt y fruta, y también algo para el desayuno de mañana.
En el albergue estoy casi sólo. Únicamente me acompaña una gallega de Vigo que apenas habla. Hay que sacarle las palabras con fórceps y se limita a contestar escuetamente las preguntas que  le hago. Eso sí, le da a las teclas del Iphone que es una máquina.

miércoles, 8 de agosto de 2012


Camino de Santiago Sanabrés, 2012

Decir, en primer lugar, que este camino es una desviación de la conocida ruta de la Vía de la Plata que une Sevilla con Astorga (León) y que ya era utilizada por los romanos hace más de milenio y medio. A partir de la población zamorana de  Granja de Moreruela el camino se divide en dos: uno sigue hasta Astorga, donde enlaza con el Camino Francés, y el otro, el Sanabrés, parte de aquí, con un total de 360 km. hasta Santiago de Compostela. Se llama Sanabrés porque pasa por la comarca zamorana de La Sanabria cuya capital es Puebla de Sanabria, bonita villa de la que hablaremos en posteriores capítulos. Yo decidí añadirle 2 etapas más desde Zamora a Granja, lo que tendría sus consecuencias como veremos en el último capítulo de este diario.

Camino Sanabrés: primera etapa

17/07/2012
Demoledora etapa para mí. Ha sido el primer día del Camino este año y atrás quedaron las excursiones por mis queridas montañas de St. Llorens del Munt y la Serra de l’Obac. Nada que ver. No tanto por la distancia, que también, sino por el peso que lleva uno encima: la mochila. Y en estas, de  nuevo acude a mi mente la metáfora fundamental del Camino: la mochila del Camino es la mochila que llevamos en la vida. Y yo no consigo reducir el peso de la misma  en  una cuantía satisfactoria, aunque éste año algo hice al respecto, pero no lo suficiente. Ya sabéis aquello de que el peso de la mochila debe ser no superior al 10 % del peso de uno. Pues bien, pocos días antes de salir, cuando ya había preparado la mochila con todo aquello  que iba a necesitar, la pesé y mi alegría fue comprobar que tan solo pesaba 8,5 kg. Pero fue pura ilusión, la noche anterior a mi partida hacia Zamora, aún añadí alguna cosa más que, por la insignificancia de su peso, pensé que no sumaría gran cosa más a lo que ya llevaba. Craso error como pude comprobar el día que llegué a Santiago. Pero eso forma parte de otra historia que ya será contada en su debido momento.
El caso es que el cansancio propio del primer día de contacto con el terreno ha hecho mella en mí. Al peso de la mochila hay que añadir el de 1 litro y medio de agua y la cámara de fotos, con lo cual nos vamos por encima del 10 % aconsejado. En fin, el agua no puede faltar y, aunque la cámara sí, he decidido llevármela de todos modos.
Salí a las 7,00 hoy, tras haber desayunado en el albergue, desayuno preparado por el segundo hospitalero, brasileño y unos cuantos años mayor que yo, con el  que ayer tuve una agradable charla. El otro hospitalero, pues en este albergue hay dos, es natural de una población del área metropolitana de Barcelona que cuando escribo esto no soy capaz de recordar. No me pareció que estuviera demasiado contento con su trabajo o con el albergue que le había tocado pues todos son voluntarios y están a disposición de la Asociación de Amigos del Camino, salvo en  Galicia, donde  dependen de la Xunta de Galicia. No estaba demasiado comunicador, que digamos. Algunos peregrinos se quejaban del trato que les daba y que más que un hospitalero parecía un sargento del ejército dando órdenes. En fin, a saber por qué actuaba así.
En principio la etapa tiene 20 km. pero un desvío por obras del AVE me ha hecho dar una gran vuelta y añadir un par de kilómetros más a los que dicen las guías, que por cierto no coinciden ninguna en las distancias que se recorren. A ello se suma el hecho de que el suelo del camino recorrido hoy es de los peores que pueda haber pues se trata de un suelo pedregoso que dificulta y enlentece la marcha ya que hay que hacer un esfuerzo añadido para no resbalar con la multitud de piedras que uno no puede sortear. Largas rectas de las que no se divisa el final, sólo interrumpidas por algún desvío a diestra o a siniestra, me han acompañado toda la jornada. Al caminante le parece que no se van a acabar nunca.
Como consecuencia de todo ello, ni que decir tiene que no hay ni un solo músculo de mi cuerpo que no me duela y de aquí el comienzo del escrito de hoy. Sin embargo, nada que no conozca ya de mis anteriores caminos y sabido es que el primer día es un machaque para el cuerpo, especialmente de cintura para abajo. Y así será los siguientes 5 o 6 días hasta que el cuerpo se habitúe a un esfuerzo continuado al que no está acostumbrado. Agradecer, por otra parte, que el clima nos haya dado un respiro esta mañana ya que una fresca brisa ha venido a facilitar la caminata, aunque en las horas inmediatamente posteriores al mediodía la fresca brisa se tornó en templada y, más tarde, aún hizo calor, pero eso ya no  lo  sufrí yo pues el madrugón sirve precisamente para evitar las horas más cálidas del día. Llegué al albergue precisamente a las 12,30.