Camino
Sanabrés: tercera etapa
19/07/2012
Granja de Moreruela-Faramontanos de Tábara: 20 km.
Hoy he madrugado aún
más para evitar el calor del mediodía, de modo que a las 6,30 de la mañana ya
estaba pateándome el camino y, a esas horas, por estos lares, aún es de noche,
aunque ya apuntaban tímidas luces por el este. Mi compañera de albergue en esta
pasada noche salió unos minutos antes que yo pero a la hora en que escribo esto
aún no la he visto por lo que la supongo en el siguiente pueblo que es Tábara,
al que llegaré yo mañana. Demasiado alejado para mí.
El panorama comienza a cambiar y la dehesa empieza a ser el
paisaje que más se deja ver. Esta mañana he sentido una agradable sensación al
caminar, más que nada por la hora tan temprana en que empecé. Me encanta el
campo o el monte a esas horas porque me transmite una sensación de paz indescriptible,
máxime cuando apuntan los primeros rayos de sol. Por si este goce era poco, al
cabo de un par de horas llegué a orillas del río Esla, afluente del Duero, que
hube de cruzar por un antiguo puente. En este punto, el río se ensancha
bastante y ello le confiere un aspecto de gran río. La sorpresa fue mayúscula
cuando comprobé que al otro lado, el
camino no seguía por la carretera como yo suponía sino que continuaba paralelo
a la orilla del río, en una estrecha senda que, por momentos, se empinaba para
salvar los obstáculos que suponían las grandes rocas y unas paredes bastante
inclinadas que enmarcaban el cauce del
río. A la entrada de esta senda, junto a la carretera, un cartel advierte a los
peregrinos ciclistas que se abstengan de seguir el sendero pues no es apto para
bicicletas. Algún peregrino se espantó por la advertencia y decidió continuar
su andadura siguiendo el camino de los ciclistas. Yo no lo hice así y no me
arrepentí pues, poco a poco, el camino se fue separando de la orilla y empezó a
encaramarse por las paredes de lo que empezaba a tener aspecto de cañón, justo
cuando el río empezaba también a estrecharse. Finalmente el sendero fue a dar a
la cima de una escarpadura desde donde se divisaba un paisaje digno de ser
fotografiado y eso fue lo que hice. Pude captar con la cámara un buitre que me
observaba desde el borde de una escarpada roca que caía vertical hacia el río y
que, finalmente, echó a volar para retirarse a la otra orilla del río, lejos de
mi curiosidad.
Después de permanecer allí un ratito contemplando y admirando la panorámica, continué mi marcha, ahora ya por la dehesa, y enseguida noté una
alineación especial de rocas que parecían artificialmente colocadas en el lugar
y supuse que serían obra de la mano del hombre, como luego me confirmó un hombre
que con su 4X4 circulaba por mi camino en dirección contraria. Se trataba, en
definitiva, de ruinas de la época romana. Poco después, me tomé un descanso
para reponer fuerzas y descalzarme la mochila y digo descalzarme porque así
parece que la lleva uno, calzada. Continué mi ruta tras un corto alto en el
camino y el paisaje pasó de la dehesa a los campos cultivados de cereales, ya
segados, y requemados por el sol, y, otra vez, a las largas rectas que parece
que nunca se han de acabar. Pasaban ya de las 11 cuando empecé a notar una
cierta brisa templada que substituyó al frescor de las primeras horas de la
mañana. Se acercaba el mediodía y ya divisaba a lo lejos las primeras casas del
pueblo que sería mi destino. Al llegar al pueblo, mi parada y fonda, busqué el
bar y tomé un refresco. Allí estaban ya una pareja de peregrinos que conocí en el albergue de Montamarta. Ella,
italiana, él de Cáceres. No era la primera vez que hacían juntos en el camino.
De hecho habían quedado en repetirlo el año anterior. Marcharon ellos y yo
entré en el bar a preguntar la dirección en que se encontraba el albergue. La
mujer que atendía en el mostrador me dijo que ella era la encargada de abrirlo
y se ofreció a llevarme en su coche pues estaba algo alejado, en la salida del
pueblo, y le cogía de paso para ir a un recado. El albergue resultó no ser tal
sino una sala de usos múltiples que se habilita como albergue para acoger a los
peregrinos que por diversas circunstancias allí deciden pernoctar. Podía elegir
dormir en los camerinos o en el escenario. Yo elegí dormir en los camerinos
mientras que mis únicos acompañantes en el día de hoy, un par de jóvenes madrileños
no tan jóvenes, prefirieron el escenario. Antes de llegar los que serían mis
compañeros de albergue en esta noche, quienes, por cierto, llegaron ya avanzada
la tarde, me sentí, por momentos, en solitud, y ante la perspectiva de ser el
único peregrino en un espacio que sirve también de pista polideportiva, llegué
a pensar en partir hacia Tábara, la siguiente población en el camino con un
albergue como Dios manda y otros servicios útiles al peregrino. Pero todo fue
pura ilusión, ya que en cuanto me levanté del catre donde especulaba con esta
idea me percaté de lo iluso que llegaba a ser. Mi cuerpo se encargaba de
recordarme cuan cansado estaba y cuan dolorido tenía todos los músculos que
intervienen en el caminar y alguno más.
A escasos metros, un rebaño de ovejas en un corral constituía
mi única compañía. Y aunque no las veía desde mi posición, su monótono y
contagioso, para ellas, berrear me advertía de su cercana presencia. Supuse
entonces que por la mañana tendría un despertador de lo más natural cuando partiesen
camino de sus zonas de pastoreo.
Una vez cerciorado de la insensatez de mi idea, me fui en
busca de una tienda donde proveerme de
víveres para la cena y para el desayuno. Fue al volver que encontré a
uno de los dos madrileños que conocí en Montamarta. Le pregunté por su amigo y
me dijo que había ido al bar a buscar la llave, sin saber, claro, que la llave
la tenía yo. Abrí la puerta y entró. Le ayudé a entrar la mochila de su amigo. Tomé
la credencial de mi mochila, que en mi anterior visita al bar olvidé de sellar
y me dirigí hacia él. Por el camino me encontré con el segundo madrileño que
volvía del bar. Allí llegué enseguida, sellé la credencial y volví al Salón de Usos
Múltiples, tal y como reza el cartel colocado encima de la puerta grande de
entrada al mismo.
Dormí con la ventana abierta, ya que hacía calor en los
vestuarios donde me alojaba producto del sol que durante toda la tarde calentó
de lo lindo aquella parte del Salón. Entonces entendí porqué mis dos
acompañantes escogieron el parquet del escenario para colocar sus colchones en
él. Se estaba mucho más fresco y más a resguardo de la luz que entraba por la ventana donde se
encontraba mi cama. Sin embargo, de madrugada, el fresco de la noche se
convirtió en frío y hube de levantarme a cerrarla, pues aún dentro de mi
saco-sábana tenía cierta fría sensación.