Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Camino aragonés: duodécima etapa

17-9-2009

Aunque no estaba previsto, las chicas me han invitado a seguir con ellas hasta Estella, siguiente parada del camino y a pesar de sentirme cansado, he aceptado gustoso. Casi me dan envidia, ya que ellas continúan haciendo camino. Ohiane, Maite y Jone siguen hasta Logroño. Mariola continúa hasta Santiago o quizás más allá. Son 21 kilómetros más a añadir a los apenas 170 que se recorren por el Camino aragonés hasta Obanos, donde éste se encuentra con el Camino francés que parte, en España, de Roncesvalles. Hemos hecho la etapa entre risas y bromas como siempre. Al llegar a Estella ellas se han quedado en el albergue municipal, que tiene muy buena pinta, y yo he continuado hacia el centro de la ciudad, en busca de un hostal donde alojarme. Nos encontraremos después de la siesta e iremos a cenar todos juntos. Algo después de las seis me llaman diciéndome que se encuentran en un bar, que las ha convidado el hospitalero y me invitan a acercarme hasta allí. Así lo hago. Cuando llego estaban tomando un pacharán –dice el hospitalero que el mejor de Navarra. Incluso, y ello me sorprendió mucho, Maite, que no bebe alcohol, estaba saboreando su pacharán con hielo. Enseguida que me senté el hospitalero fue a pedir otro para mí. La verdad es que estaba exquisito. Pasamos el resto de la tarde oyéndole comentar las simpáticas anécdotas que ha vivido como hospitalero, aunque él no es el verdadero, sino su hermano, al cual ayuda en verano. Nos despedimos de él y nos encaminamos en busca de algún sitio para cenar. Cenamos a base de tapas y fue un placer para mí invitar a mis tres compañeras. Francesco, el italiano, se había quedado en el albergue departiendo con unas compatriotas. No pude despedirme de él. Así es el camino, aparecen personas que se cruzan en tu camino y, de la noche a la mañana, desaparecen. En el caso de mis compañeras, Jone, Mariola, Oihane y Maite, el camino me las ha traído y difícilmente las olvidaré ya. Tras la cena me acompañaron hasta la puerta del hostal donde me alojaba. Había llegado el momento que todos queríamos soslayar. El momento de la despedida. Nos dimos un abrazo y alguna que otra lágrima pareció brotar de nuestros ojos. Me quedé en la puerta observando cómo partían, observando cómo doblaban la esquina que me impediría verlas más. Observando cómo algo se acababa a la vez que, también, algo comenzaba. Me preguntaba: ¿cómo puede uno encariñarse con personas desconocidas aún sabiendo que antes o después van a desaparecer de tu vida? Sin embargo, ahora, me pregunto también: ¿realmente desaparecen de nuestras vidas? Sólo el tiempo tiene la respuesta, pero yo la intuyo. Son cosas del Camino.

Camino aragonés: undécima etapa

16-7-2009

La partida de hoy ha sido, para mí, y creo que mis compañeras algo habrán sentido también, la más emocionante del camino. ¡Por fin, llegamos a Eunate! Prácticamente no he prestado atención al camino ya que todo el tiempo he ido recordando lo que sentí la primera vez aquí y mis ojos sólo prestaban atención a las iglesias que se divisan en todo el recorrido aún sabiendo que estábamos demasiado lejos como para vislumbrar la ermita que todos esperábamos atisbar a lo lejos.

Una vez avistada la ermita le dije a Francesco que me acompañaba sin parar de hablar, que se adelantara pues prefería llegar sólo al lugar, como la primera vez. El camino sigue en realidad hacia Puente la Reina y un desvío se dirige a Eunate. Más adelante los dos caminos se unen de nuevo. Tomamos el desvío y yo me quedé el último. En este trozo empecé a sentir un cosquilleo que me subía desde los pies. Me preguntaba si sólo yo lo sentía. A mi se me antojaba que este lugar la energía de la madre Tierra se siente potente. Y así llegué al pie de la ermita. Magnífica, misteriosa, atrayente. Mis compañeras siguieron hasta el albergue que se encuentra a escasos metros. Yo busqué el cartel donde en el 2006 se explicaba el ritual que podía realizar el peregrino si así lo estimaba oportuno. No estaba. Lo habían retirado. ¿Por qué? Me pregunté. Daba igual. No hacía falta. Recordaba perfectamente en que consistía. Descalzarse y dar tres vueltas alrededor de una pequeña ermita que tiene forma octogonal, en el sentido de las agujas del reloj. Después entrar y situarse exactamente en el centro de la misma, bajo el punto más alto de su cúpula. Y esperar. Esperar lo que tenga que suceder. Si es que sucede algo. No seguí el ritual al pie de la letra ya que había turistas en el interior y me dio algo de vergüenza. Me senté justo al lado del centro. Y esperé. Esperé con los ojos cerrados en actitud de recogimiento. Me sentía bien pero no era suficiente. Yo quería tener las mismas sensaciones que la otra vez. Una suave y relajante música sonaba a través de un sencillo sistema de megafonía. Oí como entraban mis compañeras. No tardaron mucho en sentir algo pues podía escuchar los sollozos de alguna de ellas. Estaban sentadas algunos asientos detrás de mí. Yo sabía que era Jone la que sollozaba. No se cómo, pero lo sabía. Me puse de pie. Exactamente en el centro de la nave. Las piernas empezaron a temblarme. Los brazos también. Luego todo el cuerpo. Algunas lagrimas corrían por mis mejillas. Me sentía muy emocionado. Agradecí el poder haber hecho el Camino una vez más y el encontrarme allí de nuevo. Los sollozos de Jone eran cada vez más ostensibles. Me giré. La vi. También ella lloraba. Me acerqué y la abracé. Tuve la impresión de que ella lo estaba esperando. Me abrazó. Pude sentir su dolor. El dolor que lleva con ella. Poco ha hablado de ello, pero lo suficiente. Es una persona de gran sensibilidad. También vi a Maite con lágrimas en los ojos, junto a ella. Mariola estaba al otro lado. Sonreía emocionada. Luego explicó que aunque no había sentido ganas de llorar, había intentado meditar y pudo visualizar, como en un sueño, el lugar, lleno de energía, aunque sin el edificio que nos acogía. No recuerdo si Oihane estaba dentro. Salí fuera y poco a poco salieron los demás. Cada uno emocionado a su manera. Nos abrazamos. Incluso Oihane, tan fría que aparenta ser, no pudo evitar soltar algunas lágrimas cuando me abraza. Después nos dirigimos al albergue. Está cerrado. Esperamos al hospitalero. Creo haberlo visto ir hacia la ermita cuando yo salía de ello. No lo conozco pero tengo la impresión que era él. No me produce lo que se dice buenas sensaciones. Pueda que no sea él, me digo. La espera se hace larga. Oihane se ha retirado. Ha buscado una sombra y parece estar meditando sobre los acontecimientos vividos recientemente. Yo hago lo propio. Maite, Mariola y Jone hablan distendídamente al sol. Por fin aparece el hospitalero. Efectivamente era el que yo suponía. Pasa a nuestro lado y parece ignorarnos. Abre el albergue y entra. Nos miramos. ¡Uhm! Decido entrar y preguntar. Pretendemos quedarnos y alojarnos aquí. Así se lo digo cuando lo veo. No pone buena cara cuando me oye. Sus gestos son claramente de desaprobación. No, no es posible quedarse allí, nos dice. Es demasiado temprano. El albergue no se abre hasta las cuatro y estamos a mediodía. No le parece correcto. Le doy más explicaciones. Le digo que dejaremos las mochilas allí e iremos a Puente la Reina a comer para volver después. Nos dice que son ocho kilómetros ida y vuelta y vuelve a negarnos la posibilidad de quedarnos. No insistimos más. Nos hemos quedado patidifusos. Puede que tenga razón en lo que dice, comentamos, pero no en como lo dice. Se ha mostrado muy antipático, seco y frío; nada acogedor. Cogemos nuestras mochilas y marchamos hacia Puente la Reina. Dice Jone que al vernos partir nos ha deseado buen camino. Algo es algo.

Entre pitos y flautas, era la una del mediodía cuando partimos. Hacía mucho calor. Yo me sentía lleno de energía. Había olvidado el dolor de la pierna ya que me había desaparecido. Desde esta mañana he dejado de sentirlo. Hasta llegar a Puente la Reina he hecho buena parte de los cuatro kilómetros ensimismado con mis propias sensaciones y pensamientos. Se me antoja que ahora sé porqué me he sentido tan vacío de fuerzas estos últimos días: para llenarse hay que dejar espacio para que ello acontezca; para llenarse hay que vaciarse.

Eunate, un lugar mágico para mí. Un lugar mágico para muchos otros que han pasado por aquí en peregrinación. Todavía se me pone la carne de gallina al evocarlo, cuando escribo estas letras.

En Puente la Reina, nos alojamos en el albergue de los Padres Reparadores. No está mal, pero hay mucha gente. De hecho, a partir de aquí el Camino ya es otro: el Camino francés, y éste tiene mucha afluencia de peregrinos por lo que un poco más tarde ya no hubiésemos conseguido alojamiento. Hay dos albergues más, uno a la salida del pueblo y otro en los bajos de un hotel que hay a la entrada del pueblo y que es lo primero que ve el peregrino cuando llega a Puente.

Camino aragonés:décima etapa

15-7-2009

Monreal-Tiebas, 13 kilómetros. Un camino precioso y una etapa corta. Otra vez el camino manda y me impone la distancia. Las chicas continúan acompañándome. Quieren llegar a Eunate conmigo. Les he hablado de mi anterior visita a Santa María de Eunate en el 2006. Son un encanto estas chicas. Mucho tiempo habrá de pasar para que las olvide. Cuatro mujeres diferentes pero cada una con su qué.

El camino, como digo, precioso. Bordea el bosque que cubre la falda de la sierra de Alaitz y perfila los campos de cereales, algunos ya segados. Sin embargo, en mis condiciones, se me ha hecho un poco pesado. El muslo derecho sigue dolorido y me he sentido, además, falto de energía. Una vez más mis compañeras, sobre todo Jone, aunque también Mariola, se han quedado conmigo o me han esperado cuando han visto que yo me rezagaba. Su compañía ha sido fundamental en los momentos más difíciles, sobre todo cuando había que subir alguna cuesta, y unas cuantas había en este tramo. Por si esto no era suficiente, también ha influido el hecho de no haber desayunado adecuadamente hasta que hemos llegado a nuestro destino, a las 11,30. Suerte he tenido, aunque a esto se le llama previsión, de portar conmigo barritas de cereales y almendras que me han ayudado a calmar la desagradable sensación de gana cuando me baja el azúcar en sangre. Esto es algo que todo peregrino precavido ha de tener en cuenta cuando se enfrenta al camino: hay que llevar algún alimento que te proporciones energía y glucosa para momentos como estos.

Después de instalarnos en el albergue y llevar a cabo las rutinas propias del camino me fui a comer al mismo bar donde habíamos desayunado al llegar al pueblo. Las chicas, como habíamos desayunado tarde, no tenían ganas y no me acompañaron. Luego pasarían a tomar café. Si lo hizo Francesco, un peregrino italiano que nos acompaña hoy. Él pidió el menú de la casa y yo pedí un bocadillo de pa amb tumaca y jamón serrano. Lo pedí pequeño. Insistí en ello, pero la mujer que tomó nota o bien no me entendió o considera pequeño a casi una barra de cuarto. De nuevo mi cara de sorpresa cuando me lo sirvieron en la mesa. De todas maneras di buena cuenta de él. Lástima que mis compañeras no estuvieran presentes para ver mi reacción, pues se hubieran hartado de reír.

Como ya he mencionado, hoy hemos incorporado un nuevo integrante al grupo, el italiano Francesco, siciliano por más señas. Es profesor de teología en Palermo y ha pasado por todos los niveles de la enseñanza anteriormente. Habla varios idiomas, entre ellos francés, alemán, inglés, además de castellano e italiano y el dialecto de su propia tierra. Así mismo dice que está aprendiendo ruso. Parece buena persona y sus detalles para con nosotros así lo indica. El albergue de Tiebas –bonito pueblo- está muy dejado de la mano de Dios. Se ubica en una escuela que ya no lo es aunque por todas partes se ven objetos y señales de lo que en su momento debió ser una escuela unitaria, ya que sólo tiene dos aulas y en una de ellas dormimos los peregrinos.

En cuanto a mañana… ¡Mañana llegamos a Eunate! Mi final de camino. La etapa será corta. Hemos hablado de ello antes de la siesta y unas jubiladas francesas que están haciendo algunas etapas del camino nos han oído y no han podido dejar de sonreírse socarronamente al oír la distancia que pretendemos recorrer mañana y la hora en que pensamos empezar a andar. Ellas han hecho 40 kilómetros y nosotros no haremos ni la mitad. Sin embargo, juegan con ventaja. Sólo una de ellas lleva una pequeña mochila y la otra un pequeño bolso de mano. Además duermen con lo puesto y sin saco. De todas maneras son dignas de admirar ya que se me antojan distancias demasiado largas para personas de cierta edad como lo son ellas. Nos dicen que son jubiladas y se dedican a caminar casi cada día. Una de ellas habla bastante bien castellano, la otra es vasco-francesa y habla, además de francés, euskera, aunque en la variedad dialectal del país vasco francés. Jone se dedica a hablar con ella durante la cena en euskera y parecen entenderse bien. Hemos cenado en el mismo bar del mediodía todos los peregrinos que nos hallamos alojados en el albergue. Uno de ellos camina con muchas dificultades y el médico le ha dicho que ha de dejar el camino. Son las consecuencias de no planificar adecuadamente las etapas y distancias a recorrer.

Camino aragonés: novena etapa

14-7-2009

Izco, Navarra, 7 de la mañana. Partimos hacia Monreal los cinco que compartimos andanzas en los últimos días. Son sólo 9 kilómetros. He tenido que restringir la distancia a recorrer en el día de hoy ya que la pierna derecha no ha evolucionado bien desde la caída y golpe en el muslo en la etapa de ayer. Son contingencias del camino que, una vez más, impone su ley al peregrino. Durante el camino, nos salió al encuentro un enorme cachorro de pastor inglés. Sólo tiene 7 meses y es muy juguetón, nos dice su ama cuando se percata de que va directo hacia nosotros con la única intención de jugar. De entrada, lo que vemos es un inmenso perro que se abalanza hacia nosotros. Las chicas iban delante y ellas son las que reciben el mayor susto. El perro, puesto de pie sobre sus patas traseras, es más alto que nosotros y podría derribarnos fácilmente. Su ama se las ve y se las desea para sujetarlo.

Al llegar a Monreal lo primero que hemos hecho es llegarnos a la farmacia a comprar alguna crema o gel para el dolor. Lo compartiré con Oihane i Jone que también andan algo doloridas. Las chicas han decidido hacer la misma etapa que yo. Hoy, está claro, me acompañan ellas. Después de la farmacia, hemos ido al albergue. Era muy temprano y aún estaba la mujer de la limpieza haciendo su labor, no siempre valorada y tenida en cuenta por los peregrinos. Nos ha informado qué habíamos de hacer para alojarnos. El albergue se queda abierto. Podíamos alojarnos e ir después al centro parroquial a comunicarlo a la mujer que lleva el bar, que tiene el sello y toma nota de los peregrinos albergados.

Para comer, nos hicimos una típica ensalada de verano a la cual añadimos el contenido de algunas latas de conserva: mejillones, almejas, pulpo y queso. Nos supo a gloria, la verdad sea dicha. A media tarde fuimos a tomar una clara. Nos acompañó Manuel, un peregrino sevillano que hemos conocido en el albergue. Es todo un personaje, este Manuel. Estaba en la escalinata que lleva al albergue liando un cigarrillo. Las chicas se sentaron a hablar con él. La conversación no se hizo esperar ya que Manuel es un charlatán de primera y no tiene problemas para hablar con quien sea. En seguida empezó a alardear de lo que fuma, que según él, no era demasiado: sólo 40 cigarrillos al día y algún que otro porro. Por no hablar de lo que bebe: 4 o 5 cervezas y otros tantos cubatas de ron a lo largo del día y a bien que pudimos comprobarlo ya que pasó buena parte de la tarde con nosotros y a la hora de cenar él nos acompañó, no a comer, sino a beber. Se sentó en la barra y allí pasó todo el rato liando cigarrillos y tomando cubatas. También aprovechaba para escribir su diario. Él no cena, dice. Hace una buena comida al mediodía y con lo que bebe le basta. Le acompaña una peregrina francesa a la que conoció, casualidades de la vida, en una anterior peregrinación a Santiago, en Finesterre. La mujer no habla nada de castellano y él no habla nada de francés y cuando le preguntamos cómo se entendían nos dijo que él decía “oui” a todo lo que ella decía y que con eso y las señas pues que era suficiente. Por lo demás, él ha pagado las bebidas y nos ha contado infinidad de anécdotas de sus cuatro anteriores peregrinaciones.

En el albergue había una nota dejada por algún peregrino en el panel de información en el que se aconsejaba a los que allí se albergasen que fueran a comer al bar del centro parroquial, que no se arrepentirían. Si bien había poco donde elegir la cantidad era más que suficiente para los que allí comíamos. Sobró comida, vaya. Ensaladilla rusa, de la que viene preparada y congelada, y lo que la mujer que atiende llama escalopes, aunque en realidad son San Jacobos, de jamón y queso, rebozados y fritos y acompañados de patatas fritas. Eso y el postre por 9 euros. Auténtico menú del peregrino. Prácticamente era las diez cuando terminamos y nos fuimos a dormir acto seguido.

martes, 4 de agosto de 2009

Camino aragonés: octava etapa

13/7/2009

En Sangüesa se plantea al peregrino el dilema de optar por el camino tradicional pasando por Rocaforte o desviarse por el camino que pasa por esa maravilla natural que es la Foz de Lumbier, que se encuentra tras haber pasado el pueblo del mismo nombre. Nosotros escogimos este último recorrido pues no queríamos perdernos la Foz por nada del mundo. En Lumbier paramos a desayunar pues habiendo partido a las 5,30 de Sangüesa llegamos a Lumbier y nos detuvimos a reponer fuerzas. En la terraza exterior de una cafetería-panadería nos sentamos y pedimos unos pinchos vegetales (yo los llamaría bocadillos). Yo, como soy un hambrón y como con la vista, pedí un pincho doble, ya que me imaginaba que el pincho normal sería un pequeño bocadillo. Cuando los trajeron me percaté de que eran justamente del tamaño que yo quería, con lo que me imaginé cómo sería el mío. Pronto pude comprobarlo. Cuál fue mi sorpresa cuando vi el pincho doble que me correspondía y cuál sería la cara que puse que mis compañeras echaron a reír y hacían gestos de que me lo tenía que comer todo. Empecé por partirlo por la mitad y una vez hube terminado mi parte, hice tres trozos de la otra mitad y entre todos dimos buena cuenta de ellos.

Dejamos Lumbier y pronto llegamos a la Foz. Cruzamos el primer túnel ayudados por las linternas y entramos de pleno en otro paisaje. Dos enormes farallones encauzan el río Irati en este paraje. Majestuoso, magnífico paisaje. En la cima de los enormes paredones los buitres esperaban las corrientes convectivas que se formarían una vez el sol calentara el aire del lugar para elevarse en el cielo de la Foz y buscar así su alimento diario. Hicimos algunas fotos y nos extasiamos admirando el cañón. Maite nos dijo que los túneles y el camino que seguíamos habían sido antaño una vía de ferrocarril en cuyo tren había trabajado su abuelo, de maquinista creo recordar que dijo. Pronto salimos del cañón que no es demasiado largo. El resto de la caminata no fue tan agradable. Enseguida nos encontramos con un cartel que advertía del desvío provisional del camino, por obras, a través de la carretera. Esto nos produjo una gran contrariedad ya que suponía hacer unos cuantos kilómetros por carretera subiendo el puerto de Loiti que se alzaba a partir de allí. Decidimos hacer caso omiso de la advertencia y continuamos por el camino. Anduvimos 3 kilómetros y, si bien veíamos a lo lejos las obras de la autovía Pamplona-Jaca, no nos parecía a nosotros que nos fuésemos a topar con ellas. Por dos veces más nos encontramos carteles idénticos que advertían del desvío del camino por obras y por dos veces más decidimos no prestarles atención. Craso error, pues en un par de kilómetros íbamos a percatarnos del porqué de los carteles. De pronto el camino quedaba cortado literalmente por las obras de la autovía y un enorme terraplén de tierras removidas se alzaba ante nosotros. No podíamos volver por donde habíamos venido de modo que decidimos escalar dicho obstáculo, lo cual no fue fácil. Finalmente, con muchas dificultades, llegamos hasta la misma explanación que las enormes máquinas habían hecho del terreno del collado y en el justo momento en que daba el último paso para acceder a ella caí hacia delante, con la mala suerte de que llevaba aún el frontal con el que me alumbré en los túneles en el bolsillo derecho y hacia ese lado precisamente me caí, con lo que me clavé el mismo en el muslo y un fuerte dolor se instaló en mi pierna. Me lo tomé con humor y le quité hierro al incidente. Seguimos adelante y pronto alcanzamos la carretera, que ya no dejaríamos hasta llegar a Izco, donde nos encontramos hoy, alojándonos en un pequeño albergue con escasos servicios. Tan pequeño es el pueblo que no tiene ni bar ni tienda con lo que se nos planteaba el problema de abastecernos para comer. El hospitalero nos ofreció su despensa en la cual guardaba, para vender, algunos productos en conserva para salir del paso. Compramos algunos de ellos y alguna bebida en el bar de la Sociedad, del cual él es el encargado, y las pusimos en una pequeña nevera que había en el comedor. Algo más tarde, con lo que habíamos comprado hicimos una magnífica ensalada mixta que todos devoramos con deleite.

Junto al albergue había una piscina y todos nos hicimos la ilusión de que podríamos darnos un refrescante baño en ella. Pero de la ilusión pronto pasamos a la desilusión cuando nos dijeron que era privada, de algunos vecinos del pueblo, y que, por lo tanto, no la podían utilizar los peregrinos. El resto de la tarde la dedicamos a las rutinas típicas del camino: lavar la ropa, tenderla, hacer la siesta… A las 6 de la tarde fuimos a la iglesia del pueblo, pues nos habían dicho que alguien se acercaría a abrirla y nos la enseñaría. Resultó ser una estudiante de 4º de Historia del Arte, quien no se limitó a enseñárnosla sino que, además, nos contó lo que sabía de la historia de la iglesia y nos explicó algunos detalles artísticos de la misma así como sus disputas con el párroco acerca de la interpretación que cada uno hacía de ciertos elementos arquitectónicos y artísticos de la misma.

Más tarde, el hospitalero nos ofreció la posibilidad de visitar el taller en el cual trabaja como escultor en el mismo pueblo y nosotros aceptamos encantados la invitación. Teníamos mucha curiosidad por ver como era el taller de un artista. Nos lo enseñó y pudimos admirar las obras que allí tenía. La visita fue realmente interesante.

Para cenar le compramos al hospitalero unos sobres de sopa y de macarrones. Los hicimos con más agua que otra cosa y esa fue nuestra cena del día.