9/7/2009
Santa Cilia de Jaca, pueblecito del camino aragonés que pronto dejará de serlo ya que se están construyendo más bloques de pisos que casas tiene el pueblo. Y es que se encuentra a 15 kilómetros de Jaca, de donde salí a las 8 de la mañana habiendo llegado aquí a la hora del mediodía. La etapa, sin ser larga, se me ha hecho un poco pesada pues es lo que se dice una etapa rompepiernas por las constantes subidas y bajadas que hay que transitar. Hacer etapas cortas como ésta tiene sus ventajas, que son obvias, pero también tiene sus inconvenientes. Por una parte se camina menos y se hace en las horas más frescas de la mañana. En el caso de hoy, cuando partí esta mañana, hacía lo que se llama verdadero fresco. Por otra parte, la etapa de mañana o será demasiado corta o será ciertamente larga. De aquí a Arrés –siguiente albergue- hay 10 kilómetros, que son muy pocos para una etapa. Casi da vergüenza llegar a un albergue y decir que se viene de tan cerca. La alternativa, sin embargo, es hacer un total de 28 kilómetros hasta Artieda que es el siguiente pueblo con Albergue. Hoy por hoy, creo que esta distancia es demasiado para mi aunque no para unos peregrinos que acaban de llegar aquí y que viniendo de Canfranc harán un total de 35 kilómetros si continúan y no paran aquí, como parece ser que harán. Comentan que han salido a las 8,30 de la mañana y han llegado a las 6 de la tarde. Con ello han cometido dos errores típicos de novatos, a saber: han caminado demasiado para ser su segunda etapa y han caminado en horas de máxima insolación y eso es, si se me apura, peligroso. En fin, una locura por su parte.
Al llegar al pueblo me encontré a dos peregrinos con los que coincidí ayer en Jaca que me han adelantado durante el trayecto. A parte de ellos, no he visto a nadie más. Estaban en la plaza del pueblo, estirados sobre un fresco césped junto a una fuente de agua fresca. Un grupo de jubilados nos observaban desde un banco cercano. Enseguida comprobé que había también una peregrina que también estaba en el albergue de Jaca, que había partido una hora antes que yo. Más tarde llegaron dos chicas, vascas ellas, una de las cuales no anda muy bien debido a dolencias propias del camino. Los dos primeros chicos que avisté en la plaza se marcharon pronto y nos quedamos los cuatro con la indecisión de cada uno sobre el seguir o no hasta el próximo albergue. La decisión llegó pronto dado que en el único bar que hay aquí nos han dicho que en el siguiente pueblo, que es Puente la Reina de Jaca, no hay albergue. Esto, junto con los achaques de cada uno, nos ha acabado de decidir y los cuatro hemos decidido quedarnos aquí. Han sido decisiones tomadas por cada cual individualmente, salvo en el caso de las chicas vascas que toman sus decisiones conjuntamente ya que vienen juntas al Camino.
El pueblo, en sí, no tiene ningún tipo de servicios, únicamente, como he dicho, un pequeño bar y una panadería. Por suerte para nosotros, también tiene piscina, regentada por un inglés, al que no le gusta el estilo de vida de Londres, afincado en el pueblo vecino de Arrés, a diez kilómetros de aquí. Un pincho de tortilla y tres filetes de lomo me han bastado para comer, mientras mi compañera, Mariola, la chica con la que coincidí en Jaca, tomaba un baño. Para cenar he pedido otro bocadillo aunque ahora mismo estoy sopesando la posibilidad de dejarlo para el desayuno de mañana dado que el bar estará cerrado a la hora de marchar y no es cuestión de arriesgarse a caminar demasiado sin desayunar.
En estas circunstancias, llega un momento en el camino en el que el hecho de haber coincidido 2 días con las mismas personas crea un vínculo especial con ellas y facilita la relación de manera que nos parece que llevásemos 2 semanas juntos. Así es de intensa la convivencia con algunos peregrinos. Y entonces, uno se pregunta si es la casualidad la que ha traído a dichas personas a cruzarse en mi camino, que también es el suyo, o hay, lo que hoy se llama una sincronicidad –es decir, que nada sucede porque sí, casualmente- . En fin, uno tiende a creer que es lo segundo aunque…
En las dos ocasiones en que he estado en el camino me ha sucedido lo mismo. Se empieza compartiendo un techo y se acaba compartiendo aquello que tienes en la mochila. Luego vienen las caminatas juntos, las vivencias compartidas, las charlas con unos y otros… Por eso, cuando alguien me pregunta, antes de partir, si voy sólo y contesto que sí y observo sus gestos de extrañeza, me acuerdo cuan fácil me ha sido a mí encontrar gente que también camina sola y está dispuesta a compartir su tiempo con alguien que le es totalmente desconocido. La verdad es que es así de fácil si uno va abierto a conocer y a compartir. Por eso animo siempre a quien quiere hacer el Camino a que lo haga sol@. La compañía, si uno quiere, está ahí, le sale a uno al encuentro. Es lo que tiene el camino. Todo y que en soledad, si uno así lo decide, también es muy agradable caminar.
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