11/7/2009
Después de los 28 kilómetros de ayer, la etapa de hoy nos parecía, a priori, pan comido. No tardamos demasiado en comprobar cuan equivocados estábamos. Si bien los primeros 4-5 kilómetros discurrían por el llano y, además, por un sendero que atraviesa un robledal seguido, inmediatamente, por otro sendero que atraviesa un verdadero y espeso túnel de vegetación que nos proporcionaba agradable sombra y frescor. Una vez acabado este tranquilo tramo, el camino se ensancha y empieza a ascender. Curvas y contra curvas no nos dejaban ver el final de la pendiente que cada vez se endurecía más y más. Nos animábamos unos a otros diciéndonos que parecía que el final de la pronunciada cuesta estaba cerca, seguramente tras la siguiente curva, o tras el siguiente cambio de rasante, pero ello no era así. Alternativamente nos íbamos turnando en hacer este tipo de comentarios con la mejor intención del mundo, la de conseguir que ninguno de nosotros se desanimara añadiendo un obstáculo más a las dificultades que el propio camino nos presentaba: fuerte pendiente y aplastante calor. Y aunque el camino discurría atravesando un bosque casi interminable de pinos, el camino era demasiado ancho y los árboles se encontraban muy retirados del amplio sendero, con lo que no proporcionaban sombra a los cansados peregrinos. Únicamente las bromas y comentarios jocosos por parte de los cuatro impidieron que alguno de nosotros desfalleciera, estoy pensando en mí. En un momento dado, llegamos a la altura de los dos barceloneses que, habiendo salido antes que nosotros, se habían sentado a descansar y a fumar un cigarrillo. Más tarde supimos que, después de esto, sufrieron lo suyo en la dichosa e interminable cuesta y que hubiesen podido tener algún problema serio si no llega a ser por la ayuda que les prestó alguien que pasaba con su coche por allí y les ofreció agua, ya que la suya se les había agotado. Finalmente acabamos la interminable cuesta y llegamos al llano para el alivio de todos. Aún así quedaba como un tercio de la etapa por finalizar, con un sol implacable encima de nosotros. Acabado el llano empezamos una fuerte bajada que discurría por un tramo de una antigua calzada romana que venía de Jaca y sobre la cual el camino se sobrepone. Llegados al pie del pueblo de Urdués de Lerda, ya en la provincia de Zaragoza, que también se encuentra en un alto, como casi todos los que hemos visto en la etapa de hoy, comenzamos la fuerte subida final al pueblo, de algo menos de 300 metros de recorrido y que nos llevaría al albergue, que para más INRI, estaba en lo más alto del pueblo. No llegué a dar 10 pasos en esta subida cuando supe que iba a sufrir lo indecible para poder llegar arriba. Estaba exhausto y me quedé totalmente vacío de energía. Cada paso que daba me producía un dolor insufrible en las piernas, desde la planta de los pies hasta los glúteos y caderas. Buscaba una sombra con desesperación y la distancia entre una y otra se me antojaba imposible de recorrer. Jone, la de Bilbao, se percató de mi situación y no me dejó ni un solo momento. Las otras dos, Oihane y Mariola, siguieron hasta el final de la cuesta desde donde me daban ánimos diciéndome que ya era el final y que había sombra y, lo mejor de todo, que corría una fresca brisa. Sin embargo, yo era incapaz de dar un paso más y aproveché la sombra de un solitario árbol para quitarme la mochila e intentar recuperarme. A todo esto, los dos catalanes a los cuales habíamos dejado atrás, llegaron a nuestra altura –Jone seguía junto a mí- y uno de ellos se ofreció a llevarme la mochila hasta el final de la cuesta, a lo cual yo me negué. Al camino viene cada uno con lo suyo y nadie se debe responsabilizar del equipaje que cada cual trae. En esto, yo había intentado incorporarme y me mareé. Uno de los dos José –así se llaman ambos- asió mi mochila con la mejor intención del mundo y yo insistí en que no lo hiciera. Se lo agradecí y le expresé mi opinión sobre el asunto. Jone le rogó que dejara la mochila y que respetase mi voluntad. Así lo hizo. Por mi parte, tome la mochila y me la eché al hombro, cubriendo como pude los últimos metros de la condenada subida. Después de recuperar el resuello, continuamos hasta llegar al bar donde preguntamos por el albergue. Aprovechamos para descansar y tomar alguna bebida refrescante que nos ayudara a recuperarnos de la sofocante etapa y del mal trago que yo acababa de pasar.
Una vez instalados en el albergue, que se encuentra en el tercer piso de un antiguo edificio propiedad del Ayuntamiento, llegó el novio de Jone - Lier se llama el joven - que traía consigo a Maite, amiga pamplonesa de su novia, quien también se incorporaba al camino en este lugar. Mientras intentábamos dormir la siesta, Lier se puso a preparar unas tostadas untadas de sabroso queso Gorgonzola que ofreció a cada uno de nosotros además de un pinchito de medio huevo duro rematado con atún y mahonesa que nos supo a gloria a todos. Exquisita merendilla y, pensé yo, sólo le faltaba haber traído un cervecita fresca para acompañar. Entre bromas, chistes y risas dieron las 7,30 de la tarde, hora de cenar en el bar. Un rato antes, Mariola y yo habíamos ido al bar a tomar una clara. Fueron, no una, sino tres las que nos bebimos, suficientes para que cogiéramos lo que se llama el puntillo y empezásemos a reír hasta desternillarnos. El motivo, en este caso, fue el nombre de nuestras compañeras vascas: Oihane i Jone. Tienen cierta similitud en su pronunciación y nosotros los confundíamos constantemente en los primeros días que caminamos juntos. Le adjudicábamos a cada una el nombre de la otra y tardamos algún tiempo en llamar a cada cual por su nombre. Después, dimos un paseo por el bonito pueblo y, una vez puesto el sol, nos fuimos al albergue a descansar, no sin antes despedir a Lier, que se marchaba, y agradecerle su generoso gesto de la merienda. Cuando se acercó a mi para saludarme y despedirse yo le agradecí su generosidad para con nosotros llamándole Lumbier en lugar de Lier, lo que provocó nuevas risas entre nosotros.
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