10/7/09
Utilizando un símil del Tour de Francia, la etapa de hoy ha sido haute categorie . Y es que han sido 28 kilómetros y 9 horas andando y, afortunadamente, algunos momentos de calor sofocante, dependiendo ello de la orientación del camino, que empezó con largas rectas pero acabó con constantes curvas y contra curvas, subidas y bajadas. Aunque no era mi pretensión, he establecido mi propio record de distancia recorrida, en un sólo día, en el Camino. Me parece increíble pero es verdad, he podido sentir cada uno de los kilómetros en mis pies, en mis piernas, en mis glúteos, en mis caderas, tales son las partes de mi cuerpo que tengo más doloridas. No hace falta decir que no lo repetiré en lo que me queda del Camino aragonés. Ha sido una experiencia puntual en la cual ha tenido mucho que ver el hecho de ir acompañado por, quienes llamo para mí, mis chicas. Me refiero a las tres compañeras de caminata que conocí en Jaca, las dos vascas, de Bilbao para más señas, y la zaragozana trotamundos. Obviamente, nos hemos conocido en el camino y hemos decidido hacer la etapa juntos. Durante el camino, le he comentado a una de ellas, Jone -la otra se llama Oihane- que sin ellas yo no me hubiera atrevido a hacer semejante distancia. De hecho, las dos chicas vascas, cuyos nombres nos resultan difíciles de recordar a Mariola –la chica trotamundos- y a mí, ya tienen experiencia en etapas de este calibre ya que hicieron Somport-Jaca de un tirón o sea algo más de 30 kilómetros en el primer día de camino. De cualquier manera, llevábamos un as guardado en la manga: en Sta. Cilia, la hospitalera nos dijo que, llegado el caso, podíamos llamar al albergue de Artieda, que es donde nos encontramos ahora, ya que disponen de un taxi y no sería la primera vez que salen al encuentro de algún peregrino necesitado, claro está, abonando el servicio. No ha sido éste nuestro caso y hemos llegado a Artieda por nuestros propios pies aunque visiblemente cansados. Por lo demás, el resto de la tarde la hemos pasado holgazaneando y esperando la hora de cenar. Tras la cena, que ha sido en los bajos del albergue, hemos recorrido el pueblo, muy arregladito él, con sus casas de piedra recientemente reformadas y maravillosas vistas al Pirineo y al embalse de Yesa. Después del agradable paseo, nos recogimos en el albergue y nos dispusimos a gozar de un merecido descanso, no sin antes escuchar la historia del fantasma de la Torre de Londres que nos contaba Mariola. Nuestra compañera trotamundos resulta que trabajó doce años en Londres y uno de los trabajos lo ejerció en la citada torre. Pues bien, en ella habitaba, si es que se puede decir que los fantasmas habitan, el fantasma de un hermano de Ana Bolena, George se llamaba, cuya alma vaga en dicho edificio espantando a los empleados incrédulos que allí trabajan. Según nos contaba Mariola, lo primero que se les decía a los nuevos empleados era que cada mañana, al iniciar la jornada, había que ser educado con George y saludarlo con un protocolario “good morning, George”. A los incautos que no procedían a poner en práctica tal protocolo, el fantasma no les dejaba en paz y él mismo se encargaba de hacerles creer mediante diversas fechorías que no producían más daño que el susto que se llevaban. Con los fantasmas, pues, como con las brujas, creer, lo que se dice creer, no hay que creer, pero haberlos haylos, como bien atestigua nuestra compañera de andanzas. Así, llegamos al momento de los contagiosos bostezos y poco después estábamos durmiendo.
Utilizando un símil del Tour de Francia, la etapa de hoy ha sido haute categorie . Y es que han sido 28 kilómetros y 9 horas andando y, afortunadamente, algunos momentos de calor sofocante, dependiendo ello de la orientación del camino, que empezó con largas rectas pero acabó con constantes curvas y contra curvas, subidas y bajadas. Aunque no era mi pretensión, he establecido mi propio record de distancia recorrida, en un sólo día, en el Camino. Me parece increíble pero es verdad, he podido sentir cada uno de los kilómetros en mis pies, en mis piernas, en mis glúteos, en mis caderas, tales son las partes de mi cuerpo que tengo más doloridas. No hace falta decir que no lo repetiré en lo que me queda del Camino aragonés. Ha sido una experiencia puntual en la cual ha tenido mucho que ver el hecho de ir acompañado por, quienes llamo para mí, mis chicas. Me refiero a las tres compañeras de caminata que conocí en Jaca, las dos vascas, de Bilbao para más señas, y la zaragozana trotamundos. Obviamente, nos hemos conocido en el camino y hemos decidido hacer la etapa juntos. Durante el camino, le he comentado a una de ellas, Jone -la otra se llama Oihane- que sin ellas yo no me hubiera atrevido a hacer semejante distancia. De hecho, las dos chicas vascas, cuyos nombres nos resultan difíciles de recordar a Mariola –la chica trotamundos- y a mí, ya tienen experiencia en etapas de este calibre ya que hicieron Somport-Jaca de un tirón o sea algo más de 30 kilómetros en el primer día de camino. De cualquier manera, llevábamos un as guardado en la manga: en Sta. Cilia, la hospitalera nos dijo que, llegado el caso, podíamos llamar al albergue de Artieda, que es donde nos encontramos ahora, ya que disponen de un taxi y no sería la primera vez que salen al encuentro de algún peregrino necesitado, claro está, abonando el servicio. No ha sido éste nuestro caso y hemos llegado a Artieda por nuestros propios pies aunque visiblemente cansados. Por lo demás, el resto de la tarde la hemos pasado holgazaneando y esperando la hora de cenar. Tras la cena, que ha sido en los bajos del albergue, hemos recorrido el pueblo, muy arregladito él, con sus casas de piedra recientemente reformadas y maravillosas vistas al Pirineo y al embalse de Yesa. Después del agradable paseo, nos recogimos en el albergue y nos dispusimos a gozar de un merecido descanso, no sin antes escuchar la historia del fantasma de la Torre de Londres que nos contaba Mariola. Nuestra compañera trotamundos resulta que trabajó doce años en Londres y uno de los trabajos lo ejerció en la citada torre. Pues bien, en ella habitaba, si es que se puede decir que los fantasmas habitan, el fantasma de un hermano de Ana Bolena, George se llamaba, cuya alma vaga en dicho edificio espantando a los empleados incrédulos que allí trabajan. Según nos contaba Mariola, lo primero que se les decía a los nuevos empleados era que cada mañana, al iniciar la jornada, había que ser educado con George y saludarlo con un protocolario “good morning, George”. A los incautos que no procedían a poner en práctica tal protocolo, el fantasma no les dejaba en paz y él mismo se encargaba de hacerles creer mediante diversas fechorías que no producían más daño que el susto que se llevaban. Con los fantasmas, pues, como con las brujas, creer, lo que se dice creer, no hay que creer, pero haberlos haylos, como bien atestigua nuestra compañera de andanzas. Así, llegamos al momento de los contagiosos bostezos y poco después estábamos durmiendo.
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