Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

martes, 4 de agosto de 2009

Camino aragonés: octava etapa

13/7/2009

En Sangüesa se plantea al peregrino el dilema de optar por el camino tradicional pasando por Rocaforte o desviarse por el camino que pasa por esa maravilla natural que es la Foz de Lumbier, que se encuentra tras haber pasado el pueblo del mismo nombre. Nosotros escogimos este último recorrido pues no queríamos perdernos la Foz por nada del mundo. En Lumbier paramos a desayunar pues habiendo partido a las 5,30 de Sangüesa llegamos a Lumbier y nos detuvimos a reponer fuerzas. En la terraza exterior de una cafetería-panadería nos sentamos y pedimos unos pinchos vegetales (yo los llamaría bocadillos). Yo, como soy un hambrón y como con la vista, pedí un pincho doble, ya que me imaginaba que el pincho normal sería un pequeño bocadillo. Cuando los trajeron me percaté de que eran justamente del tamaño que yo quería, con lo que me imaginé cómo sería el mío. Pronto pude comprobarlo. Cuál fue mi sorpresa cuando vi el pincho doble que me correspondía y cuál sería la cara que puse que mis compañeras echaron a reír y hacían gestos de que me lo tenía que comer todo. Empecé por partirlo por la mitad y una vez hube terminado mi parte, hice tres trozos de la otra mitad y entre todos dimos buena cuenta de ellos.

Dejamos Lumbier y pronto llegamos a la Foz. Cruzamos el primer túnel ayudados por las linternas y entramos de pleno en otro paisaje. Dos enormes farallones encauzan el río Irati en este paraje. Majestuoso, magnífico paisaje. En la cima de los enormes paredones los buitres esperaban las corrientes convectivas que se formarían una vez el sol calentara el aire del lugar para elevarse en el cielo de la Foz y buscar así su alimento diario. Hicimos algunas fotos y nos extasiamos admirando el cañón. Maite nos dijo que los túneles y el camino que seguíamos habían sido antaño una vía de ferrocarril en cuyo tren había trabajado su abuelo, de maquinista creo recordar que dijo. Pronto salimos del cañón que no es demasiado largo. El resto de la caminata no fue tan agradable. Enseguida nos encontramos con un cartel que advertía del desvío provisional del camino, por obras, a través de la carretera. Esto nos produjo una gran contrariedad ya que suponía hacer unos cuantos kilómetros por carretera subiendo el puerto de Loiti que se alzaba a partir de allí. Decidimos hacer caso omiso de la advertencia y continuamos por el camino. Anduvimos 3 kilómetros y, si bien veíamos a lo lejos las obras de la autovía Pamplona-Jaca, no nos parecía a nosotros que nos fuésemos a topar con ellas. Por dos veces más nos encontramos carteles idénticos que advertían del desvío del camino por obras y por dos veces más decidimos no prestarles atención. Craso error, pues en un par de kilómetros íbamos a percatarnos del porqué de los carteles. De pronto el camino quedaba cortado literalmente por las obras de la autovía y un enorme terraplén de tierras removidas se alzaba ante nosotros. No podíamos volver por donde habíamos venido de modo que decidimos escalar dicho obstáculo, lo cual no fue fácil. Finalmente, con muchas dificultades, llegamos hasta la misma explanación que las enormes máquinas habían hecho del terreno del collado y en el justo momento en que daba el último paso para acceder a ella caí hacia delante, con la mala suerte de que llevaba aún el frontal con el que me alumbré en los túneles en el bolsillo derecho y hacia ese lado precisamente me caí, con lo que me clavé el mismo en el muslo y un fuerte dolor se instaló en mi pierna. Me lo tomé con humor y le quité hierro al incidente. Seguimos adelante y pronto alcanzamos la carretera, que ya no dejaríamos hasta llegar a Izco, donde nos encontramos hoy, alojándonos en un pequeño albergue con escasos servicios. Tan pequeño es el pueblo que no tiene ni bar ni tienda con lo que se nos planteaba el problema de abastecernos para comer. El hospitalero nos ofreció su despensa en la cual guardaba, para vender, algunos productos en conserva para salir del paso. Compramos algunos de ellos y alguna bebida en el bar de la Sociedad, del cual él es el encargado, y las pusimos en una pequeña nevera que había en el comedor. Algo más tarde, con lo que habíamos comprado hicimos una magnífica ensalada mixta que todos devoramos con deleite.

Junto al albergue había una piscina y todos nos hicimos la ilusión de que podríamos darnos un refrescante baño en ella. Pero de la ilusión pronto pasamos a la desilusión cuando nos dijeron que era privada, de algunos vecinos del pueblo, y que, por lo tanto, no la podían utilizar los peregrinos. El resto de la tarde la dedicamos a las rutinas típicas del camino: lavar la ropa, tenderla, hacer la siesta… A las 6 de la tarde fuimos a la iglesia del pueblo, pues nos habían dicho que alguien se acercaría a abrirla y nos la enseñaría. Resultó ser una estudiante de 4º de Historia del Arte, quien no se limitó a enseñárnosla sino que, además, nos contó lo que sabía de la historia de la iglesia y nos explicó algunos detalles artísticos de la misma así como sus disputas con el párroco acerca de la interpretación que cada uno hacía de ciertos elementos arquitectónicos y artísticos de la misma.

Más tarde, el hospitalero nos ofreció la posibilidad de visitar el taller en el cual trabaja como escultor en el mismo pueblo y nosotros aceptamos encantados la invitación. Teníamos mucha curiosidad por ver como era el taller de un artista. Nos lo enseñó y pudimos admirar las obras que allí tenía. La visita fue realmente interesante.

Para cenar le compramos al hospitalero unos sobres de sopa y de macarrones. Los hicimos con más agua que otra cosa y esa fue nuestra cena del día.

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