Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

sábado, 6 de agosto de 2011

Camino del Norte: décimo-séptima etapa

11/7/11

No acabo de entender lo que está pasando. Empiezo a dudar sobre mi cordura. Me sorprendo a mi mismo pensando, sospechando que he vuelto atrás en el tiempo. Me explico: el día 27/7/10, ¿ayer?,  abandonaba el Camino, muy a mi pesar, debido a una gastroenteritis que me dejó sin fuerzas para continuar mi peregrinar y volvía a Terrassa, a mi hogar, cansado, débil, sin energía, desanimado y, hoy, me encuentro de nuevo en el Camino, en el primer pueblo de Asturias con albergue: Colombres. Esta es la etapa que hubiese hecho el día 27 de julio si no hubiese padecido esa gastroenteritis que me apartó del Camino. ¿Realmente me apartó? Todo son dudas, todo son preguntas y no hallo respuestas. La gastroenteritis ha desaparecido, sin rastro de ella, y tengo la energía necesaria para acometer las largas caminatas que me esperan. ¿Cómo he llegado hasta aquí?  ¿Cómo es que habiendo acabado mi camino el 27 de julio, hoy es 11 de julio? De nuevo la sospecha: ¿no habré saltado en el tiempo, hacia atrás? Y, entonces, ¿cómo es que no estoy en el principio del Camino del Norte? Ciertamente estoy cansado. Ciertamente he caminado 18 kilómetros. Ciertamente estoy en Asturias. No entiendo nada.
Bien, dedicaré mi energía y mi tiempo, ahora que he cumplido con las rutinas típicas del camino, a poner negro sobre blanco lo acontecido en esta etapa. Dejáremos para más adelante el afronte de las dudas que me asaltan.
Hoy me he despertado a las 6,30, bueno, más exacto es decir que me han despertado. El hospitalero ha venido a esa hora a despertar a su ayudante para que fuera a comprar el pan del desayuno y, sin pretenderlo, me ha despertado a mí. El caso es que ayer cuando llegué al albergue de San Vicente de la Barquera para pasar la noche, algo tarde, el albergue estaba casi lleno. Sólo quedaban 2 camas, más una libre en la habitación del  ayudante del hospitalero, un joven paraguayo, que, no sé porqué, se ofreció a compartir conmigo. Sin dudarlo, acepté la invitación y me instalé en su habitación, la única privada del albergue, por lo que pensé que descansaría mejor. Enseguida cambié de opinión pues la habitación era pequeña y las pertenencias de mi anfitrión se hallaban desordenadas aquí y allá con lo que me tuve que adaptar a las circunstancias. Además, comprobé que cuando se cerraba la puerta, el olor a humedad, a cerrado, a humanidad era casi insoportable por la falta de ventilación. Bien, no me echaría atrás, ya estaba decidido, me quedaba allí.
Una vez instalado me dirigí al comedor. En la cocina se estaba preparando la cena que se haría en comunidad. Alguno de los que estábamos presentes ayudamos en lo que se nos pidió y poco después comíamos en comunidad una frugal cena. Me acosté enseguida que acabé y me dispuse a relajarme escuchando música del mp3. Creo que estuve toda la noche con los auriculares puestos, escuchando música, pero no recuerdo haber acabado de escuchar ninguna canción ni el comienzo de la siguiente, por lo que deduzco que he debido de dormir y me he ido despertado de vez en cuando, de ahí la sensación de haber escuchado música toda la noche. Cuando se hubo levantado el ayudante del albergue pronto se percibió el olor a pan tostado y esa fue la señal que me llevó a levantarme: el desayuno se estaba preparando. Me levanté y después de asearme me dispuse a imitar a los peregrinos más madrugadores que ya estaban sentados en la mesa, desayunando. Decepción: el pan no estaba tostado. Debía de ser, pues, para el hospitalero y su ayudante. Pan, mantequilla, mermelada y café con leche. Algunas galletas rellenas de chocolate también formaban parte del menú pero estaban algo rancias. Más no se trataba de un hotel, sino de un albergue del Camino, y no había lugar a reclamaciones. Luis, el hospitalero, y Sofía, su mujer, ambos jubilados, regentan este albergue con la ayuda del joven paraguayo, compañero de habitación esta noche, y ocupan su tiempo en ello sintiéndose, así, útiles en su madurez. Luis, algo hosco en sus formas, no tiene buena fama entre algunos peregrinos que pasaron por este albergue y no se debieron sentir bien acogidos o tratados, expresándolo después en algún foro en Internet sobre el Camino del Norte donde, quien quiere, puede expresar sus opiniones sobre este o aquel albergue. Sin embargo, hay opiniones para todos los gustos y otros peregrinos se deshacen en elogios hacia ellos. En fin, cada cual cuenta las cosas según le va.
En cuanto a mí, si en un principio dudé sobre si irme a una pensión a pernoctar o al albergue, finalmente no tuve más remedio que optar por la segunda opción, ya que olvidé la credencial en casa y únicamente en el albergue podía encontrar una nueva, así que hacia él dirigí mis pasos. Cuando llegué, entré en el salón comedor y di las buenas tardes. Nadie me contestó. ¿Quizás porque todos  eran extranjeros? Me acerqué a una mesa situada a la izquierda de la puerta por la cual accedí al salón y creí ver el libro de inscripción de peregrinos. Digo que creí ver porque había un gato cómodamente tumbado sobre él, medio adormilado. La verdad es que era precioso, blanco con manchas de color canela y el rabo a rayas  del mismo color, muy limpio y aseado. Enseguida me acordé de mi gato aunque éste no tiene manchas de color canela sino de gris ennegrecido. Se llama Yagui, me dijo Sofía, la mujer del hospitalero, maestra jubilada.
El camino de hoy, de 18,5 kilómetros, de los cuales 15 han transcurrido por carretera, eso sí carreteras locales, con poco tráfico, lo cual es de agradecer pues el asfalto y los coches no son buenos amigos del peregrino. El paisaje, el típico de Cantabria: rías, monte, eucaliptos, prados con cabras, vacas, ovejas y caballos pastando… ciertamente hermoso pero muy monótono. El tiempo no ha sido acogedor. Tanto ayer, cuando llegué procedente de Santander, como hoy, ha estado nublado y ayer, al atardecer, una finísima lluvia lo impregnaba todo de minúsculas gotas de agua. Esta mañana, al partir, han asomado entre las nubes unos tímidos rayos de sol que, por poco tiempo, me dieron la esperanza de tener un día claro y soleado que es como se aprecia la verdadera belleza de estos paisajes, pero no ha sido así. Resignación. Ahora mismo hace fresco, aquí, donde estoy sentado en una mesa sita en la plaza del pequeño pueblo donde me hallo escribiendo estas letras. La tarde está gris, plomiza y, de cuando en cuando, diminutas gotas de agua me recuerdan que estamos en el Norte. Decido irme a la terraza de un bar cercano que está a cubierto de la lluvia. Allí sigo escribiendo este diario. Me encuentro con Manuel, un peregrino de Caiz, que, noto yo, va algo puesto. Le invito a tomar algo y lo rechaza pues acaba de tomarse un chupito. Por su estado, deduzco que ha sido más de uno. -No quiero seguir bebiendo, pues es muy temprano aún para coger el tono y queda mucha tarde, me dice. Se sienta conmigo pero pronto se marcha. Culo de mal asiento, este gaditano.
Nos alojamos en el polideportivo municipal a cambio de 3 euros. Hay colchonetas y tumbonas para dormir y duchas con agua caliente a nuestra disposición. Poco a poco van llegando peregrinos, aunque no muchos. Lo que sí llega es gente del pueblo, sobre todo jóvenes, que o bien participarán en un torneo de futbol sala que se celebraría entre las cinco  i las 9 de la tarde o bien serían espectadores del mismo. En cuanto a nosotros, nos conformamos con lo que hay y yo  dedico el resto de la tarde a ver el torneo. Finalmente, hacia las diez de la noche todo el mundo ha marchado y algunos peregrinos deciden dormir en la misma pista sobre las colchonetas de judo habilitadas para tal menester. Yo decido quedarme en la tumbona, en la parte alta del polideportivo, donde está  el gimnasio.
A última hora del día, me asaltan de nuevo las dudas y las preguntas acerca de ese salto en el tiempo, mencionado al principio, que, ahora, cuando estoy a punto de acostarme, empiezo a dudar que haya sido hacia atrás.