19/7/11
Avilés-El Pito (Cudillero): 27 km. Nada que contar respecto de la visita de ayer al Niemeyer ya que no hubo tal visita. Era lunes y el Centro Cultural estaba cerrado por descanso semanal, de manera que la tarde de ayer la dedicamos a dar una vuelta por el casco histórico de Avilés y poca cosa más.
La etapa de hoy ha sido, nuevamente, una etapa dura, no tanto por longitud, que también, sino por su perfil de dientes de sierra. Y es que las subidas y bajadas han sido constantes. Pero si ello era poco, apareció la lluvia que cayó durante todo el trayecto aunque de una manera discontinua, lo que nos obligaba a poner y quitar una y otra vez el chubasquero. Por momentos salía el sol y nos obligaba a quitárnoslo ya que se hace muy incómodo el caminar en verano con el chubasquero, dado su nula transpiración. Minutos después, volvía a llover y vuelta a empezar. Además, hay que añadir los tramos de carretera que se han hecho casi interminables cuando no los senderos casi intransitables por el agua y el barro. Todo ello ha puesto una nota de dificultad añadida a la propia de la distancia recorrida.
Salimos cuatro peregrinos, juntos, de Avilés cuando eran las 7 de la mañana. Paramos a desayunar en el primer bar que vimos abierto y continuamos nuestro camino pronto ya que nos esperaba una buena etapa como he referido antes. Hoy me acompaña en el camino Pepe, valenciano él, algún año mayor que yo y al cual conocí ayer en el camino. También me acompañan, o acompaño yo, una pareja que conocí en Llanes, el día de la gran lluvia. Ella, Susana, es maestra en una escuela concertada de Murcia, él, Jesús, es licenciado pero no tiene trabajo, uno más de tantos miles y miles de jóvenes, universitarios o no, que no han encontrado aún su lugar en el mundo laboral. A ella la conocí en la etapa que nos llevaba a Llanes, como he dicho. Iba sola y cojeando y le ofrecí mi compañía sabedor que las penas en compañía son menos penas. Me lo agradeció y me dijo que su pareja iba delante, que no era necesario. Le ofrecí, entonces, uno de mis dos bastones ya que entendía que en la pronunciada bajada por la que transitábamos le podría ser de utilidad -me había explicado que andaba algo delicada con la rodilla-. Volvió a agradecérmelo y volvió a rechazar educadamente la oferta. Seguí mi camino y más tarde me la encontré en el albergue al igual que a Jesús, su pareja. Le pregunté por sus dolencias y me dijo que se encontraba mejor.
El caso es que partir juntos no significa llegar juntos y este fue el caso de Pepe, el valenciano, que aceleró su ritmo en un momento dado y ya no le volvimos a ver el pelo. Nos dejó a los tres atrás, a nuestro ritmo, ya que cada cual tenía motivos sobrados para no acelerar el paso. Jesús, comienza a padecer tendinitis en una rodilla y al llegar al último tercio de la etapa se resiente visiblemente de ella y su cojear era cada vez más evidente.
Con Pepe habíamos convenido en reservar habitación en un hotel al finalizar la etapa y faltándonos aún algún km para acabar nos llama desde el hotel para comunicarnos que ya había llegado y que estaba confirmada la reserva del hotel, de manera que yo compartiría habitación con él por aquello de compartir gastos. Nosotros tardamos una hora más en llegar y como era tarde, nos fuimos directamente al restaurante después de haber dejado la mochila en la habitación. Dimos cuenta de un menú contundente, además de barato, después de lo cual volvimos al hotel para llevar a cabo las rutinas, ya sabidas, del camino. Al acabar nos esperaba una reparadora siesta. Al atardecer, bajamos a Cudillero y nos sentamos en una de sus numerosas , junto al mar. Comentamos los planes para el camino del día siguiente. De los cuatro, tan sólo Pepe quería volver a hacer una etapa de veintitantos km. Susana, Jesús y yo decidimos hacer una etapa corta, de tan sólo 13 km, pues nuestro estado físico nos aconsejaba un relativo descanso. Yo seguía con las molestias en el talón y me ha salido la primera ampolla de este año en el dedo pequeño del pie derecho, justo ahora que empezaba a no notar el callo del mismo pie. Ya en anteriores años en el camino, me había salido una ampolla en el mismo sitio y recuerdo haber pasado unos días con molestias. Picoteamos algo y cuando nos dimos cuenta ya eran las diez. Llamamos un taxi del cual nos habían dado el teléfono en el hotel, ya que subir al hotel desde nos encontrábamos después de haber andado 27 km por la mañana era un poco descabellado. No respondía y empezamos a sospechar que quizás ya era tarde para encontrar un taxi. Me veía subiendo penosamente a pie hasta el hotel. Preguntamos en un bar, junto a la parada de taxis, y nos dieron otro número de teléfono para que probáramos suerte. Afortunadamente, en ese sí respondieron. Enseguida llegó a donde nos encontrábamos y nos subió al hotel por tan solo cuatro euros.