Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

domingo, 7 de agosto de 2011

Camino del Norte: décimo-octava etapa


12/7/11
Retomo el asunto del misterioso salto en el tiempo, que, a estas alturas, ya lo doy como un hecho ¿real? Estoy convencido, como decía ayer, que el salto ha sido hacia adelante, o sea que no es que haya retrocedido en el tiempo, como al principio creía, sino que he avanzado casi un año, exactamente 350 días. ¿Que cómo lo sé? ¿Que cómo puedo ser tan exacto? Primero, me he percatado –no sé cómo no lo hice antes-  de que el año no era 2010, como yo daba por supuesto, sino 2011. La exactitud en el cálculo viene de restar 16 días, que son los que tardé en el tramo Irún-San Vicente de la Barquera  a los 366 días que tiene el año. Así pues, establecido que ha habido un salto en el tiempo hacia adelante, todo se centra ahora en explicar cómo ha sido posible ello. En principio se me ocurre que pueda tratarse de un salto cuántico, Precisamente con eso se especula en la física cuántica más actual. De todas maneras, no hay nada definitivo en torno a esos saltos cuánticos y son especulaciones más o menos argumentadas con fundamentos, eso sí,  en la Física cuántica. ¿Cómo explicarlo a nivel del común de los mortales? No lo sé. No tengo ni la más remota idea. He dudado mucho antes de transcribir aquí estos pensamientos pero, so pena de parecer un loco, me he decidido al fin. No he podido obviarlo y hacer ver que nada ha pasado cuando yo sé positivamente que algo ha ocurrido con el tiempo, con mi tiempo, en el transcurso del último año.
El caso es que, teóricamente,  se sabe que las partículas subatómicas pueden saltar en el tiempo, hacia adelante o hacia atrás, incluso estar en dos tiempos a la vez. Se sabe, también, que el tiempo, tal y como lo concebimos, no existe a nivel cuántico. Puestos a especular hay quien afirma que las partículas cuánticas pueden viajar al futuro y obtener información  para regresar al presente y utilizar, así, esa información aquí y ahora. ¿No podría ser esto la explicación de lo que llamamos intuición, un conocimiento que nos viene no se sabe de dónde pero que no nos llega por los canales habituales? Dejemos la física cuántica y volvamos a la realidad que se nos impone aunque también hay quien dice que la realidad la creamos nosotros mismos, nuestro cerebro. Pero volvamos al día a día del Camino.
Durante buena parte de los veintitantos kilómetros de la etapa de hoy que ha transcurrido entre Colombres y Llanes, en la parte oriental de Asturias, he venido pensando que ésta era la etapa más dura en los cinco años que vengo haciendo el Camino. Ahora explico por qué.
Salí a las 7 de la mañana del polideportivo donde me alojé anoche. Había estado lloviendo durante toda la noche y a veces con intensidad pues me despertó el ruido de la lluvia en varias ocasiones. La noche no empezó nada bien ya que deberíamos llevar una hora de silencio, después de irnos a dormir, cuando se empezó a oír  el sonido de lo que yo creí en principio que se trataba de petardos o cohetes en las cercanías del polideportivo. Al principio pensé que se trataba de la celebración de alguna fiesta en el pueblo pero enseguida me percaté de que con lo que estaba lloviendo difícilmente podrían estallar los petardos o lo que quiera que fuese. Así pues, ¿de qué se trataba? Cada vez sonaban más y más cerca. Algunos peregrinos se levantaron y todos nos mirábamos deseosos de saber lo que ocurriendo. Alguien se acercó a la puerta y salió fuera del recinto. Al poco volvió a entrar y el estruendo cesó. Explicó que se trataba de niños que lanzaban piedras contra el tejado metálico del pabellón deportivo. Inaudito, eran más de las 11,30  de la noche, estaba lloviendo con cierta intensidad y ¡había niños en las inmediaciones dispuestos a no dejarnos descansar! Estos hechos me desvelaron lo suficiente como para pasarme  toda la noche sin poder pegar ojo.
Cubrir la etapa me ha llevado 7 horas de camino. El albergue en que me alojo está en lo que fue en el pasado la estación de FEVE de Llanes (Ferrocarriles de Vía Estrecha). Durante el transcurrir de las horas, me he acordado a menudo de mi compañera y amiga Carmen, originaria de las tierras que en estos días piso y en concreto de Grado (Grao, como dicen las gentes del lugar) Y es que esta bellísima tierra no me está tratando muy bien que digamos. Me refiero al tiempo. Han sido 7 horas de lluvia continua, desde que salí hasta que he llegado, sin un solo minuto de tregua. Si a eso unimos el viento y el frío, por momentos; el sudor propio de ir con el chubasquero puesto, que si bien te protege de la lluvia por fuera, por dentro te empapa a causa del calor que uno mismo genera con el continuo subir y bajar del camino debido a que el plástico del que se compone no deja transpirar y ese calor se convierte en sudor que pronto lo empapa todo. Además, la niebla, que todo lo ha cubierto hoy,  me ha impedido apreciar la belleza del paisaje a la que aludía antes. El camino transcurre junto a acantilados que no he podido ver aunque intentaba imaginármelos pues en mi memoria permanecen aún los del camino en las etapas de Cantabria. El esfuerzo y la tensión han hecho el camino mucho más duro de lo que debe ser con un tiempo diferente y gracias a que fui previsor e hice acopio de frutos secos para prevenir eventualidades no he sufrido una de esas pájaras que en días anteriores me acontecieron. Me preguntaba, durante esos largos ratos de caminar en solitario, si podría haber algo peor en el Camino que lo que en aquellos momentos me estaba sucediendo y pronto descubrí que sí, que aún podía ser peor. A las dificultades meteorológicas se sumaron las dificultades orográficas propias del terreno por donde transcurre la etapa, con continuas subidas y bajadas, con fuertes pendientes, con caminos que más bien parecían arroyos por la intensidad de la lluvia que caía. Y todo ello concentrado en los últimos kilómetros, cuando ya el cuerpo empieza a estar ciertamente cansado.
El caso es que me puse a pensar que nada es perpetuo, que todo tiene su final, que la noche más larga nunca es eterna y otros pensamientos afines para no desanimarme. Empecé a pensar, también, el porqué de una etapa tan dura, en plena soledad, ya que apenas vi algún peregrino que pasaba fugaz en busca de la protección del albergue. Pronto me llegó la respuesta y no sé de donde, pero enseguida lo supe. Era la experiencia que me faltaba vivir en el Camino, nunca en mis cuatro años anteriores, había pasado una etapa como la que he acabado hoy, con lluvia, lluvia y más lluvia, añadida esta a las dificultades propias del camino como he mencionado anteriormente. Y eso es precisamente lo que necesitaba vivir, para poder superarme, para hacerme más fuerte, para tener confianza en mí mismo, de manera análoga a como ocurre en la vida misma. ¿Me depara el Camino alguna sorpresa más de este estilo? No lo sé y eso ahora no importa. Lo que venga será afrontado por mí como he hecho en el día de hoy. Eso es todo. Sólo sé que la Vida –y el Camino es una metáfora de la vida- nos depara aquellas vivencias, aquellas experiencias que necesitamos para nuestro propio crecimiento y también sé que no siempre coinciden con aquello que desearíamos para nosotros mismos. También sé que, en ocasiones, hemos de pasar varias veces por la misma experiencia hasta que finalmente aprendemos lo que hemos venido a aprender.
Acabando de escribir estas palabras tornan a mí la misma duda y la misma  inquietud con que acabé de escribir el diario de ayer: ¿salto cuántico en el tiempo? ¿Y si no se tratara de un salto en el tiempo? ¿Y si la explicación fuese más sencilla que todo esto? Entonces, si es así, ¿por qué no la veo aún? 

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