16/7/11
La Isla-Villaviciosa: 20 km. Curiosa etapa la de hoy. Salí a las 7 del al-bergue tras una noche en que apenas pegué ojo. A lo sumo 3 horas. No podía conciliar el sueño. Supongo que será la consecuencia de haber echado la siesta durante más tiempo del debido.
Al poco de dejar el albergue y salir a la carretera sentí la tentación de seguir por ella ya que estaba seguro de que acortaría distancia. Sin embargo, y aunque no había apenas tránsito, desistí de ello y, si bien anduve unas decenas de metros por ella, deshice mis pasos y volví al lugar donde la señal indica la continuación del camino de tierra. Enseguida el amplio camino se convirtió en un estrecho sendero casi intransitable, debido, primero, a la espesa vegetación que, por momentos, casi lo convierte en un túnel, y, segundo, al barro y al agua que lo hacían un lodazal difícil de transitar. Sin embargo, pronto coincidí en aquel tramo a tres peregrinas francesas a las que alcancé aunque dos de ellas pronto se retrasaron y caminé con la tercera, más o menos de mi edad, un buen rato. Se llamaba Corine y era muy simpática y abierta. En un castellano suficientemente fluido y comprensible, me contó que tenía ascendencia española por parte de sus abuelos paternos, de Sant Feliu de Guixols él, de Murcia ella. En plena conversación vimos que se acercaban, en dirección opuesta, a tres ciclistas con los cuales había intercambiado unas palabras el día de ayer. Se pararon y nos advirtieron de que más adelante habían cortado el camino ya que se estaba celebrando un rally cuyo recorrido transcurría en un buen tramo por el camino que seguíamos. Ellos volvían a tomar un itinerario alternativo. Nos despedimos no sin antes agradecerles el aviso y decidimos seguir adelante y ver cuál era la situación. Al cabo de media hora empezamos a ver muchos coches aparcados en los arcenes de la carretera y comprobamos la veracidad de lo que nos habían contado. Preguntamos y nos dijeron que tardarían unas 2 horas en dar de nuevo el paso libre. Nos dispusimos, pues, a buscar un lugar a la sombra para pasar ese rato ya que el sol picaba con ganas en la mañana. Poco a poco, se fueron uniendo a nosotros otros peregrinos que salieron después del albergue. Asimismo, un grupo de adolescentes de ambos sexos que iban de campamentos buscó refugio junto a nosotros. De esta manera, algunos nos dedicamos a pasar el rato viendo pasar los coches a toda velocidad, uniéndonos con ello a los numerosos espectadores que se habían concentrado en una curva apta para el derrapar de los vehículos, esperando captar la mejor foto o, quizás, el accidente de alguno de los coches que intentaban transitar por allí a la máxima velocidad. Y no tardó en llegar el accidente. Me percaté de ello cuando, estando tumbado en el suelo descansando y pensando en mis cosas, sentí un ¡oh! del público que enseguida se desplazó unos metros para ver mejor las consecuencias del siniestro. Me incorporé yo, igualmente, y pude observar cómo la gente intentaba ayudar al piloto a salir del atolladero empujando el coche, que se había salido de la carretera y estaba atrapado entre la espesa vegetación. Finalmente, lo consiguieron y el coche, aparentemente sin mayores desperfectos, pudo continuar su carrera contra el tiempo.
Cuando al cabo de un rato, mayor del que en principio estaba previsto, abrieron de nuevo el camino me dispuse a rehacer el mío. Me encontraba fuerte, de manera que probé a apretar el ritmo para comprobar cómo reaccionaba mi cuerpo. Y respondió como yo esperaba. Adelanté al grupo de adolescentes que fueron los primeros en partir y enseguida me quedé sólo en cabeza del numeroso grupo que allí se había congregado finalmente. Más tarde -hay que ver lo que hace la juventud- el grupo de muchachos y muchachas, me adelantaron a mí. Iban cantando canciones, con un espíritu alegre y dicharachero, sin apenas darse cuenta de la cuesta que estábamos subiendo o eso me pareció a mí.
El resto de la etapa la hice prácticamente sólo y, entre las continuas subidas y bajadas y el fuerte sol de las horas posteriores, llegué a Villaviciosa en torno de las tres de la tarde. Me quedé en el primer hotel que encontré y después comprobé que era también el más económico de la villa. No me lo pareció así cuando pregunté al recepcionista, ya que 55 euros la habitación individual no lo considero barato, precisamente. Al comprobar que era peregrino, el señor que me atendía, me dijo que podía facilitarme otra habitación con los mismos servicios pero que no se encontraba en el propio hotel sino en un edificio de planta baja, justo en frente, al otro lado de la carretera. Su precio, sensiblemente inferior: 30 euros. Me invitó a comprobarlo por mí mismo y, efectivamente, era una buena habitación de hotel, por lo que acepté la oferta. La razón de haber buscado hotel es que en esta población no disponen de albergue por lo que el peregrino únicamente tiene la opción de seguir su camino, y hacer unos cuantos km más, o detenerse aquí y buscar un alojamiento alternativo.
Tras comer en un restaurante que el recepcionista me indicó, apto para presupuestos de peregrino, me dirigí al hotel en la hora en que el sol se dejaba sentir con más fuerza. Eché una siesta y tras ello aproveché para lavar la ropa y tenderla en una estufa adecuada para este menester en el baño de la habitación. A continuación volví al pueblo, me senté en la terraza de un bar a escribir este diario y no pude sino escuchar la conversación de mis vecinos de mesa: el tiempo. Todo giraba en torno si el buen tiempo del día de hoy duraría algún día más. El camarero que les atiende afirmaba que mañana llovería, lo ha oído en la TV, sin embargo, los clientes manifiestan no estar de acuerdo y aseveran que hará un buen día, como el de hoy. No sé porqué, pero yo me quedo con la opinión del camarero, seguramente porque es la que me produce preocupación. Ya creo tener bastante experiencia de lo que es caminar lloviendo, con una mochila que pesa 11 kilos.
Bien, creo que a estas alturas, el lector se habrá hecho ya una idea de lo que pudo haber pasado con ese supuesto salto en el tiempo, que al principio parecía haber sido hacia atrás y que luego comprobamos que se trataba de un salto de 350 días, exactamente, pero hacia adelante. Es decir, y recordando los datos, pasamos ¿misteriosamente? del día 26/7/10 al 11/7/11 en un abrir y cerrar de ojos. Pues bien, esa fue la impresión que tuve yo al levantarme el día 11/7/11 y disponerme a continuar mi camino: que no había pasado ese año. ¿Qué pasó pues? Tuve precisamente esa sensación cuando me estaba poniendo las botas y después, cuando salí fuera y tomé contacto con las primeras luces del día, muy apaciguadas por la neblina que todo lo cubría. Ahora está más claro, ¿no es así?
Sin embargo, queda aún un enigma que descifrar. Recordemos: ¿qué pasó con el día 13/7/11? ¿Por qué no hay narración de lo acontecido en ese día? Demos tiempo al tiempo para resolver estas cuestiones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Aquí puedes dejar tu comentario, si te place.