6/7/2009
Las 4,15 de la tarde. Estoy en Somport, puerto que une España con Francia, a 1640 metros de altitud. Me alojo en el albergue privado “Aysa”. Es uno de los cinco edificios que se divisan aquí y entre los que destaca la antigua aduana, ya en desuso, a unos 50 metros de donde me encuentro, en un salón con grandes ventanales pero escasas vistas. La niebla lo cubre todo. Apenas diviso ya el viejo edificio aduanero. La niebla lo oculta todo. Hay cinco personas más en el salón. Todos peregrinos, compañeros desconocidos del camino. Tres de ellos –dos más uno- en mesas diferentes, reponen fuerzas mientras comentan detalles de sus anteriores peregrinaciones. Otro, extranjero, supongo yo, lee el periódico. El quinto, de espaldas a mí, parece dedicar su tiempo a escribir, como yo.
A mi izquierda diviso el inicio del sendero que me llevará mañana a Villanúa, a mitad de camino entre Somport y Jaca, que es la etapa, de algo más de 30 kilómetros, que marcan las guías. El inicio, cuarenta o cincuenta metros de escalones de piedra, seguido de otros tanto de estrecha senda. Más allá… Más allá la niebla. La pendiente es pronunciada. Hace un rato, una vez hube comido, en un momento en que la niebla dejaba ver algo, me acerqué a reconocer el terreno. Ahora, desde el acogedor salón del albergue, apenas si atisbo el comienzo. Sutiles e inquietas fumarolas grises lo cubren todo, circulando por delante de los ventanales. Caprichosamente, se retiran y permiten entrever los edificios más lejanos, algo más allá de la aduana. Es sólo una tregua. De nuevo se abate la niebla sobre el albergue y casi nos deja a ciegas. Por momentos, me permite vislumbrar una pequeña cúpula apuntada, coronada por una cruz de Santiago, que cubre una imagen de la Virgen que se alza encima de un promontorio sito enfrente de nosotros. Fuera, el ambiente es húmedo y fresco. No parece verano. El encargado del albergue augura tormenta para esta tarde. Sólo espero que no llueva mañana por la mañana. La tarde va a ser larga, muy larga.
Las 4,15 de la tarde. Estoy en Somport, puerto que une España con Francia, a 1640 metros de altitud. Me alojo en el albergue privado “Aysa”. Es uno de los cinco edificios que se divisan aquí y entre los que destaca la antigua aduana, ya en desuso, a unos 50 metros de donde me encuentro, en un salón con grandes ventanales pero escasas vistas. La niebla lo cubre todo. Apenas diviso ya el viejo edificio aduanero. La niebla lo oculta todo. Hay cinco personas más en el salón. Todos peregrinos, compañeros desconocidos del camino. Tres de ellos –dos más uno- en mesas diferentes, reponen fuerzas mientras comentan detalles de sus anteriores peregrinaciones. Otro, extranjero, supongo yo, lee el periódico. El quinto, de espaldas a mí, parece dedicar su tiempo a escribir, como yo.
A mi izquierda diviso el inicio del sendero que me llevará mañana a Villanúa, a mitad de camino entre Somport y Jaca, que es la etapa, de algo más de 30 kilómetros, que marcan las guías. El inicio, cuarenta o cincuenta metros de escalones de piedra, seguido de otros tanto de estrecha senda. Más allá… Más allá la niebla. La pendiente es pronunciada. Hace un rato, una vez hube comido, en un momento en que la niebla dejaba ver algo, me acerqué a reconocer el terreno. Ahora, desde el acogedor salón del albergue, apenas si atisbo el comienzo. Sutiles e inquietas fumarolas grises lo cubren todo, circulando por delante de los ventanales. Caprichosamente, se retiran y permiten entrever los edificios más lejanos, algo más allá de la aduana. Es sólo una tregua. De nuevo se abate la niebla sobre el albergue y casi nos deja a ciegas. Por momentos, me permite vislumbrar una pequeña cúpula apuntada, coronada por una cruz de Santiago, que cubre una imagen de la Virgen que se alza encima de un promontorio sito enfrente de nosotros. Fuera, el ambiente es húmedo y fresco. No parece verano. El encargado del albergue augura tormenta para esta tarde. Sólo espero que no llueva mañana por la mañana. La tarde va a ser larga, muy larga.
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