Camino
Sanabrés: segunda etapa
18/07/2012
En esta etapa he
recorrido 22 km para salvar la distancia que hay entre Montamarta y Granja de
Moreruela. La primera parte, fue diferente a la infernal etapa de ayer, pero la
segunda no desmereció para nada el calificativo de infernal. Me explico y comparo:
ayer hizo fresco hasta las 11, hoy fresco hasta las ocho; ayer soplaba una
agradable y, por momentos, fresca brisa, hoy la brisa soplaba racheada y de
templada pasó a cálida hacia el mediodía. La coincidencia entre ambas jornadas
ha consistido en las interminables rectas por las que anduve tanto ayer como
hoy. A todo esto, hay que añadir el hecho de que no hay apenas sombras para
protegerse del inclemente sol y, aunque he cruzado algún pueblo, ni un solo bar
en el que hacer un alto en el camino y reponer fuerzas; tampoco tiendas en las
que comprar algún líquido refrescante. En fin, ¡un auténtico suplicio!
Por lo demás, el agua no me faltó ya que cargué una botella
de litro y medio de una bebida isotónica. Tampoco el alimento, pues fui
previsor y eché frutos secos y barritas de cereales en previsión de que las circunstancias
del camino no fueran favorables, como así resultó ser. Por si era poco, en
Granja no encontré ningún restaurante y tal era el estado de cansancio en que
me encontraba que prioricé el descanso a la búsqueda de alimento, cosa rara en
mí. Tras ducharme y lavar la ropa me eché en la cama hasta que el estómago me
avisó de que ya había esperado demasiado y partí a la búsqueda de algo que
saciara mi apetito. En el único bar del pueblo, lleno hasta la bandera de
hombres que jugaban a las cartas, cosa que me chocó puesto que eran las 3,45 de
la tarde y apretaba el calor de lo lindo, pedí si me podían hacer algo de
comer. Me dijeron que lo único que podían darme era pan, lomo, chorizo y queso
y acepté la oferta, como no podía ser otra manera. Desde que existe el albergue
en este pueblo ha habido siempre un bar, regentado por la misma persona que en el
albergue, que preparaba comidas para los peregrinos, pero justamente unas
semanas antes había dejado el negocio la persona que lo tenía contratado con el
Ayuntamiento y estaban a la espera de que otra persona lo cogiera. En la tienda
del pueblo he comprado algo para la cena: yogurt y fruta, y también algo para el
desayuno de mañana.
En el albergue estoy casi sólo. Únicamente me acompaña una
gallega de Vigo que apenas habla. Hay que sacarle las palabras con fórceps y se
limita a contestar escuetamente las preguntas que le hago. Eso sí, le da a las teclas del Iphone
que es una máquina.
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