Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Camino del Norte: 16ª etapa

20/7/2010

Hoy me he levantado inusualmente tarde: a las 7,30. Prácticamente, la mayoría de peregrinos habían marchado a esa hora. Sólo quedábamos 7 peregrinos: dos jóvenes coreanos cuyos nombre no recuerdo, una joven americana llamada Jessica, Antonio y los dos peregrinos que llegaron ayer tarde con el albergue lleno y que finalmente durmieron en el albergue, en el vestibulo de entrada a los dormitorios. Suerte que llevaban esterillas y no han tenido que dormir directamente en el suelo. No se si la hospitalera ha intervenido en esto o no. Oficialmente no puede admitir más plazas de las 20 que tiene adjudicadas el albergue, ya que un seguro cubre a los peregrinos que quedan registrados al hacer la inscripción. Al ser un albergue municipal el ayuntamiento se cubre las espaldas en caso de que pase un accidente dentro del edificio. Otra peregrina durmió, esta con consentimiento de la hospitalera, en un sofá que hay en recepción.
Partí sin desayunar acompañado un día más por Antonio. Paramos en el primer bar que vimos abierto y desayunamos. Emprendimos de nuevo el camino y le comuniqué a mi compañero mi intención de quedarme en el próximo albergue, sito en San Vicente de la Barquera, ya casi al final del territorio cántabro. Él no lo había decidido aún y esperaba llegar a dicho pueblo para decidirse. La verdad es que eran tan sólo 12 Km. y 7 más allá estaba el último albergue de la comunidad de Cantabria, el de Serdio, pero aún así yo no me veía con fuerzas para más. Cada vez estaba más flojo y sentía que algo rondaba por mi aparato digestivo que mermaba mis energías. Así pues, hice los 12 Km. a paso lento, tal cual si fuese un paseo. Al cabo de un rato, Antonio se adelantó y ya no lo vi más hasta que llegué al pueblo. Lo primero que hice fue irme a la estación de autobuses para ver los horarios hacia Santander, pues por el camino había decidido que dejaba de caminar y me volvía a casa. Era la opción más razonable ya que se estaba confirmando lo que me temía: una indisposición gastrointestinal me estaba dejando sin energía.  Una vez sabido el horario en que partía mi autobús a Santander me fui a buscar un sitio donde descansar tranquilo, cuando vi a Antonio y a los otros peregrinos que habían dejado el albergue un poco después que nosotros sentados en un bar desayunando tranquilamente. Como quiera que yo había tomado ya algo en el bar de la estación de autobuses, me limité a acompañarlos. Estuvimos allí un rato hasta que decidieron irse a la playa. Habían planeado quedarse en la playa hasta la tarde y con la fresca partir hasta el siguiente albergue que como he mencionado antes estaba a tan sólo 7 Km. Me despedí de ellos y los vi partir andando por el  puente que cruza la bahía, pensando que ya no los vería más.  Yo me dirigí de nuevo a la estación donde decidí esperar hasta que partiese mi autobús a Santander. Me puse a pensar en el medio de locomoción que tomaría en esta ciudad  que me llevase a Barcelona, cuando empecé a sospechar que no había combinación por tren desde Santander a Barcelona. Llamé a mi hija mayor por teléfono y le pedí que  confirmase mi sospecha. Al cabo de unos minutos me mando un SMS  diciendo que efectivamente no había tren  y que tendría que ir hasta Bilbao para hacer mi viaje. El autobús para Bilbao salía una hora y media más tarde con lo que la espera en la estación se me hizo interminable. Pero, ¿qué podía hacer? ¿Cómo dar una vuelta por San Vicente a cargas con la mochila en la situación en que me encontraba? Finalmente, llegó el autobús que hace la ruta Oviedo-Santander-Bilbao y subí a él.
Una vez en Bilbao, tomé un taxi que me llevase a la estación de Abando para ver horarios aunque mucho me temía que tendría que esperar hasta el día siguiente, pues ya eran las 6 de la tarde. Efectivamente, salían dos trenes diarios hacia Barcelona, uno a las 7 de la mañana y otro a las 3,30 de la tarde. Tendría que buscar un hotel cercano y pasar en él la noche. Eso hice y no tardé en encontrarlo. Fue el primero que vi. No tenía fuerzas para andar mirando la categoría ni el precio, de manera que me alojé en uno de 4 estrellas a 70 euros la noche. Una vez instalado y aseado, salí a tomar algo aunque no sabía qué, pues se habían confirmado totalmente mis sospechas de padecer un trastorno gastro-intestinal. Tomé un bocadillo y a las 8 ya estaba de nuevo en la habitación del hotel. Vi las noticias en la tele, puse la alarma en el móvil no fuese que me quedase dormido y perdiese el tren y me dispuse a dormir.
No me hizo falta la alarma-despertador del móvil ya que me desperté yo sólo a las 5,30. Dispuse mis cosas en la mochila, que ahora con las botas, abultaba mucho más y me dirigí a la planta baja, a recepción, para pagar el importe de mi estancia. A las 6,30 estaban en la estación  donde ya esperaba alguna gente el tren que me habría de llevar de vuelta a casa. Bares y cafeterías estaban cerrados y yo estaba sin desayunar. Me senté en un banco entreteniéndome en  observar los movimientos del personal que habría de atender a los pasajeros en el tren. Me quedaban por delante 7 horas y media de viaje. Puede que el AVE funcione muy bien, y de ello doy fe, pero el resto de infraestructuras ferroviarias en España dejan mucho que desear como he podido comprobar una vez más a la ida o a la vuelta de mi Camino. Finalmente,  no fueron 7,5 horas sino 8 las que tardó el tren en completar el trayecto, lo que se me hizo interminable. Comí en un restaurante de la estación de Sans y tomé el tren hacia Terrassa, de vuelta a casa.
Atrás quedan las cuestas, el continuo subir y bajar, el cansancio, el sudor, el dolor de pies, los albergues, los peregrinos, los compañeros de camino, el sol y el calor, la lluvia, la niebla y el propio Camino en sí. 
 Llego a casa con el sentimiento de que ya se ha acabado para mi la fase de mi vida en que el Camino me llama insistentemente cada año, pensando que quizás, por ahora, no vuelva al Camino en unos cuantos años. Pero cuando pasan unos días y me dedico a publicar estas notas en mi blog de nuevo compruebo cómo se ha encendido la luz de la llamada del Camino. Ahora creo que volveré probablemente el año que viene al punto donde lo he dejado este año para continuar lo que he iniciado y llegar, si es posible, de nuevo hasta la ciudad del apóstol y, ya veremos, si a Finisterre, que es el verdadero final de todos los caminos que llevan a Santiago. 
Porque, como dijo Machado:

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

1 comentario:

  1. Seguro que si no es el año que viene, será el otro y llegarás a Finisterre.
    Un abrazo. Marina.

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