Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

lunes, 2 de agosto de 2010

Camino del Norte: 12ª etapa

16/7/2010

Laredo-Güemes: 27 Km. Salí temprano del hotel y me dirigí al paseo marítimo. Hice el mismo recorrido de ayer pero, a esas horas, las paradas estaban cerradas y cubiertas con plásticos para protegerlas de la humedad que aún se dejaba sentir. Algunos guardias de seguridad vigilaban la zona. Después de recorrer el paseo que tiene más de 5 Km. de longitud, llegué al Puntal de Laredo, un espolón de arena que se introduce en la ría y nos acerca a Santoña, al otro lado. Esperé media hora a que llegase la embarcación que nos había de cruzar  y a las 9,15 estaba ya en Santoña donde me paré para desayunar, ya que en Laredo todo estaba cerrado cuando partí. Tras la parada, continué mi andadura en busca de mi próximo destino: Güemes, un pequeño núcleo rural  desperdigado en un bonito y ancho valle que tiene como punto de referencia la iglesia. La etapa se me ha hecho larga y pesada. Llegué a la vecindad de Meruelo a la hora del almuerzo  y decidí detenerme allí para comer. Había empezado a caer una fina lluvia que se acrecentó justo a la hora que salía del restaurante para re-emprender el camino. Mientras me preparaba para salir alguien salió del bar detrás de mi y me miró. Probablemente adivinó mis pensamientos y se ofreció a llevarme unos kilómetros más adelante con su autocar, pues iba en la misma dirección que yo. Me advirtió, sin embargo, que tendría que esperar pues hasta las 4 no partiría. Tenía a esa hora un servicio que realizar en un camping cercano. Me dijo, también, que me quedaba aún un buen tramo de camino y sobre todo una buena cuesta que, si aceptaba su oferta, me ahorraría. De manera que miré el reloj y comprobé que faltaba algo más de una hora y acepté su ofrecimiento. En realidad vi el cielo abierto y  pensé que mis pies me lo iban a agradecer. De modo que esperé en el bar leyendo el diario y al cabo de un rato se acercó a mi el conductor del autocar que me dijo que finalmente sería su hijo, que se encontraba en la mesa de al lado jugando a las cartas, quien me llevaría. Cuando llegó finalmente la hora, partimos con su autocar acompañados también por un joven de unos 30 años que al parecer vivía cerca del camping a donde nos dirigíamos y había venido al pueblo a visitar al médico ya que  no se encontraba muy bien. Durante el trayecto pude comprobar cómo el conductor se dirigía a él en un tono recriminativo  y tuve la impresión de que se trataba de una persona con alguna enfermedad mental. Cuando éste hubo bajado, el conductor le volvió a recriminar su actitud para con su padre al cual, pese a su avanzada edad,  80 años, no ayudaba en las tareas propias de la granja de la que vivían. Tras cerrar la puerta del autocar me dijo que no estaba bien de la cabeza,  y que en realidad lo que era es un vago con mucho cuento. Poco después llegamos a su destino. Yo me tenía que bajar. Me sugirió que fuera por la carretera y que hiciera caso omiso de las flechas amarillas que indicaban seguir por el campo. Era mucho más largo, aseguró.
Al cabo de una hora de andar me encontré en el dilema de tener que seguir las indicaciones del conductor del autocar o hacer caso de las flechas que me desviaban de la carretera. En esto aparecieron tres niños que paseaban en bicicleta y uno de ellos me dijo que siguiendo las flechas el camino era más corto. Supuse que no era la primera vez que veían peregrinos en situación de tener que elegir una de las dos rutas posibles y que su conocimiento de la tierra que pisábamos y de sus caminos era cabal por lo que le hice caso y opté por no seguir la sugerencia del conductor del autocar. Sin embargo, pasó un buen rato y no parecía que me acercara al pueblo cuya iglesia y campanario veía desde lejos, por lo que empecé a sospechar que los niños me habían tomado el pelo y me habían desviado justamente por el itinerario más largo. Luego pude comprobar que en realidad había hecho el doble de Km. de los tres que el conductor me aseguró que haría por carretera. Sea como fuere, llegué muy cansado al albergue en el que me ofrecieron un vaso de fresca agua nada más traspasar la puerta de recepción. La primera impresión fue muy buena. Me gustaba el lugar. Tenía un no se qué que me agradaba. En todo caso era muy diferente a todos los que había conocido hasta ahora. Tras la protocolaria inscripción, nos enseñaron las instalaciones a los 4 últimos peregrinos que habíamos llegado y nos llevaron a las que serían nuestras habitaciones. Nos citaron a las 8 en la biblioteca para darnos explicaciones e información de las etapas siguientes. Después de las rutinas habituales, poco antes de las ocho me dirigí a la biblioteca, donde vi a algunos peregrinos conocidos, como Antonio, el canario, y otros. El albergue, el más grande que he visto en el Camino del Norte hasta la presente, está atendido por 7 u 8 personas, todas ellas voluntarias, y lleva funcionando 30 años. Fue creado por don Ernesto, párroco del lugar, y, además, es sede de una ONG creada por él que ayuda al Tercer Mundo. Leo, en el libro de visitas, algunas referencias que se hacen de don Ernesto, tales como que “se trata de una persona que infunde calma con su única presencia”. Yo no lo he podido conocer ya que está con los chicos y chicas del pueblo en los Picos de Europa, de colonias, pero he creído notar una energía positiva en el lugar que invita a quedarse. Por el momento, si más no, parece haberme infundido ánimo para continuar un camino cuya dureza empieza a afectarme a nivel mental, ya que sé que a nivel físico es cuestión de descansar y al día siguiente el cuerpo se encuentra de nuevo apto para afrontar unos cuantos kilómetros más. El desánimo que he padecido en la etapa de hoy, habiendo tenido que ahorrarme unos cuantos Km. para comprobar lo inútil que fue después, me ha llevado a comenzar  a pensar en dejar el Camino por este año. Después de la pormenorizada explicación que se ha hecho en la biblioteca, hemos bajado al salón comedor donde ya estaba preparada la mesa para la cena. Tomamos asiento y enseguida los voluntarios empezaron a traer fuentes de una sopa de ajo que a todos nos supo a gloria. Realmente exquisita, era el comentario más común. Y yo me preguntaba: ¿no serían las ganas y la actitud con las que nos disponíamos a cenar? ¿Sería el cálido ambiente que allí se había creado de acogida al peregrino?  Creo que todo influía un poco, y la verdad es que la sopa era estupenda. Tras la sopa, de la que todo el mundo pudo repetir a discreción, llegó el pescado, rebozado y frito. De nuevo la pregunta: ¿porqué nos sabe a todos tan bien? Y por si era poco, varias fuentes de ensalada ocuparon espacio en la mesa junto a las del pescado. Después llego la fruta: ciruelas de la tierra, pequeñitas y rojas como cerezas y tan sabrosas como ellas. Agua y vino pudimos tomar el que quisimos. Éramos más de 40 personas cenando y ¡sobró de todo! ¿Qué decir?  Comento con Antonio, el canario, que todo esto se merece algo más que los diez euros que he puesto en la hucha cuando he llegado. Aquí no se pide nada al peregrino, ni siquiera un donativo como en otros albergues. Aquí es el peregrino el que se plantea cuánto vale lo que recibe y si quiere dar algo a cambio, si es que tiene, aunque nadie mirará si así lo hace. Es por todo ello que decido dar 10 euros más, yo que me lo puedo permitir. Creo que así colaboro a que otros futuros peregrinos puedan sentirse tan bien acogidos como me he sentido yo aquí.  Tras la cena salimos  fuera y tras un ratito de plática informal me fui a la cama con un estado de ánimo bien diferente al de cuando llegué. Definitivamente, este lugar tiene un no se qué particular. Unos acordes de guitarra de una conocida canción de Led Zeppelin, tocados por un greñoso y descalzo joven extranjero, ponen punto final a este diferente día.

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