Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

martes, 3 de agosto de 2010

Camino del Norte: 13ª etapa

17/7/2010

Por una vez, me desperté tarde, a las 7,15. Me levanté, preparé la mochila y me fui al salón-comedor donde ya había bastantes peregrinos desayunando. Consistía  en leche, café o cacao soluble, pan, margarina, mermelada y galletas. Desayuné cuanto quise, al igual que los otros peregrinos. Escribí unas notas en el libro de visitas agradeciendo la existencia del albergue y el trato de la gente que lo atiende y puse otros diez euros en la hucha que se encuentra junto a la puerta. Cogí mi mochila y me dispuse, con renovadas fuerzas, a emprender el camino.
Había tres opciones, tal y como nos explicaron ayer. Yo escogí la más larga, 15 Km. Las otras dos transcurrían por carretera y eran mucho menos atractivas. La tercera vía fue escogida, también, por algunos peregrinos conocidos como Antonio que me acompañó todo el rato junto con una alemana. No me arrepentí para nada, aunque era el itinerario más largo, ya que, a las fotos que hice me remito, fue un camino precioso que transcurría paralelo a los acantilados de esta parte de la costa cantábrica. Así, con tan magnífico paisaje llegamos hasta las fantásticas playas de Langre y Somo. Al final de la playa de este último pueblo estaba el transbordador que nos llevaría a Santander cruzando la bahía en unos 24 minutos. Anduvimos por caminos al pie de los acantilados y cruzamos  playas y dunas para llegar al embarcadero de Somo. Cruzamos la bahía justo cuando comenzaba a lloviznar y una vez en Santander nos fuimos directos a buscar el albergue aunque sabíamos que no abría hasta las 3,30. También sabíamos que en un bar cercano se podían dejar las mochilas. Cerca ya del albergue, nos encontramos al grupo de 6 jóvenes madrileños que nos habían adelantado por el camino. Nos dijeron que acababan de dejar las mochilas en el propio albergue pero que el hospitalero se marchaba ya y que quizás si nos dábamos prisa aún lo cogeríamos allí. Pendientes, pues, del albergue pasamos por delante del bar mencionado y no nos dimos cuenta de que estaba cerrado. La propia dueña del bar nos llamó desde el otro lado de la calle al vernos llegar y nos dijo que podíamos dejar las mochilas en su bar. Es su manera de captar clientes pues también hace comidas. De modo que abrió de nuevo el bar y dejamos las mochilas. Nos preguntó si nos interesaba comer allí pues acababa de hacer marmitako. Le dijimos que sí y nos dispusimos a ir a dar una vuelta hasta las dos en que volveríamos para comer. En esto llegaron más peregrinos que hicieron lo mismo que nosotros. Finalmente, el bar ya no cerró. Fuimos a tomar algo y al volver comimos una ensalada y el marmitako, con pan y vino por sólo 8 euros. A las 3 abrieron el albergue. El propio hospitalero comió en el mismo bar que nosotros. Nos duchamos por parejas ya que sólo había dos duchas, muy estrechas por cierto. Al salir de la ducha vi que había dos ordenadores con conexión a Internet. Eché una moneda de 1 euro y mandé algunos mensajes a familiares y amigos. Luego, quedamos en dar una vuelta por Santander y visitar su famosa playa del Sardinero, a la cual nos han dicho que podemos ir andando –unos 4 Km.- y volver en autobús. Eso hicimos Antonio, el canario, y yo. Yo tenía la pretensión de comprar fruta fresca, que echaba de menos ya que en los menús no suele haber o es de mala calidad, de modo que siempre acaba uno comiendo flan, helado o yogurt. No encontré ninguna tienda que vendiera fruta aunque yo tampoco hice nada por dar con ella. Finalmente, a última hora de la tarde acabamos comiendo un bocadillo en una conocida franquicia especialista en este tipo de comida. Tomamos el autobús y directos al albergue. Recogí la ropa que  tenía tendida y me preparé para dormir.

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