Camino
Sanabrés: decimonovena etapa
04/08/2012
Outeiro-Santiago de Compostela: 18 km.
Realmente, la etapa que venía a continuación de la de ayer,
que acabó en Castro Dozon, era la que va desde esta población hasta Silleda de
27,5 km. Posteriormente, desde Silleda, se hace la penúltima etapa hasta
Outeiro, con 21 km. Pues bien, como ya he explicado en anteriores jornadas,
estas dos me las he saltado ya que se me acababa el tiempo y no llegaba a
Santiago en el día de hoy como me propuse unas cuantas etapas atrás. Las dos
etapas que hice de más, comenzando mi camino en Zamora en lugar de Granja de
Moreruela, son las responsables de que haya tomado esta decisión. También ha influido,
claro está, el hecho de que en Santiago me esperaba mi amiga Dori y quería
pasar el fin de semana con ella.
De manera que he hecho
los 18 km que separan Outeiro de Santiago sólo, aunque compañía no me hubiese
faltado si así lo hubiese querido. Sin embargo, quería que éste fuese el primer
año que llego sólo a Compostela. Hasta ahora no había experimentado esta
sensación en los anteriores 5 caminos. Siempre llegué acompañado a la ciudad de
las estrellas y puedo afirmar que es mucho más emocionante así, o, al menos, lo
ha sido para mí, en los anteriores años. Aún así, no me arrepiento, porque la llegada en compañía ya la conocía, no así la llegada en soledad y tengo
que decir que también tiene su qué.
A la salida del albergue el camino se adentra en un tupido bosque
que, a la hora tan temprana en que salí, oscurece aún más la escasa luz del
alba. Iba pensando yo en que una joven peregrina que conocí en etapas
anteriores salió media hora antes que yo, cuando aún era plena noche, y en la
valentía de ésta en ir sola a esas horas tan intempestivas, cuando diviso con dificultad, al fondo del camino,
la silueta borrosa de alguien que parece estar parado en medio del camino.
Antes de que pudiera plantearme alguna pregunta, empezaron a aparecer otras
figuras en medio de la oscuridad del camino y enseguida comprendí que eran
peregrinos que quizás venían del pueblo anterior, Ponte Ulla, y había pasado
delante del albergue sin que yo me percatara de ello. Cuando llegué a su altura,
comprobé que era un grupo de jóvenes adolescentes, chicos y chicas, que iban
acompañados de sus monitores. Deduje que debían ser boys scouts por la vestimenta común que utilizaban, como el pañuelo
al cuello. Los saludé y continué mi camino. Al poco, me alcanzaron ellos a mi,
al menos un grupo de 5 o 6. Dos de ellos, dos chicas muy majas de unos 16 años,
se quedaron algo rezagadas y caminaron un rato al mismo ritmo que yo. Aproveché
entonces para preguntarles si eran de Mallorca. Se quedaron extrañadas de que
hubiese adivinado su procedencia y enseguida me preguntaron cómo lo había
sabido. Jugando un poco con su inocencia, les dije que lo había deducido por la
forma de andar tan característica que tenían. Ahora ya estaban perplejas y no entendían nada. Ellas creían que lo había
sabido porque las había escuchado hablar en catalán y yo les dije que también
me había ayudado pero que lo más importante, siguiendo la broma, era su forma
de caminar. No daban crédito a lo que oían y se preguntaban cómo era posible.
Finalmente, les comenté que había oído hablar de ellos, los mallorquines, a
otros peregrinos, en el albergue, y que esta era la razón de mi conocimiento
acerca de ellos. Comprendieron enseguida lo ingenuas que habían sido y se rieron
sanamente de sí mismas. A partir de ahí, andamos un tramo de camino juntos. Me
preguntaron si yo era peregrino y les dije que sí, que lo era. Me dijeron
entonces que ellas no lo eran, que eran boys
scouts que estaban de convivencias, que el año pasado estuvieron en el
Pirineo y que este año los monitores propusieron hacer una semana del Camino. A
ellos, en principio, no les gustó la idea porque pensaban que sería muy
aburrido pero, a la que estuvieron inmersos en el Camino, lo han encontrado
fantástico y les está gustando mucho. Seguimos así hablando de esto y de lo otro
hasta que llegamos a la entrada de un pueblo donde ellos decidieron parar a que
llegasen el resto del grupo con los monitores. Yo seguí mi camino.
Finalmente, decir que me he acordado durante todos estos días
de todos los peregrinos que me han acompañado durante los cinco años de
peregrinación anteriores. Un recuerdo
grato y un abrazo para todos mis compañeros de andanzas: Ana, de
Pamplona; Jone y Oiane, de Bilbao; Mariola, de Zaragoza; las chicas de la
Alcarria, Susana y Marta, con sus rutinas, y los compañeros, muy recordados,
del pasado año: Oliva y Susana, de Madrid, Josefina, de León; Don Alvaro, señor
de Getafe y su vasallo, Sergio. ¡Qué buenísimos ratos pasados con todos ellos!
¡Qué buenos recuerdos, Dios!
Siempre he salido sólo y siempre he llegado acompañado, salvo
en el presente camino. Este año tenía que ser distinto y así ha sido en muchos
aspectos. He llegado sólo a Santiago, así lo he querido yo, así lo ha querido
el Camino. El Camino decide y uno acepta,
como no puede ser de otra manera, también en el camino de la vida. Todo lo
demás es inútil y únicamente produce sufrimiento. Siempre aceptando lo que es.
Nunca rechazando la realidad que se impone, porque, al final, lo que sucede es
lo mejor que podía haber sucedido. No importa que no esté acorde con las
expectativas que uno tiene. Además, he sentido algo que no encuentro palabras
para describir, pero que podría decirse
que ha consistido en la alegría de caminar sólo, de estar bien, muy bien
conmigo mismo, caminando en mis horas preferidas del día, al amanecer,
sintiendo el frescor de la mañana y girando la cabeza atrás para no perderme la
visión de los primeros rayos de sol alumbrando el Camino. Ha sido fantástico y no
lo había sentido nunca antes. He sentido y comprendido que la mejor compañía es
uno mismo y eso es nuevo para mí.
Es el final de un Camino y el comienzo de otro, pues en mi
mente y en mi corazón ya he decidido que quiero volver el año que viene, esta
vez a hacer un tramo del Camino Portugués. Pero esa es otra historia que justo
ahora acabo de vislumbrar para un futuro no muy lejano y como todo lo que se
refiere al futuro hay que ponerlo entre comillas y esperar a que llegue su momento. Mientras
tanto… ¡que más se puede esperar que vivir el presente!
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