Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

domingo, 23 de agosto de 2009

Camino francés: décimo sexta etapa

20/7/06


El cuerpo reaccionó como era de esperar: lanzando mensajes de cansancio al final, pero sin más novedad. Empecé el camino con Cris, a un ritmo lento pero persistente, tan persistente como la larga, aunque moderada, subida que teníamos por delante. A medida que ascendíamos, la visibilidad disminuía ya que la niebla, que nos saludó al amanecer, se hacía más intensa. ¡Una lástima!, pues el camino atravesaba una zona de bosque de encinas, con grandes calvas, que prometía ser  muy bello.. Durante un buen rato, el camino estaba enmarcado por una triple y herrumbrosa alambrada que yo interpreté como restos de las trincheras de la guerra civil, tal y como las había visto camino de Belchite, en Aragón. Sin embargo, pronto salí del error pues recordé que la guía de Atapuerca nos dijo que aquella sierra siempre había sido un lugar estratégico, desde hacía un millón de años en que se establecieron allí nuestros antepasados europeos más lejanos, hasta la actualidad,  que es zona militar para prácticas de tiro. Cuando llegamos a la parte más alta de la sierra, cual sería nuestra sorpresa al encontrarnos un escacharrado tresillo cerca de la cruz que corona la cima del camino. Bajando, la niebla se iba disipando y decidí intensificar el ritmo. Me despedí de Cris ya que en Burgos tenía previsto hacer noche en un hotel y ella lo haría en el albergue.

A partir de Villafría, la llegada a Burgos se hace interminable y muy pesada: ocho Km. de avenida muy transitada que transcurre por el polígono industrial del mismo nombre. Al llegar a Gamonal, primer barrio de un Burgos que está creciendo, me encontré con una bonita iglesia: Nuestra Señora la Real y la Antigua, construida en el siglo XIV en estilo gótico con influencias germánicas. Me dispuse a entrar para lo cual dejé la mochila en la puerta. Una mujer mayor me dijo que no era conveniente que la dejara allí pues ella conoce el barrio de toda la vida y sabe que es muy posible que ahora la roben. Me recomendó que la entrase dentro y añadió que si alguien me llamaba la atención que le dijera que me lo había dicho ella, que estaría por allí. Había algunas personas, mujeres sobre todo, rezando y yo me senté en los últimos bancos a intentar meditar, cosa que me fue imposible, pues tras de mi, entró un hombre que empezó a toser de forma escandalosa, con lo que perdí la concentración y opté por irme.

Llegué al centro de Burgos y entré en el primer hotel de dos estrellas que vi. Pregunté el precio y me pareció correcto. Debían ser las once. Seguí el ritual de cada día y me fui directo a la catedral. Cuando llegué a la plaza donde se ubica, vi que estaba casi totalmente ocupada por más de 200 jóvenes de ambos sexos, de varias nacionalidades y etnias, todos vestidos de igual manera. Eran los componentes de la Ruta Quetzal, organizada por Miguel de la Cuadra Salcedo. A pie de la escalinata que da acceso a una de las puertas de la catedral, estaban las autoridades locales encabezadas por el que fuera ministro de Aznar y ahora alcalde de Burgos: J. Aparicio, rodeadas de periodistas, reporteros y curiosos en general. Me fui a sacar el tíquet para visitar la catedral. Valía 4 euros -uno para los peregrinos que lo acreditasen- Estando dentro, recibí una llamada pero, claro está, no la atendí y apagué el móvil. Más tarde comprobé que se trataba de Ana Briongos. La llamé yo y quedamos en vernos por la tarde en la plaza Mayor. Tras comer en la terraza de un restaurante en las inmediaciones de la catedral, me fui a hacer la siesta al hotel. No había pasado ni una hora cuando me llamó Ana y me dijo que ya estaba en el lugar de encuentro. Me dirigí hacia allí. Nos encontramos y nos saludamos afectuosamente. Nos sentamos a tomar un refresco en una de las terrazas que había en la plaza. De allí decidimos partir para ver el monasterio de las Huelgas, lugar de descanso de los reyes de Castilla en estas tierras burgalesas. No nos fue posible visitarlo pues se cerraba a las cinco. Nos explicaron que estaba habitado por monjes y que esas eran sus horas de oración. Decidimos subir al castillo de Burgos, situado en un cerro desde donde se divisa toda la ciudad. Ana tampoco lo conocía. Dimos alguna vuelta de más con el coche antes de encontrar el camino de subida. La entrada valía cuatro o cinco euros y decidimos no entrar. Tampoco se veía muy atractivo, al menos por fuera. Nos sentamos en una terraza  de bar, bajo frondosos árboles que nos proporcionaban una sombra acogedora en la calurosa tarde burgalesa. El lugar estaba muy concurrido. Allí estuvimos largo rato comentando anécdotas del camino. Hacia las ocho y media, Ana se marchó, pues no quería conducir de noche. Me dejó cerca de donde nos encontramos. Nos despedimos y me fui hacia el hotel. Fue una visita muy agradable. De camino entré en un bar y pedí una cerveza y un pincho. Como no tenían más tapas, pedí unos “huevos a la Celestina” que me supieron a gloria bendita. Acto seguido me fui al hotel a dormir. Al día siguiente había que madrugar. Me desperté a las 6,15. ¡Aleluya: he dormido 8 horas seguidas! En todo el camino no habré dormido nunca más de 6 horas y la media debe estar en torno a las 5 horas. Me cuesta conciliar el sueño cuando estoy fuera de casa y, sin embargo, me despierto al más mínimo ruido.

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