Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

lunes, 24 de agosto de 2009

Camino francés: décimo octava etapa


22/7/06
La salida de Hornillos del Camino ha sido idéntica a la del día anterior: constante subida hacia el páramo acompañado de una niebla que, tras dejarnos ver unos minutos el amanecer, volvió a ocultar el paisaje durante más de dos horas. Así llegué a Hontanas, tras dejar el páramo y bajar de nuevo al valle. Repuse fuerzas con un grandioso bocadillo de tortilla, sentado en la terraza de un bar, viendo llegar a los peregrinos que partieron tras de mi. Después de algo menos de media hora partí de nuevo hacia Castrojeriz, fin de la etapa de hoy, una vez cubiertos los poco más de 20 Km. que distan desde Hornillos.
Por el camino, un rótulo indicaba la dirección de Arroyo San Bol, un manantial otrora famoso entre los peregrinos, que se alojaban allí en un pequeño albergue, con una piscina de agua fría que se nutre de un manantial que allí se encuentra y que era el deleite de los que en ella se bañaban. Ahora hay zona de acampada y se promete, en el rótulo que lo anuncia, fiesta y alegría??? Más adelante, la grata sorpresa de un monasterio en ruinas -sólo quedan los muros- que en su día debió ser un bello edificio. Hoy, se ha habilitado allí un pequeño albergue, que consiste en un cobertizo adosado a uno de los muros, donde hay unas cuantas literas, separado todo ello del exterior por unas simples cortinas de lona plastificada. Ya de lejos, a bastantes metros del lugar, se oía, desde el camino, música gregoriana, que la hospitalera, voluntaria extranjera, pone mientras se dedica a las labores propias de su condición. Bebí la fresca agua de un botijo y le pedí que me sellara la credencial, pues el lugar me parecía muy agradable. Allí me relajé unos minutos hasta que llegó un carro tirado por un asno en el que viajaban 3 chicas, 1 chico y 2 perros. Llenaron un envase de plástico y ofrecieron agua al jumento, que haciendo gala de la tozudez típica de estos animales, se negó a beber. Sí que lo hicieron los perros.
Abandoné el lugar y enseguida divisé Castrojeriz, mi destino, a donde llegué en algo más de una hora. El pueblo está en fiestas este fin de semana: las famosas, en la región, fiestas del ajo. A parte de esto, el pueblo tiene una excolegiata, románica primero y restaurada más tarde al gusto gótico del siglo XV. Hoy día, se utiliza como museo del pueblo y de la comarca.
Al llegar al albergue, uno de los hospitaleros tomó mi mochila para colocarla en la litera que a él le parecía oportuno -tienen la costumbre en este albergue de ir ubicando a los peregrinos a medida que llegan-  Como que el lugar donde me ubicó no me acabó de gustar y había visto a los maestros valencianos que ya estaban aposentados, le pregunté al hospitalero si me podía cambiar y, aunque  no le hizo mucha gracia mi propuesta, finalmente aceptó. Cuando me dirigí al lugar escogido, le hice la pregunta de cortesía al maestro valenciano que allí estaba instalado: - ¿No hay nadie aquí, verdad? Su respuesta fue lacónica:  “En principio, no”. Sin dudarlo ni un segundo, cogí mi mochila y volví al sitio donde me había colocado el hospitalero. ¡A buen entendedor pocas palabras bastan!, pensé. Mientras me duchaba, intentaba dilucidar la razón del rechazo y pronto caí en la cuenta de que llevaba un par de noches durmiendo cerca de ellos y que seguramente mis ronquidos les habían molestado. Posiblemente no sabían como decírmelo. Mi reacción, aún comprendiendo las razones que les movían,  fue en principio, de dolor y pasé una buena parte del día dándole vueltas al asunto. Finalmente, incluso agradecí que se diera aquella situación pues constituía una oportunidad de oro para superar ese tipo de situaciones. También me sirvió para ponerme en la piel de aquellos que son verdaderamente marginados por la sociedad, por la familia o por los amigos, a causa de los mil y un avatares de la vida. Es una de las cosas que últimamente he aprendido: a valorar las situaciones difíciles, no tanto como un problema, sino como una oportunidad para superarme y crecer personalmente, que es, creo, una de las razones por las que estamos aquí.

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