Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

lunes, 24 de agosto de 2009

Camino francés: décimo séptima etapa

21/7/06


La salida de Burgos se ha hecho muy larga, aunque más amena que la entrada. La niebla ha cubierto parte del camino en las horas más tempranas. Justamente cuando se disipó, perdí la ruta al llegar a la confluencia de la N-120, la autovía del camino, con el propio camino de Santiago. Las obras desvían el camino en algún lugar que ,o bien no llegué a ver, o bien no estaba señalizado, lo que me parece más probable. Sin embargo, siguiendo mi intuición enseguida lo retomé y llegué a Tardajos, donde desayuné y descansé. Un peregrino, ¡uhm!, ridículamente vestido con traje militar de camuflaje, me ayudó a descargar la mochila y se lo agradecí. Enseguida confirmé mi impresión de que era un tipo extraño. Por su forma de hablar parecía que estuviera bebido o “colocado”. Llevaba, además, una mochila demasiado voluminosa para hacer el camino. De viva voz, comenzó a contarme una anécdota de su camino cuando en algún lugar tuvo que enfrentarse a alguien que increpaba a dos chicas que llevaban el bar donde se encontraba. Muy caballeroso él,  como si de un Don Quijote se tratara, la emprendió a mamporros con el ofensor.

Por lo demás, el camino, a medida que se acumulan los Km. y se acercan las horas más soleadas del mediodía, se deja sentir haciéndose pesado y fatigoso. Los pies me ardían cuando divisé, a lo lejos, unos cuantos árboles, a unos 50 metros de distancia del camino. Durante un rato, mientras caminaba, me imaginé una fresca sombra, una fuente de agua fresca y una brisa que aliviaran mis penas. Y así fue exactamente. ¿...? La fuente era de aquellas que tantas veces he visto en las películas del oeste: una palanca que, accionada a mano, extrae el agua del subsuelo mediante la succión por creación de vacío. Descansé un buen rato en aquel lugar que me parecía un paraíso en medio del páramo castellano. Fui consciente de cuánto se aprecian las cosas que parecen banales en otras circunstancias. El campo desolado, el sofocante calor... pero la brisa fresca bajo la sombra de los árboles y  agua fría hasta saciarte, en medio de un secarral de un monocolor ocre trigueño en lo que, hace algunas semanas, debió ser un verde paisaje de cereales en pleno periodo de crecimiento.

Emprendí de nuevo el camino y, por fin, llegué al final de lo que, todo el tiempo, fue una suave pero interminable subida. El camino descendía rápidamente hacia un valle en medio del cual estaba mi destino: el pueblo de Hornillos del Camino. En el albergue, me he encontrado de nuevo a Cris. El edificio tiene dos plantas y nosotros nos hemos instalado en la parte baja, la más fresca. Seguí la rutina habitual y nos fuimos a comer con los dos maestros valencianos que conocimos hace un par de días. Luego la siesta, aunque las innumerables moscas del poema de Machado no me han dejado dormir.

En estos pueblos, me he encontrado a menudo que la cobertura del teléfono móvil es muy caprichosa. En una parte del pueblo no hay cobertura mientras en otros lugares del mismo sí. Así, camino de la tienda donde iba a comprar la cena, encontré de nuevo cobertura y aproveché para llamar a un número desconocido que tenía recogido en mi móvil como llamada perdida. Resultó ser mi compañero José, el otro maestro de mi escuela, ya que el resto son maestras. Por lo demás, la tarde es muy larga y la hora de dormir no parece llegar nunca . Son las siete de la tarde y algunos peregrinos extranjeros se disponen a cenar, fieles a sus costumbres. Un maestro de un colegio religioso de Palma de Mallorca, como reza la camiseta que lleva puesta, se dispone a hacer lo propio.

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