Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

viernes, 16 de mayo de 2014

Camino Inglés. 2º día


26-04-2014

1ª etapa del Camino: Ferrol-Neda. 16 kilómetros

Por fin, la normalidad, que consiste en encontrarme con otros peregrinos que hacen exactamente lo mismo que uno: caminar; cada cual a su paso, cada cual a su ritmo. Esto es el Camino. Como dijo el poeta:

"Caminante,no hay camino, 
se hace camino al andar".

Y yo añado: y cada cual lo anda a su manera.

La etapa de hoy, transcurrió paralela a la ría de Ferrol, siempre de oeste a este. De hecho, esta ría forma parte junto con la de A Coruña, Betanzos, Ares y Ferrol del golfo Ártabro. Aquí, en el Ferrol, la ría adquiere esta dirección. El camino discurrió siempre junto al agua de la ría, siendo muy diferente según la hora en la que se transita. Así, con la marea baja, o bajamar, el agua , mezcla de agua dulce procedente de los ríos que desembocan en la ría y agua salada procedente del mar, apenas si se divisa a lo lejos y todo lo que el peregrino ve es un fangal en el que sólo algunas aves se atreven a adentrarse en busca de algo que llevarse a la boca y, a lo lejos, el otro lado de la ría. En cambio, cuando la marea sube, todo se llena de agua, mayoritariamente procedente del mar y las aves acuden en mayor cantidad en busca de alimento. Desde el punto de vista estético, al peregrino se le antoja más vistosa esta imagen de la ría plena, con marea alta y hace un alto en el camino para realizar alguna que otra fotografía con la intención de inmortalizar la visión de un paisaje que muy probablemente no volverá a ver, de la misma manera, ya nunca más.



Al final de esta porción de la ría, se encuentra Neda, el pueblo que acogerá en su albergue a los peregrinos que iniciamos hoy camino. A primera hora de la mañana, en un momento de duda sobre por donde discurre la ruta de hoy, giré la vista hacia atrás y vi a dos peregrinos que se acercaban a mi. Decidí esperarlos. Los saludé y les hice participes de mi duda. Será por la derecha, en lo que parece un camino que va hacia un pequeño parque junto a la ría, o habrá que seguir de frente, por un camino asfaltado que discurre paralelo a la carretera. Decidimos ir por este último y nos despedimos enseguida pues  comprobé que llevaban un ritmo más vivo que el mío. Seguramente, pensé, ya nos encontraremos en el próximo albergue. Los vi desaparecer de mi vista y yo seguí recreándome en mi camino y en mi ritmo de marcha. No tengo ninguna prisa, me dije.

La mañana amaneció en Ferrol con nubes y claros y parecía que el viento había amainado lo suficiente como para no molestar al caminante. Eso se deducía de la visión de las banderas que reposaban casi inmóviles bajo los cristales de la ventana de mi habitación. Observar el cielo fue lo primero que hice cuando puse los pies en el suelo una vez me hube despertado. Demasiado halagüeño para ser verdad, pensé. Más tarde, en el transcurso de la mañana, pude comprobar cuan equivocado estaba con mi primera observación.

Me levanté a las 7.45 y, una vez acomodadas mis pertenencias en la mochila, bajé a la cafetería del hotel donde me alojaba. Tomé un café con leche descafeinado y un croissant y enseguida me dispuse a dar los primeros pasos de mi nueva andadura. El Camino que habría de seguir, transcurría cercano a la parte posterior del edificio donde se encontraba el hotel, así que, cuando pasé la esquina del mismo, pude comprobar que mis observaciones meteorológicas, hechas desde la comodidad de la habitación donde dormí, no eran adecuadas al lugar donde me hallaba. Me animó, sin embargo, el comprobar que el viento no era tan intenso como el de ayer. Pero aún más animo me dieron los primeros rayos de sol del día que, poco después, se colaban entre los nubarrones y acariciaban mi cara. Tan solo fue un instante y, enseguida, las nubes ganaron la batalla y ocultaron el astro rey.

Una pena que no haya hecho un día soleado pues el paisaje perdía mucho con un cielo entre gris y oscuro. Sea como fuere, llegué al albergue de Neda a las 12,30. Está situado a escasos 50 metros de la ría y se arriba a él cruzando el último brazo de ría antes de que ésta se cierre, a través de un puente peatonal construido en su mayor parte de madera. En la puerta del albergue, que estaba cerrado, un cartel avisaba que se había de llamar a un número de teléfono para que alguien diese instrucciones sobre cómo entrar. Llamé y me contestó alguien que trabajaba en protección civil y que, además, era el encargado de atender al peregrino. Me explicó que en un hueco de la pared, a la izquierda de la puerta, donde en otro momento hubo un timbre, escondida, se podía encontrar una llave de la puerta. Me dijo que la tomara y me acomodara y que, enseguida que sus obligaciones se lo permitieran, pasaría por el albergue a tomarme los datos y cobrarme los 6 euros que, en toda Galicia, cuesta alojarse en un albergue del Camino. Y eso fue lo que hice. Era el primero en llegar y tenía a mi elección 22 camas dispuestas en 9 literas en una habitación grande y otras 4 en una habitación pequeña. Pensé en quedarme en la habitación pequeña con tal de no molestar con mis ronquidos durante la noche y no ser molestado por los de los otros peregrinos, pero preferí ir a la habitación grande. 

Poco después, vino el encargado con el que había hablado hacía un rato. Cogí mi credencial y los 6 euros que cuesta el albergue y entré en la pequeña oficina dispuesta para quien debía hacer las veces de hospitalero. Le entregué mi credencial y en ese momento me percaté que no había cogido la que utilicé el año pasado y que quedó con espacios vacíos  para sellar suficientes como para hacer todo el Camino Inglés que, por cierto, es el más corto de cuantos he hecho pues sólo consta de 5-6 etapas y un total de 120 km. Era la credencial del 2010 la que me había traído, de cuando hice la primera mitad del Camino del Norte, des de Irún a San Vicente de la Barquera. Una vez cumplimentada la ficha de inscripción y pagado el importe del alojamiento me dispuse a seguir con las rutinas que ya he practicado en otros caminos y que tan buen resultado me dieron, a saber: lavar la ropa y tenderla, ducharse, buscar un sitio para comer, en esto los hospitaleros siempre son los que orientan al peregrino pues son ellos los que conocen el lugar, echar la siesta, si se tercia, ...

Estando escribiendo estas líneas, llegaron al albergue dos japoneses que entraron sin fijarse en el cartel que había en la puerta, que informaba que había que llamar a un número de teléfono para ser atendido. Me tomaron por el hospitalero e intentaron decirme, lo deduje, qué hacer para albergarse allí. Con el poco inglés que sé, intenté explicarles que había que llamar por teléfono pero no acabaron de entenderme o bien no disponían de teléfono, cosa que sería sorprendente en los tiempos que corren. Les dije, como pude, o sea con gestos y con mi parco conocimiento del inglés,  que pasaran,  que más tarde vendría el hospitalero. Parecieron entenderlo, sobre todo uno de ellos, que  era el que hablaba inglés. Tomaron asiento y esperaron pacientemente su llegada no sin antes haberse puesto más cómodos. 

Entre tanto, habían llegado otros peregrinos, entre ellos los dos que vi por la mañana. No parecieron reconocerme en un principio aunque sí lo hicieron después. Los  japoneses,con gran civismo y respeto, hicieron todas las cosas que hace un peregrino cuando llega a un albergue, que he comentado más arriba, en la sala de estar, para evitar molestar a los otros peregrinos, algunos delos cuales dormían tras la comida del día.

Al día siguiente, me esperaba una etapa algo más corta, tan sólo 14 km, hasta Pontedeume. Tan sólo esperaba que el tiempo acompañase y que, si más no, al menos fuera como el de hoy, en el que la lluvia estuvo ausente.


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