13/07/2014
2ª etapa: Escamplero-Grado (S.Juan de Villapañada) 17 km
Contemplando Grado o Grao, como dicen los moscones/as, gentilicio que se dan los lugareños, desde un lugar privilegiado, me pongo a escribir estas líneas a fin de atesorar las sensaciones, vivencias, imágenes... que va uno recogiendo por el Camino. Mi frágil memoria las borraría pronto como vengo comprobando camino tras camino, año tras año y ya van 8 los que salgo a hacerlo.
Me hallo en el albergue de Grado, que propiamente no está en esta hermosa villa asturiana, sino a 4 km de ella, en el lugar llamado San Juan de Villapañada, del concejo de Grado. Paré a descansar en el parque de esta villa, por mi ya conocida de mi visita al final de un anterior Camino, por ver si recordaba algo, y aunque la crucé de punta a punta no pude recordar apenas nada, tan sólo algo del parque en el que me encontraba descansando. Vine, entonces, de visita a conocer el pueblo donde se crió mi compañera y amiga Carmen González, a la que siempre llamé, y llamábamos todos en el cole, la asturiana, pues hacía gala permanentemente de su asturianidad, eso sí, sin desmerecer otras regiones de España. En fin, intenté recordar aquellos momentos vividos en este pueblo grande, siempre acompañado por mi cicerona que me dió alojamiento y acogimiento en su casa, donde aún vive su madre buena parte del año. Una vez descansado, re-emprendí la marcha camino del albergue del cual sabía que se encontraba a mayor altura que el pueblo por el que transcurría el camino. Así que me dispuse y mentalicé para afrontar la subida que me esperaba durante prácticamente 4 km. Resultó ser durilla máxime cuando se llega a ella a una hora en que el sol, ya alto, comienza a calentar de lo lindo.
Desde el lugar donde se asienta el albergue, se divisa buena parte del pueblo que acababa de dejar, con unas vistas espléndidas que tenían como fondo los picachos de la cordillera Cantábrica allá en lontananza, cubriéndose y descubriéndose a medida que las nubes bajas y nieblas avanzaban por sus faldas. Como música de fondo, el cencerro de unas ovejas que pastan en un prado cercano, el ruido de un tractor que pasa por la carretera que discurre unos metros más arriba del albergue, un labriego que recoge hierba, ya seca, para alimentar el ganado durante el invierno y, como no, un grupo de jóvenes peregrinos que comparten sus anécdotas en medio de bromas, chistes y abundantes risas.
Llegué al albergue, sudando lo que no había sudado en toda la etapa. Y es que las cuestecitas que he tenido que salvar, ¡se las traen! Pronto comprobé que era el primero en llegar. La puerta, no obstante, se encontraba encajada pero no cerrada. Una nota clavada en la puerta avisaba que estaba abierta. Un nudo en una cuerda mantenía las dos hojas de la puerta de forma que desde lejos parecía cerrada. Deshice el nudo y entré. La primera impresión fue la de entrar en una casa y no en un albergue; tal era el ambiente hogareño que se le había dado a este espacio de acogimiento. Esa impresión se confirmó luego, cuando llegaron, y no tardaron en hacerlo, los siguientes peregrinos que resultaron ser dos hermanos ya conocidos por mi del albergue anterior. Él, el mayor, llamado Guillermo y, ella, la pequeña, llamada Cristina, de 23 y 15 años respectivamente, son de un pueblo de la provincia de Valladolid, cercano a la de Segovia, llamado Viloria.
A estas horas, las 7 de la tarde, cuando recojo, negro sobre blanco, mis impresiones del día, el albergue está casi lleno y, según Domingo, el afable hospitalero, es posible que no se llene porque hay partido importante del mundial del fútbol que se está jugando en estos días.
En cuanto a la etapa de hoy, hubo un primer tramo en que se bajó lo que ayer se subió, un segundo tramo que discurre por la vega de Grado, regada por el río Cubia, afluente del Nalón, río salmonero, este último, donde los haya; el tercer y último tramo, de nuevo subida al albergue. Mis rodillas, sobre todo la izquierda se han resentido en la bajada y el lumbago ha hecho acto de presencia. Sin embargo, ello no es nada que no se puede superar con una buena dosis de ilusión como es la que todos los que venimos al Camino traemos ya de nuestra casa.
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