Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Camino del Norte: trigésimo-novena y última etapa


3-8-11

Pedrouzo-Santiago 20 Kms.

Sin más prisas que las de no llegar tarde al albergue privado en el cual reservamos plaza en el día de ayer (nos rogaron que nos presentáramos antes de las dos de la tarde) nos levantamos hoy a las 6,30 de la mañana para comenzar a caminar hacia la ciudad de la estrella, pues eso es lo que significa según la tradición, Compostela: campus stellae, campo de la estrella, pues fue una estrella la que indicó a Teodomiro, en el siglo IX, dónde se encontraba el sepulcro del apóstol.
Se supone que es el gran día para todo peregrino que se dirige a Santiago: llegar a la meta. Y ciertamente así es pues las emociones que se desatan cuando uno pisa la plaza del Obradoiro son difíciles de explicar de forma generalizada ya que cada uno vive la experiencia conforme a su manera de ser. Aún así lo que no falta nunca, al menos en mi caso, y los que yo he podido vivir en primera persona, ha sido el compartir esas emociones con los compañeros de andaduras y fundirnos en un abrazo muy emotivo.
La llegada a Santiago se hizo de esperar, como ya pasó la primera vez, en el 2007. Caminos de tierra, bosques, aldehuelas y asfalto van poniendo el contrapunto a las pisadas de cada cual. Pasar Lavacolla, el aeropuerto, algún que otro avión sobrevolando nuestras cabezas a baja altura, la última paradiña en un bar para reposar, refrescarnos y reponer fuerzas, en fin, que le da a uno la impresión de que nunca va a llegar. Y, sin embargo, allí estaba, por donde se pone el sol: Santiago, al fin. Pese a haber llegado a la meta en otra ocasión, a uno no se le deja de erizar el bello cuando sabe que está a pocos kilómetros del final de su camino. La diferencia es que, en esta ocasión sabía, por la experiencia pasada, que al final se añora el camino y que la meta deja de tener tanta importancia unas horas después de haber llegado. Uno sabe que el Camino se ha terminado por esta vez y uno sabe que se va añorar intensamente. Como se van a añorar, intensamente también, los compañeros de caminatas, con los que compartes pláticas, mesa, sensaciones, penas, alegrías, dolores, ampollas… Pero así es el Camino: te une y te separa, te da y te quita. Cualquiera que lo haya hecho lo sabe por experiencia. Los últimos 5 kilómetros, desde que se divisa la ciudad, bajando desde el Monte do Gozo, acompañé a Jaione, la simpatiquísima y joven vasca que nos acompaña. Pude sentir su alegría suma por la llegada a Santiago, ansiosa por sentir un claxon de automóvil que le diera la bienvenida para estallar de alegría cuando, al fin, lo conseguía. Me contagié de su entusiasmo y así fuimos hasta que llegamos a la plaza del Obradoiro, en la cual cada quien hizo la entrada a su manera para después buscarnos y fundirnos en tiernos abrazos con las lágrimas corriendo por nuestras mejillas. Gracias, gracias, nos dábamos las gracias unos a otros por haber tenido la suerte de habernos acompañado mutuamente en este increíble viaje. Luego la foto de rigor, ¡la tan deseada foto!, del grupo. Y mirar la fachada de la catedral de Santiago, ¡la imponente fachada barroca!, que parece no hartarse nunca de observar este espectáculo de tanto y tanto peregrino que, año tras año, aquí llega y lo celebra así o asá. Y después, más abrazos y más lágrimas y reencuentros con peregrinos conocidos que, en algún momento, lo adelantaron a uno y llegaron un día antes y que, a uno se le antoja, quedaron en la ciudad para que se pudiera producir ese reencuentro. Para entonces, se mezclaban en mí los sentimientos de alegría y emoción con los de añoranza por lo que aún no había perdido: el propio Camino y a mis queridos compañeros, con una certeza: volveré.

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