Camino
Sanabrés: duodécima etapa
28/07/2012
A Gudiña-Campobecerros: 19 km.
A Gudiña era la última oportunidad que teníamos los
peregrinos de encontrar un cajero para sacar dinero ya que en las próximas
etapas, hasta llegar a Ourense, no hay ninguno en el Camino. De manera que, de
buena mañana, me dispuse, acompañado de Gumer, a visitar uno de los dos cajeros que hay en este pueblo. El
primero no me dejó sacar nada y me informó que por un error técnico la
operación que solicitaba no estaba disponible. -Menos mal que hay otro cajero,
pensé-. Me fui hacia él y la sorpresa fue que, con el mismo mensaje y siendo de
otra Caja diferente, tampoco pude disponer de mi dinero. ¿Qué hacer entonces?
Mi compañera Gumer me dijo que lo iba a intentar ella y que me prestaría 50
euros que ya le devolvería más adelante, cuando llegásemos a Ourense. Ella sí
que lo consiguió y agradecí entonces llevar una compañera en aquellas
circunstancias, ya que, de lo contrario, no sé qué hubiese tenido que hacer
pues en tres días no dispondría de dinero y tampoco había disponible ningún otro
peregrino conocido que me pudiese haber hecho un préstamo. En fin, el caso era
que ya tenía dinero para ir tirando hasta poder disponer del mío propio.
Pues bien, la salida de A Gudiña empezó con una continua
cuesta arriba que pronto se convertiría en un pequeño calvario para mí ya que
la etapa de ayer me estaba pasando factura. Pronto noté el cansancio acumulado
y un exceso de carretera contribuyó aún más a ello. Salimos con niebla y el
viento vino a contribuir también al malestar ya que empecé a tener frío –cómo me
acordaba en esos momentos de mi amiga Dori que me dijo antes de partir hacia
Zamora que echara algo de abrigo por si acaso-. El por si acaso se hizo realidad
y me cogió a mi desprotegido. Una camiseta de manga larga me ayudó a soportarlo
mejor pero, por momentos, el frío hizo mella en mí. Al cabo de un rato de
andadura, el sol se impuso a la niebla como yo esperaba y deseaba y la
situación mejoró para mí por lo que respecta a la temperatura, no así en lo que
se refiere al cansancio.
Empezamos a ver y admirar el magnífico paisaje que se abría
ante nosotros desde una carretera que serpenteaba por encima de una cadena
montañosa de perfil ondulado en torno a los 1000 metros de altura. A nuestra
derecha, un barranco cubierto de vegetación arbustiva que venía a acabar en las
aguas de una presa y, al otro lado de ésta, los contrafuertes casi verticales y desnudos de
un macizo montañoso de unos 1800 metros
de altura constituido por las estribaciones del macizo de Cabeza de Manzaneda.
A la izquierda de la carretera un paisaje de pequeños valles cubiertos también
de matorrales renacidos de las cenizas de un incendio, algo tan común en esta
bella y castigada región, del cual aún se veían los restos de arbustos
carbonizados y suelos calcinados.
La carretera por la que íbamos cruzaba alguna que otra
aldeíta, llamadas aquí Venda, casi deshabitadas y dejadas de la mano de Dios en
la que pudimos intercambiar algunas palabras con los escasísimos habitantes, personas
mayores, que pudimos ver en ellas. Saludamos a un matrimonio de avanzada edad y
a un hombre mucho más joven, de treinta y pocos años, que hablaba con ellos. En
la puerta, a un lado de la carretera, un Audi de color negro. Seguimos nuestro
camino sin detenernos y algunos kilómetros más adelante el mismo coche que se
paró junto a Gumer, que venía algo más retrasada que yo, y le dice que nos
puede acercar hasta el siguiente pueblo, adonde él va, que, justamente, era
nuestro destino de hoy. Gumer le contesta que lo que yo diga y yo acepté enseguida su propuesta.
Así que hicimos esta pequeña trampa y llegamos al pueblo en coche. Por el
camino, una empinada cuesta abajo que, de aquella manera, íbamos a salvar, nos
contó el conductor del Audi que había venido a visitar a sus tíos que vivían
allí, que él vivía en Bilbao donde hacía algunos años que había emigrado.
El cansancio acumulado de ayer y una ampolla que me había
salido en el dedo pequeño del pie izquierdo me llevaron a la rápida conclusión de
que lo mejor era aceptar la oferta de tan amable conductor. De modo que ello
nos ahorró unos 6 km de andadura. En este pueblo, Campobecerros, había un
albergue que funcionó hasta no hace mucho pero lo cerraron, de modo que nos
alojamos en una casa rural por 20 euros la noche. Por cierto, el servició aquí
deja mucho que desear, pero no hay otro sitio donde alojarse.
Mañana nos espera una etapa corta hasta Laza y allí, probablemente, tome un tren hasta
Ourense pues como quiera que voy corto de tiempo, si quiero llegar el sábado
día 4 a Santiago tengo que saltarme un par de etapas y puede que lo haga pasado
mañana. En realidad, en mi planificación del viaje, tenía previsto llegar este
día y así hubiese sido si no hubiese tomado la decisión, a última hora, de
empezar mi Camino en Zamora y no en Granja de Moreruela donde en realidad
comienza el Camino Sanabrés, también llamado Mozárabe, con sus 360 km. de longitud. Esos 2 días de más hechos desde
Zamora son los que ahora me faltan para llegar en el plazo que me había
propuesto. En Santiago me esperará mi amiga Dori que dado que no hará
vacaciones este verano, ha decidido hacer una escapadita hasta Santiago y allí
esperar mi llegada el sábado para partir hacia Barcelona el lunes por la
mañana. Pero mañana será otro día y sabe Dios que nos depara. Uno propone y
el Camino dispone, ésta es unas de las
máximas que he aprendido en estos años de caminos a Santiago.
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