Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

martes, 21 de agosto de 2012


Camino Sanabrés: duodécima etapa

28/07/2012

A Gudiña-Campobecerros: 19 km.

A Gudiña era la última oportunidad que teníamos los peregrinos de encontrar un cajero para sacar dinero ya que en las próximas etapas, hasta llegar a Ourense, no hay ninguno en el Camino. De manera que, de buena mañana, me dispuse, acompañado de Gumer, a visitar uno de  los dos cajeros que hay en este pueblo. El primero no me dejó sacar nada y me informó que por un error técnico la operación que solicitaba no estaba disponible. -Menos mal que hay otro cajero, pensé-. Me fui hacia él y la sorpresa fue que, con el mismo mensaje y siendo de otra Caja diferente, tampoco pude disponer de mi dinero. ¿Qué hacer entonces? Mi compañera Gumer me dijo que lo iba a intentar ella y que me prestaría 50 euros que ya le devolvería más adelante, cuando llegásemos a Ourense. Ella sí que lo consiguió y agradecí entonces llevar una compañera en aquellas circunstancias, ya que, de lo contrario, no sé qué hubiese tenido que hacer pues en tres días no dispondría de dinero y tampoco había disponible ningún otro peregrino conocido que me pudiese haber hecho un préstamo. En fin, el caso era que ya tenía dinero para ir tirando hasta poder disponer del mío propio.

Pues bien, la salida de A Gudiña empezó con una continua cuesta arriba que pronto se convertiría en un pequeño calvario para mí ya que la etapa de ayer me estaba pasando factura. Pronto noté el cansancio acumulado y un exceso de carretera contribuyó aún más a ello. Salimos con niebla y el viento vino a contribuir también al malestar ya que empecé a tener frío –cómo me acordaba en esos momentos de mi amiga Dori que me dijo antes de partir hacia Zamora que echara algo de abrigo por si acaso-. El por si acaso se hizo realidad y me cogió a mi desprotegido. Una camiseta de manga larga me ayudó a soportarlo mejor pero, por momentos, el frío hizo mella en mí. Al cabo de un rato de andadura, el sol se impuso a la niebla como yo esperaba y deseaba y la situación mejoró para mí por lo que respecta a la temperatura, no así en lo que se refiere al cansancio.


Empezamos a ver y admirar el magnífico paisaje que se abría ante nosotros desde una carretera que serpenteaba por encima de una cadena montañosa de perfil ondulado en torno a los 1000 metros de altura. A nuestra derecha, un barranco cubierto de vegetación arbustiva que venía a acabar en las aguas de una presa y, al otro lado de ésta,  los contrafuertes casi verticales y desnudos de un macizo montañoso de  unos 1800 metros de altura constituido por las estribaciones del macizo de Cabeza de Manzaneda. A la izquierda de la carretera un paisaje de pequeños valles cubiertos también de matorrales renacidos de las cenizas de un incendio, algo tan común en esta bella y castigada región, del cual aún se veían los restos de arbustos carbonizados y suelos calcinados.

La carretera por la que íbamos cruzaba alguna que otra aldeíta, llamadas aquí Venda, casi deshabitadas y dejadas de la mano de Dios en la que pudimos intercambiar algunas palabras con los escasísimos habitantes, personas mayores, que pudimos ver en ellas. Saludamos a un matrimonio de avanzada edad y a un hombre mucho más joven, de treinta y pocos años, que hablaba con ellos. En la puerta, a un lado de la carretera, un Audi de color negro. Seguimos nuestro camino sin detenernos y algunos kilómetros más adelante el mismo coche que se paró junto a Gumer, que venía algo más retrasada que yo, y le dice que nos puede acercar hasta el siguiente pueblo, adonde él va, que, justamente, era nuestro destino de hoy. Gumer le contesta que lo que  yo diga y yo acepté enseguida su propuesta. Así que hicimos esta pequeña trampa y llegamos al pueblo en coche. Por el camino, una empinada cuesta abajo que, de aquella manera, íbamos a salvar, nos contó el conductor del Audi que había venido a visitar a sus tíos que vivían allí, que él vivía en Bilbao donde hacía algunos años que había emigrado.



El cansancio acumulado de ayer y una ampolla que me había salido en el dedo pequeño del pie izquierdo me llevaron a la rápida conclusión de que lo mejor era aceptar la oferta de tan amable conductor. De modo que ello nos ahorró unos 6 km de andadura. En este pueblo, Campobecerros, había un albergue que funcionó hasta no hace mucho pero lo cerraron, de modo que nos alojamos en una casa rural por 20 euros la noche. Por cierto, el servició aquí deja mucho que desear, pero no hay otro sitio donde alojarse.
Mañana nos espera una etapa corta hasta Laza y  allí, probablemente, tome un tren hasta Ourense pues como quiera que voy corto de tiempo, si quiero llegar el sábado día 4 a Santiago tengo que saltarme un par de etapas y puede que lo haga pasado mañana. En realidad, en mi planificación del viaje, tenía previsto llegar este día y así hubiese sido si no hubiese tomado la decisión, a última hora, de empezar mi Camino en Zamora y no en Granja de Moreruela donde en realidad comienza el Camino Sanabrés, también llamado Mozárabe, con sus 360 km. de  longitud. Esos 2 días de más hechos desde Zamora son los que ahora me faltan para llegar en el plazo que me había propuesto. En Santiago me esperará mi amiga Dori que dado que no hará vacaciones este verano, ha decidido hacer una escapadita hasta Santiago y allí esperar mi llegada el sábado para partir hacia Barcelona el lunes por la mañana. Pero mañana será otro día y sabe Dios que nos depara. Uno propone y el  Camino dispone, ésta es unas de las máximas que he aprendido en estos años de caminos a Santiago.

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