6/7/2010
Segundo día de Camino. Ayer caminé 17 kms. Reconozco que la distancia no es larga en absoluto. Pero he de adaptar mi cuerpo a estas distancias progresivamente. Dicen los expertos que se tarde en torno de una semana en adaptarse. Es preferible así, tengo la experiencia del primer año en que una tendinitis en la pierna derecha estuvo a punto de mandarme para casa. Y todo por haber forzado más de la cuenta en la primera semana. Tiempo habrá más adelante. En cuanto a hoy, la distancia y el perfil de la etapa ha sido similar al de ayer pero yo estoy más cansado si cabe. Será que se suma el cansancio de ayer al de hoy. Miro los perfiles de las etapas que vienen en los próximos días y compruebo que en esta semana todo ha de ser como hasta ahora: un perfil con picos. Concluyo que difícilmente podré hacer muchos más kms. en las próximos días y habré de posponer el plantearme hacer más distancia cuando llegue a Cantabria.
La costa nos ha acompañado gran parte del recorrido de hoy, al igual que ayer. Se trata de una costa muy accidentada en que las montañas llegan hasta la misma orilla del mar lo que explica el perfil de estos caminos, con continuas subidas y bajadas. No gran cosa por lo que a la altura se refiere pero se ha de tener en cuenta que partimos del nivel del mar y se sube hasta 200, 300, 400 y más mts. aunque sin pasar de los 500. Ello hace que los grandes protagonistas del camino sean las piernas –junto con los pies, claro- y la cabeza. Las primeras porque son las que hacen casi todo el esfuerzo, las que me llevan. La cabeza es la que convence a las piernas de que pueden con el camino pese a la mochila que cabalga sobre uno. Y es que la mochila que llevo conmigo pesa en torno a los 11 kilos, teniendo en cuenta que llevo un litro y medio de agua que consumo durante el trayecto. Lo ideal habría sido salir con unos 8-9 kilos como máximo pero cuando preparé la mochila en casa no conseguí reducir el peso de la misma. Es algo que después de 3 años de experiencia aún no he conseguido y es fundamental, pues un par de kilos más en un día no se acaban de notar, pero cuando se trata de 10, 15 o 20 días, el efecto acumulativo se deja sentir, y sobre todo en cuesta arriba, donde me veo obligado a acortar el paso para no desfondarme antes de tiempo.
En total, pues, han sido 17 kms y ocho horas lo que he tardado en recorrerlos. Recuerdo que el año pasado, en el Camino Aragonés, tarde el mismo tiempo en recorrer 28 kms, aunque, eso sí, el perfil no era el mismo. Así es que en tan sólo dos etapas, y viendo lo que se me viene encima, he podido constatar que el ritmo en este Camino del Norte no tiene nada que ver con los otros dos caminos que he recorrido, el Francés y el Aragonés. Para empezar, aquí se abren los albergues a las 4 de la tarde, cuando en los otros se abren en torno a las 2. Por tanto las rutinas que tenían aprendidas de años anteriores no me acaban de funcionar aquí y he tenido que adaptarme a las características propias de este camino. Sin ir más lejos, hoy he comido pasadas la 4, eso sí al estilo del norte, o sea en cantidad. Tanto es así que no he podido acabarme el segundo plato.
El albergue se encuentra en la parte alta de Orio, que es donde me encuentro hoy. Para ir al pueblo, que está a nivel del mar, hay que bajar una pronunciada pendiente que luego, claro está, se ha de subir. Hablando de esto con otros peregrinos, nos oyó Rosa, la hospitalera, que se ofreció a ir a buscarnos en coche y subirnos luego. Ya en el pueblo y después de hacer lo que teníamos que hacer, nos supo mal abusar de la confianza y miramos de llamar un taxi, pero en este pueblo no hay taxi, de manera que, finalmente, tuvimos que aceptar la oferta de la hospitalera. Enseguida apareció un coche conducido, no por Rosa, sino por una amable y guapa joven que nos subió hasta el albergue. Resultó ser la sobrina de la hospitalera.
En esta etapa de hoy me ha acompañado Juan, de Madrid. Mañana partiremos hacia Zumaia con un corto recorrido de 15 kms, algo más suave en teoría y con cosas interesantes que ver en destino. Así nos los ha sugerido la dueña de este albergue privado poniendo énfasis en la visita a Getaria. Pero ¿qué decir del paisaje que contemplo desde aquí? Simplemente: de postal. Una continuidad de prados, pequeños bosques, montañas, cerros, laderas salpicados aquí y allá de caseríos, aunque mucho me temo que lo que desde aquí parecen caseríos debe ser más bien segundas residencias. Y allá, al fondo, en la falda de una de las montañas que se contemplan, un pueblecito en el que destaca el campanario de su iglesia. Todo ello pintado con una amplia gama de tonos verdes. Y como remate, las nubes que cubren las cumbres de los picos más altos.
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