12/7/2010
Estoy en Bilbao, después de 8 días de marcha por estos caminos de Dios y arrastrando una mochila que, por momentos, parece formar parte de mí y, en otros, cuando el terreno se hace cuesta arriba, viene a asemejarse a una gran losa que me aplasta contra el suelo. Pero, a veces, Dios envía un ángel que te hecha una mano en el camino. Es lo que pasó antesdeayer. Me explico. Transcurría media etapa de las que ya vienen siendo típicas estos días, cuando yendo por un tramo de carretera, seguido de los tres peregrinos polacos, me dispuse a empezar una nueva y fuerte cuesta por el monte, tal y como indicaba la flecha amarilla pintada en el asfalto. Dando los primeros pasos, apareció un ciclista que paró para decirnos que por ahí no, que ese camino era para locos y que siguiendo por la carretera saldríamos al mismo lugar y nos ahorraríamos camino y, sobre todo, un duro esfuerzo. Sin pensarlo dos veces, los 4 hicimos caso de la sugerencia y seguimos por la carretera. Los polacos me adelantaron y ya no los he vuelto a ver. Tal y como es la vida misma, el camino nos une y el camino nos separa. Todo esto viene por lo del ángel al que me refería anteriormente, ¿o era un ciclista? La verdad es que nos ahorramos un buen tramo de montaña, pues luego supe por Juan, que venía detrás de mi y me adelantó cerca ya del final de la etapa, que a él ningún ángel le había dicho nada de aquel tramo de montaña y que bastante duro fue. Se le veía muy agobiado al hombre pues tenía mucha prisa en llegar a Bilbao ya que su tiempo de camino se había acabado y tenía que volver a trabajar.
Habiendo llegado temprano a Bilbao, la etapa desde Lezama son sólo 12 km., me propuse junto con Antonio, mi nuevo compañero de caminatas, un canario alto y fortachón, atravesar Bilbao andando hasta llegar al albergue, al otro lado de la ciudad. Estaba mirando un plano de la ciudad cuando un amable joven se acercó a mí y me ofreció su ayuda. Me sugirió tomar un autobús que me dejaría cerca del colegio que se habilitaba como albergue en verano para acoger a los peregrinos. Le dimos las gracias pero hicimos caso omiso de la sugerencia y nos encaminamos a pie en busca del albergue. Y se hizo largo, ¡vaya que si se hizo largo! A las 13,30, Antonio sugirió buscar un bar para comer y preguntó a un hombre que pasaba por allí. Empezaba a estar cansado y no lo dudé ni un momento. Nos indicó un lugar con menú que tenía fama de bueno y barato. Allí encaminamos nuestros pies y, efectivamente, resultó ser así. El menú era básicamente de platos vascos y, es curioso, pero todos los trabajadores, menos la camarera que nos atendía, eran chinos. También el que parecía ser el jefe y lo deduzco porque era el que controlaba la caja. Una rica y abundante ensalada y unos piquillos rellenos de bacalao que me supieron a gloria bendita, más postre y café: todo por 10 euros. ¿Alguien da más?
En fin, el albergue donde me alojo funciona sólo en verano como ya dije y lo regenta la Asociación de Amigos del Camino, que realiza una labor de la que dudo que todos los peregrinos seamos conscientes. Su esfuerzo es el que ha hecho posible que cada año se vayan abriendo nuevos albergues en este Camino del Norte, al que últimamente vienen confluyendo cada vez más peregrinos, la mayoría habiendo hecho ya el Camino francés, como es mi caso. Existe otro albergue en Bilbao, el albergue juvenil que acoge a los peregrinos por 15 euros y del que acabo de enterarme que está a tope. Es por eso que aún continúan llegando nuevos peregrinos a estas horas de la tarde. Se encuentra, como he dicho, en un colegio de uno de los barrios, Altamira, que se enfila en uno de los montes que envuelven Bilbao. Está en desuso ya que se ha construido un colegio nuevo algo más abajo y es el último año, dice el hospitalero, un experimentado peregrino, que funciona ya que será derruido próximamente. También se está construyendo un albergue al otro lado de la ciudad, justamente por donde se llega desde el Camino y que en los próximos años los peregrinos agradecerán, aunque, igualmente, a la partida habrán de cruzar la ciudad. Pero no es lo mismo. Tiene mucha tranquilidad –ahora mismo estoy sintiendo los cencerros de algunas vacas que andan por los pastos cercanos aquí- y buenas vistas sobre buena parte de Bilbao y su ría. Pero tiene el inconveniente de la lejanía al centro y el hecho de encontrar pocos servicios cercanos tales como bares o tiendas.
Mañana llegamos a Portugalete. Sólo quedan 2 días para entrar en Cantabria y, no es por desmerecer a esta preciosa tierra vasca, a la que me propongo volver, pero tengo ganas ya de pisar otras tierras menos accidentadas como parecen ser las cantabras.
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