8/7/2010
Done Jakue Bidea, o sea, Camino de Santiago en euskera. Creo que no voy a olvidar nunca estas palabras. Aparecen, junto con la consabida flecha amarilla, en todas las señales del camino, aquí, en el Pais Vasco. Estan siendo grabadas en mi memoria y asociadas a la palabra sufrimiento. De nuevo, hoy, continuas subidas y bajadas han hecho que desease con desespero el fin de la subida para al poco de empezar a bajar desear de nuevo el cambio de rasante en mi camino. Algunas subidas me están resultando extenuantes y aunque las afronto con conciencia, a paso lento, regulando la respiración no consigo sino verme forzado a tener que hacer breves paradas para no desfallecer. Es suficiente un par de minutos para retomar el camino con garantías. Recuperar el resuello, se le llama a eso. Sin embargo, en las bajadas el problema es muy diferente: sufren, sobretodo, las rodillas y los pies. Las rodillas porque llevan todo el peso de la acción de frenar. Los pies porque inevitablemente acaban desplazándose hacia la puntera de la bota y en ello se producen fricciones que provocan zonas encallecidas que duelen lo suyo, en concreto en los dedos pequeños de ambos pies. Si alguien ha tenido durezas en tal lugar bien sabrá de lo que estoy hablando y quan doloroso es.
Sobre el papel, la etapa de hoy constaba tan sólo con 12 kms. aunque mi aparato cuentakilómetros me indica en torno a los 15. Sea como fuere, más de lo mismo. En cuanto al paisaje, igualmente. Una postal tras otra. Hoy hemos subido a Santa María de Itziar, a algo más de 300 mts. en pocos kilómetros de recorrido. Quiere ello decir que la pendiente ha sido considerable. En tan sólo 4 kms. he bajado de los 300 y pico metros hasta el nivel del mar.
En Deba, nuestro destino de hoy, nos alojamos en un antiguo colegio que no hace mucho que pasó a serlo, ya que aún se conservan los percheros con los nombres de los alumnos que algún tiempo atrás los utilizaron. Se habilita en verano ya que el de la playa, con 8 plazas, queda a todas luces insuficiente en estos meses. Sin embargo, este albergue funciona algo diferente a los otros ya que hay que inscribirse y presentar la credencial en la oficina de información de la localidad, donde dan las llaves al peregrino para que se instale. Para acceder al mismo, hay que tomar dos ascensores que nos llevan casi a nivel del colegio, salvando un desnivel que de otra manera habría que hacer a pie, por las escaleras. Se agradece sobremanera la existencia de estos ascensores contando que llega uno escaso de energías para afrontar más subidas y bajadas en el interior del pueblo. Sin embargo, la alegría por haber utilizado estas máquinas que nos evitan nuevos esfuerzos se convierte en incredulidad cuando veo la rampa que me ha de llevar hasta la puerta del albergue. Corta pero con gran pendiente. En fin, que le vamos a hacer, saca uno fuerzas de donde parece que no las hay y se encamina en busca de esa ducha que nos está esperando. Una vez instalado doy una vuelta para echar una ojeada al lugar. Leo un cartel que dice así: masaje de pies, 15 minutos, por 5 euros. No me lo pienso y decido aceptar la oferta. Mis pies me lo agradecerán. Sin embargo, habrá que esperar a que llegue la chica que lo hace. Se lo comunico a mi compañero de camino en estos días, Juan, el de Madrid que también muestra su interés. Así que cuando llega la chica nos apuntamos los primeros para el masaje. Más tarde bajamos al pueblo donde cenamos a base de pinchos y cerveza. Volvimos al albergue algo tarde y ya había finalizado el tiempo de funcionamiento de los ascensores, así que tuvimos que subir andando. ¡Maldita la gracia!
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