Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

martes, 11 de agosto de 2009

Camino francés: quinta etapa

8/7/06

Me las prometía muy felices habiendo comido y descansado bien en la tarde noche de ayer, pero el infortunio parece que quiere acompañarme también. Esta mañana salí a las cinco menos diez de Cirauqui en dirección a Estella, donde me encuentro ahora. Apenas había luz suficiente para distinguir las flechas amarillas que marcan todo el camino pero se caminaba bien con el frescor matutino. Muy a lo lejos divisaba con dificultad dos peregrinos que habían salido unos minutos antes que yo. Mis pasos me alejaban de Cirauqui y me acercaban a mi destino, cuando vi un mojón de piedra en el camino que indicaba que faltaban 9 Km. para Estella. Acababa de pasar Lorca, un bonito pueblo que, a esas horas de la mañana, estaba desierto. Solo el ladrido de algún perro alteraba el silencio de sus calles. A la salida del pueblo, un hombre y una mujer ancianos, acompañados de dos perros, parecían volver de dar un paseo mañanero. Cruzamos nuestros caminos y nos deseamos buenos días. Todo transcurría con normalidad y dejé atrás Villatuerta, el pueblo por donde pasaba. No se cuando fue, pero empecé a notar un dolor punzante junto a la tibia, en la parte baja, y ya cerca del tobillo, de la pierna derecha. Supuse que sería un dolor muscular, algo así como agujetas por el esfuerzo de los días anteriores. Así lo quería yo entender. Pero enseguida caí en la cuenta que ya llevaba 4 días de marcha y lo normal hubiera sido que las agujetas apareciesen el segundo día, por lo que me temí algo peor. Pensando en esto, llegué a Estella después de tres horas de camino. Era muy temprano para quedarse, ya que los albergues no abrían hasta bien pasado mediodía. Me paré a descansar un rato en una zona verde, con un bien cuidado césped, con una descuidada y antigua iglesia llamada del Santo Sepulcro, a mi derecha y el río a mi izquierda. Me fricciono la zona dolorida con el ungüento “mágico” que me vendieron en Puente la Reina para estos casos y esperé a que ocurriera el milagro. Visto el resultado final negativo, pienso que quizá me hubiera ido mejor encomendarme a Santiago o a San Fermín, patrono de estas tierras. Como quiera que el milagro no se obró decidí irme al albergue más cercano, en la entrada a la ciudad, cerca de donde me encontraba. Desde el mismo banco donde descanso divisaba la flecha amarilla que indicaba la dirección del albergue y que siempre nos guía en el camino. Por suerte para mi, estaba abierto, aunque lo que ocurría es que estaban limpiando. Llamé y me atendió una atractiva mujer a la cual le expliqué mi caso. Me dijo que podía dejar la mochila pero que, hasta la hora de apertura, no podía instalarme. Le pregunté por un masajista y me dirigió hacia la plaza del Ayuntamiento, enfrente del cual había uno. Aunque, añadió, al ser sábado no sabía si estaría abierto. Busqué, pregunté y finalmente encontré el lugar. Estaba abierto pero hasta la una no tenía hora disponible para mí. Justamente, en el albergue, me habían dicho que estuviera a esa hora en la puerta, ya que, si se llenaba, no me garantizaban la plaza. De manera que parecía no tener más opción que dejar el masajista y plantarme en la puerta del albergue, no fuera el caso que viniesen muchos peregrinos y perdiera mi lugar. No me lo pensé dos veces y fui de nuevo al albergue a plantearles la situación. El que parecía ser el máximo responsable me dijo que no me preocupara y que me fuese tranquilo al masajista. Como quiera que faltaba mucho tiempo me fui a una terraza de verano en pleno paseo de Estella, cerca del río. Había mucha sombra y se estaba muy bien. Allí había una pareja de peregrinos que había conocido en otro albergue. Estuve charlando un rato con ellos hasta que decidieron continuar hasta el próximo pueblo. Me dirigí de nuevo hacia el local del masajista y le comuniqué que me encontraba allí, cerca, por si algún cliente fallaba y se podía adelantar la sesión. Efectivamente, así ocurrió y a las doce pude entrar al masajista. Me hizo un masaje en la zona afectada aunque me explicó que, para la tendinitis que tenía, el masaje no es que fuera muy efectivo. Me dio algunos consejos, como que bebiera mucho líquido, que descansara algún día y que no forzara en los siguientes días.

Tras el masaje vuelvo al albergue. Pronto llegaron otros peregrinos. Finalmente abrieron y entramos. Me atendió un joven que se presentó diciendo que era voluntario en el albergue. Añadió que todo el mundo tenía algo y que él era discapacitado intelectual. Me llevó hasta mi litera y me dijo que si podía ayudarme en algo que no dudara en dirigirme a él. Le di las gracias y se alejó para atender a otro peregrino. Finalmente el albergue se llenó. Organicé mis cosas y me fui a comer. El mismo joven discapacitado me indicó amablemente donde había un par de restaurantes con menú del peregrino . Me dirigí al más cercano pero los sábados no tenían menú. Enseguida encontré otro. Volví al albergue para descansar. Me eché en la cama. Estaba desanimado por mi tendinitis pero no pensaba dejarme caer en la decepción. Era algo probable y ya me había mentalizado antes de partir. Si había de abandonar, lo haría, pero sin decepciones. El próximo año continuaría allá donde lo dejase, si ese fuera el caso.

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