8/7/06
Me las prometía muy felices habiendo comido y descansado bien en la tarde noche de ayer, pero el infortunio parece que quiere acompañarme también. Esta mañana salí a las cinco menos diez de Cirauqui en dirección a Estella, donde me encuentro ahora. Apenas había luz suficiente para distinguir las flechas amarillas que marcan todo el camino pero se caminaba bien con el frescor matutino. Muy a lo lejos divisaba con dificultad dos peregrinos que habían salido unos minutos antes que yo. Mis pasos me alejaban de Cirauqui y me acercaban a mi destino, cuando vi un mojón de piedra en el camino que indicaba que faltaban 9 Km. para Estella. Acababa de pasar Lorca, un bonito pueblo que, a esas horas de la mañana, estaba desierto. Solo el ladrido de algún perro alteraba el silencio de sus calles. A la salida del pueblo, un hombre y una mujer ancianos, acompañados de dos perros, parecían volver de dar un paseo mañanero. Cruzamos nuestros caminos y nos deseamos buenos días. Todo transcurría con normalidad y dejé atrás Villatuerta, el pueblo por donde pasaba. No se cuando fue, pero empecé a notar un dolor punzante junto a la tibia, en la parte baja, y ya cerca del tobillo, de la pierna derecha. Supuse que sería un dolor muscular, algo así como agujetas por el esfuerzo de los días anteriores. Así lo quería yo entender. Pero enseguida caí en la cuenta que ya llevaba 4 días de marcha y lo normal hubiera sido que las agujetas apareciesen el segundo día, por lo que me temí algo peor. Pensando en esto, llegué a Estella después de tres horas de camino. Era muy temprano para quedarse, ya que los albergues no abrían hasta bien pasado mediodía. Me paré a descansar un rato en una zona verde, con un bien cuidado césped, con una descuidada y antigua iglesia llamada del Santo Sepulcro, a mi derecha y el río a mi izquierda. Me fricciono la zona dolorida con el ungüento “mágico” que me vendieron en Puente
Tras el masaje vuelvo al albergue. Pronto llegaron otros peregrinos. Finalmente abrieron y entramos. Me atendió un joven que se presentó diciendo que era voluntario en el albergue. Añadió que todo el mundo tenía algo y que él era discapacitado intelectual. Me llevó hasta mi litera y me dijo que si podía ayudarme en algo que no dudara en dirigirme a él. Le di las gracias y se alejó para atender a otro peregrino. Finalmente el albergue se llenó. Organicé mis cosas y me fui a comer. El mismo joven discapacitado me indicó amablemente donde había un par de restaurantes con menú del peregrino . Me dirigí al más cercano pero los sábados no tenían menú. Enseguida encontré otro. Volví al albergue para descansar. Me eché en la cama. Estaba desanimado por mi tendinitis pero no pensaba dejarme caer en la decepción. Era algo probable y ya me había mentalizado antes de partir. Si había de abandonar, lo haría, pero sin decepciones. El próximo año continuaría allá donde lo dejase, si ese fuera el caso.
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