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viernes, 19 de agosto de 2011

Camino del Norte: trigésimo-tercera etapa


28/7/11

Gontán-Villalba: 20 km, y son ¡reales! Las guías y las distancias reales han  vuelto a coincidir. Ya era hora. Una etapa preciosa, sí, pero, sobre todo, una etapa fácil. A estas alturas del Camino, lo que el peregrino quiere son etapas como esta. Como decía ayer, estamos recorriendo a Terra da Cha, comarca lucense de perfil plano como hace suponer su propio nombre  en gallego. La mayor parte del camino la hemos hecho por tierra y eso ha facilitado aún más las cosas. Se agradece.
Salimos esta mañana con viento y muchas nubes y temimos que, una vez más, la previsión meteorológica fuera a fallar. No fue así, afortunadamente, y pronto brilló el sol y no quedó rastro de las nubes. Gran parte de la etapa la he hecho junto a Josefina. Ha sido hoy cuando he sabido lo que le une con Oliva que no es otra cosa que la flauta. Ella, de quien ya he dicho que se dedica a la enseñanza de la música, tiene como instrumento, al igual que Oliva, la flauta. Desde hace más de 15 años, creo recordar que contaba Oliva, que se conocen. Ambas de ven una vez al mes desde entonces pues pertenecen a la misma orquesta de flauta. Josefina tiene 28 años, como mi hija, y me recuerda en algunos gestos y en la sonrisa a mi sobrina Marina.  Es por ello que a menudo me he acordado de ella en estos días que llevamos caminando juntos.
El albergue está 1,5 km antes de llegar al pueblo y aunque hay un restaurante cerca decidí ir al pueblo a comer, aún a costa de recorrer esa distancia por el arcén de la carretera. Oliva, Josefina y los demás no tenían ganas, ya que habíamos tomado algo en una parada que hicimos a poco de finalizar la etapa. Quedé con ellas en llamarnos, ya que ambas tenían previsto ir al pueblo a dar una vuelta. Comí en abundancia por la módica cantidad de 8,5 euros y cuando me disponía a tomar el postre llamó Oliva para quedar. Abandoné el restaurante en cuanto  hube dado cuenta del postre y me fui a buscarlas. No tardé en encontrarlas. Tuvimos la ocurrencia de sentarnos en la terraza de un bar a tomar café y resultó ser la más concurrida, por todo tipo de vehículos, pues no en vano estaba en el cruce de la carretera nacional.  Ya puestas, pidieron algo de comer. Se les había abierto el apetito. Poco después nos fuimos a comprar algo para la cena y el desayuno de mañana, dimos una vuelta por el pueblo  y decidimos volver al albergue. Yo propuse hacer autostop y mis compañeras aceptaron. Bromeando, decidimos que sería Josefina quien enseñara parte de sus encantos,  mientras Oliva y yo nos escondíamos, pero no hizo falta acudir a ninguna estratagema para que nos parasen. En el primer paso cebra que cruzamos paró un coche conducido por una chica y hacia ella se dirigió una de mis compañeras para preguntarle si nos podía acercar el albergue. Enseguida aceptó. Subimos. Después de dar unas cuantas vueltas, a cierta velocidad, por las calles de Villalba, incluso en dirección contraria hacia donde se suponía que teníamos que ir, cosa que no entendimos pues solo había que seguir la carretera en línea recta, nos dejó junto al albergue, no sin antes habernos confirmado que en Galicia  se gusta conducir con velocidad, que qué le iban a hacer ellos, que así como en otras comunidades gustan  de los toros, a ellos, a los gallegos, les gusta conducir rápido. De ello podemos dar fe estos tres peregrinos. Cuando contamos esta anécdota a los peregrinos del grupo nos hartamos de reír, tanto por la gracia que nos hizo a nosotros, los protagonistas, como por la sal y la pimienta que le pusieron Sergio, el madrileño, quien por cierto lleva decorando su vara, que cogió en el camino, desde hace ya unos cuantos días, y los demás. Incluso, le puso un nombre a la conductora: la Chari, cuyo recuerdo ya no nos abandonará en las pocas etapas que nos quedan. ¡Y es que mañana  nos faltarán  menos de 100 km para llegar a Santiago!

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