24/7/11
Navia-Tapia de Casariego: veintitantos km. No sé realmente cuántos km he hecho hoy. En un principio, la ruta prevista para hoy iba de Navia a Tol, itinerario que va por el interior, mientras que finalmente decidí hacer la que acaba en Tapia de Casariego, que va por la costa. Además, me he perdido esta mañana y he dado un buen rodeo hasta que he encontrado de nuevo el camino. Unas obras de la autopista, tan frecuentes por estas tierras, desviaban el camino y la mala o nula señalización me han despistado. El caso es que preguntando se llega a Roma y también a Santiago y eso hice. Me indicaron cómo salir a la carretera nacional 634 y desde allí fue fácil retomar la ruta indicada volviendo a ver las señalizaciones, ora en forma de mojón con la concha de Santiago ora con la flecha amarilla. Otros peregrinos con los que he comentado esta incidencia también han confirmado esta visión sobre la mala señalización en estas tierras del poniente de Asturias. Alguien en esta maravillosa comunidad debería tomar cartas en el asunto y solucionar este tema que tanto puede llegar a angustiar al peregrino. Para colmo, ha llovido durante la caminata, eso sí con poca intensidad y durante no demasiado tiempo, afortunadamente.
Me encuentro en Tapia de Casariego, una población costera del oeste de Asturias, muy cerca ya de Galicia. Me alojo en el albergue municipal, sito a la entrada del pueblo, junto a un acantilado. A destacar los baños de este albergue, no por su buen acondicionamiento sino por todo lo contrario, aunque el resto de la instalación está bien, eso sí muy austero todo.
Hoy he vuelto a caminar solo, completamente solo, de nuevo. El segundo día desde que marcharon Susana y Jesús, a los que echo de menos. Además de los km de más que haya podido hacer, otra inquietud me ha angustiado esta mañana: el miedo a perderme, como así ha sido en realidad. En más de una ocasión he tenido que preguntar y recuerdo, también cómo alguien, a las 7 de la mañana -hoy he madrugado bastante- abría la ventana de su casa para avisarme que estaba errando el camino e indicarme el correcto en una bifurcación no señalizada. ¿Qué puede sentir el peregrino sino agradecimiento profundo en estos casos? En conclusión: era el día establecido para que uno se perdiera, pero ¿por quién?, y ¿por qué? ¿Quizás lo he provocado yo mismo? ¿Quizás he atraído yo mismo esa posibilidad al pensar en ella? Recuerdo haberme quejado en varias ocasiones acerca de la falta de señalización adecuada y ésta ¡es una forma de atraer para uno precisamente lo que uno está temiendo!
Ahora mismo, cuando escribo estas líneas, me ha sucedido una anécdota que creo que merece ser recogida en estas páginas, a saber: un joven ciclista del camino acaba de salir del albergue con una bolsa en la mano. Dice que va a cenar y me ofrece del contenido de la bolsa. Contiene moras que ha recogido esta tarde de unas zarzas cercanas. Es su cena. A algún peregrino le he oído hablar de este joven ciclista. Dicen que últimamente se viene alimentando de madalenas, que compra en gran cantidad y que le sirven para hacer todas las comidas del día. Al parecer no anda muy bien de dinero. Ante su oferta no tengo por más que compadecerme* de él y ofrecerle mi ayuda. Le propongo que acepte un billete de diez euros con los que cenar esta noche en condiciones, algo caliente que le reconforte. Enseguida ha rechazado mi oferta disculpándose repetidamente porque no quiere herir mis sentimientos, agradeciendo así mismo mi gesto. Le vuelvo a insistir y le ruego no se tome mi oferta como una limosna que se da a un pobre. Vuelve a agradecérmelo y me pide perdón de nuevo por si me he sentido menospreciado por él. Yo le digo que no es así, que mi oferta es sincera y que me gustaría que pudiera comer caliente. Entonces me cuenta que es verdad que dispone de poco dinero para llegar hasta Santiago pero que con lo que tiene se apaña. Además, me dice, sus padres se han ofrecido a darle algún dinero y que él, igualmente, lo ha rechazado. Quiere apañarse con lo que él ha podido ahorrar para hacer el camino. En fin, allá que se va hacia el acantilado, a dar cuenta de sus moras, que por cierto, aún no deben estar maduras, como he podido comprobar yo mismo en algún día anterior.
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