viernes, 6 de agosto de 2010
miércoles, 4 de agosto de 2010
Camino del Norte: 16ª etapa
20/7/2010
Hoy me he levantado inusualmente tarde: a las 7,30. Prácticamente, la mayoría de peregrinos habían marchado a esa hora. Sólo quedábamos 7 peregrinos: dos jóvenes coreanos cuyos nombre no recuerdo, una joven americana llamada Jessica, Antonio y los dos peregrinos que llegaron ayer tarde con el albergue lleno y que finalmente durmieron en el albergue, en el vestibulo de entrada a los dormitorios. Suerte que llevaban esterillas y no han tenido que dormir directamente en el suelo. No se si la hospitalera ha intervenido en esto o no. Oficialmente no puede admitir más plazas de las 20 que tiene adjudicadas el albergue, ya que un seguro cubre a los peregrinos que quedan registrados al hacer la inscripción. Al ser un albergue municipal el ayuntamiento se cubre las espaldas en caso de que pase un accidente dentro del edificio. Otra peregrina durmió, esta con consentimiento de la hospitalera, en un sofá que hay en recepción.
Partí sin desayunar acompañado un día más por Antonio. Paramos en el primer bar que vimos abierto y desayunamos. Emprendimos de nuevo el camino y le comuniqué a mi compañero mi intención de quedarme en el próximo albergue, sito en San Vicente de la Barquera, ya casi al final del territorio cántabro. Él no lo había decidido aún y esperaba llegar a dicho pueblo para decidirse. La verdad es que eran tan sólo 12 Km. y 7 más allá estaba el último albergue de la comunidad de Cantabria, el de Serdio, pero aún así yo no me veía con fuerzas para más. Cada vez estaba más flojo y sentía que algo rondaba por mi aparato digestivo que mermaba mis energías. Así pues, hice los 12 Km. a paso lento, tal cual si fuese un paseo. Al cabo de un rato, Antonio se adelantó y ya no lo vi más hasta que llegué al pueblo. Lo primero que hice fue irme a la estación de autobuses para ver los horarios hacia Santander, pues por el camino había decidido que dejaba de caminar y me volvía a casa. Era la opción más razonable ya que se estaba confirmando lo que me temía: una indisposición gastrointestinal me estaba dejando sin energía. Una vez sabido el horario en que partía mi autobús a Santander me fui a buscar un sitio donde descansar tranquilo, cuando vi a Antonio y a los otros peregrinos que habían dejado el albergue un poco después que nosotros sentados en un bar desayunando tranquilamente. Como quiera que yo había tomado ya algo en el bar de la estación de autobuses, me limité a acompañarlos. Estuvimos allí un rato hasta que decidieron irse a la playa. Habían planeado quedarse en la playa hasta la tarde y con la fresca partir hasta el siguiente albergue que como he mencionado antes estaba a tan sólo 7 Km. Me despedí de ellos y los vi partir andando por el puente que cruza la bahía, pensando que ya no los vería más. Yo me dirigí de nuevo a la estación donde decidí esperar hasta que partiese mi autobús a Santander. Me puse a pensar en el medio de locomoción que tomaría en esta ciudad que me llevase a Barcelona, cuando empecé a sospechar que no había combinación por tren desde Santander a Barcelona. Llamé a mi hija mayor por teléfono y le pedí que confirmase mi sospecha. Al cabo de unos minutos me mando un SMS diciendo que efectivamente no había tren y que tendría que ir hasta Bilbao para hacer mi viaje. El autobús para Bilbao salía una hora y media más tarde con lo que la espera en la estación se me hizo interminable. Pero, ¿qué podía hacer? ¿Cómo dar una vuelta por San Vicente a cargas con la mochila en la situación en que me encontraba? Finalmente, llegó el autobús que hace la ruta Oviedo-Santander-Bilbao y subí a él.
Una vez en Bilbao, tomé un taxi que me llevase a la estación de Abando para ver horarios aunque mucho me temía que tendría que esperar hasta el día siguiente, pues ya eran las 6 de la tarde. Efectivamente, salían dos trenes diarios hacia Barcelona, uno a las 7 de la mañana y otro a las 3,30 de la tarde. Tendría que buscar un hotel cercano y pasar en él la noche. Eso hice y no tardé en encontrarlo. Fue el primero que vi. No tenía fuerzas para andar mirando la categoría ni el precio, de manera que me alojé en uno de 4 estrellas a 70 euros la noche. Una vez instalado y aseado, salí a tomar algo aunque no sabía qué, pues se habían confirmado totalmente mis sospechas de padecer un trastorno gastro-intestinal. Tomé un bocadillo y a las 8 ya estaba de nuevo en la habitación del hotel. Vi las noticias en la tele, puse la alarma en el móvil no fuese que me quedase dormido y perdiese el tren y me dispuse a dormir.
No me hizo falta la alarma-despertador del móvil ya que me desperté yo sólo a las 5,30. Dispuse mis cosas en la mochila, que ahora con las botas, abultaba mucho más y me dirigí a la planta baja, a recepción, para pagar el importe de mi estancia. A las 6,30 estaban en la estación donde ya esperaba alguna gente el tren que me habría de llevar de vuelta a casa. Bares y cafeterías estaban cerrados y yo estaba sin desayunar. Me senté en un banco entreteniéndome en observar los movimientos del personal que habría de atender a los pasajeros en el tren. Me quedaban por delante 7 horas y media de viaje. Puede que el AVE funcione muy bien, y de ello doy fe, pero el resto de infraestructuras ferroviarias en España dejan mucho que desear como he podido comprobar una vez más a la ida o a la vuelta de mi Camino. Finalmente, no fueron 7,5 horas sino 8 las que tardó el tren en completar el trayecto, lo que se me hizo interminable. Comí en un restaurante de la estación de Sans y tomé el tren hacia Terrassa, de vuelta a casa.
Atrás quedan las cuestas, el continuo subir y bajar, el cansancio, el sudor, el dolor de pies, los albergues, los peregrinos, los compañeros de camino, el sol y el calor, la lluvia, la niebla y el propio Camino en sí.
Camino del Norte: 15ª etapa
19/7/2010
Comillas, villa famosa gracias al marqués del mismo nombre y a Gaudí, quien sin haber pisado estas tierras construyó varios edificios por encargo de tan ínclito personaje, un emigrante que marchó a las Américas donde hizo fortuna volviendo, cual indiano, a su tierra. Famoso son la Universidad Pontificia, el Capricho de Gaudí, el Palacio de Sobrellano y otros. Sin embargo, no he visitado ninguno de ellos ya que la caminata de hoy me ha dejado exhausto y sólo he tenido ganas de ir a visitar la playa. Quizás porque los 20 Km. han sido todos por asfalto o quizás porque el cuerpo me está avisando de que ya es suficiente trote, el caso es que cada día me canso más, sin importar demasiado la distancia. Estoy a 30 Km. de Asturias, mi meta, pero no está el cuerpo para alegrías y creo que los haré repartidos en dos etapas. Voy bien de tiempo y aún tengo 4 o 5 días más para caminar.
El albergue, como ya es costumbre, se ha abierto a las 4 y, tras la inscripción y sellado de credencial, la ducha y el lavado de la ropa, más que sucia, sudada. Luego me eché en la cama y debí de quedarme dormido, despertándome mi propio ronquido. A esas horas, las 6,30, el albergue se había quedado muy tranquilo, lejos del barullo de la hora de entrada. Los 20 peregrinos que se alojaban, salvo yo, se había ido de visita a los monumentos y edificios de la villa, los unos, y a la playa los otros.
Únicamente se interrumpen estos momentos de silencio con el bregar de dos peregrinos que han llegado y se han encontrado el albergue al completo y a los que la hospitalera ha dejado ducharse para que continúen su camino después. Hablando con ellos me dijeron que quizás dormirían en la playa o tomarían un autobús hasta el siguiente albergue, tal y como les ha aconsejado la hospitalera, muy amable con todos aunque al principio se mostró algo brusca. Luego se disculpó por ello y admitió haberse puesto algo nerviosa al ver que había tanta gente esperando y que se llenaría el albergue nada más abrir. En fin, así de dura es la vida del peregrino. Caminas 30 o más km. y te encuentras con el albergue al completo, como les ha pasado a estos dos peregrinos.
martes, 3 de agosto de 2010
Camino del Norte: 14ª etapa
18/7/2010
Padre, confieso que he pecado.
Dejamos Santander, no caminando como sería de esperar, sino en tren. La etapa que tiene salida en Santander es la más larga que hay en este tramo del Camino del Norte que llevo recorrido: 35,8 Km. y 9 horas y media de caminata. Está catalogada por mi guía como de alta dificultad. ¿Porqué es tan larga? Porque aún pasando por varias poblaciones no es sino hasta llegar a Requejada-Polanco que hay albergue. ¡Y sólo tiene 6 plazas! Tampoco había hoteles o pensiones por lo que me vi obligado a optar por el pecado. Y es que en el Camino todo lo que no sea utilizar el medio de locomoción que uno escogió para hacerlo es, simplemente, pecar. Santiago sabrá interceder por mí para que sea perdonado. Yo ya lo he hecho.
Pues sí, Antonio y yo nos hemos saltado una etapa y nos hemos ahorrado una buena paliza, de las que dejan mella. Yo estoy seguro que a mi me la hubiese dejado. Antonio parecía estar más fuerte y su mochila no pesaba como la mía, pero aún así tampoco la hizo. Él quiere llegar a Santiago. Tomamos el tren hasta Barreda y dejamos atrás Polanco. Caminamos tan sólo 10 Km. hasta llegar a Santillana del Mar, donde como ya viene siendo norma el albergue no se abría hasta las 4. De manera que dejamos la mochila en la puerta, tal y como nos indicó la encargada del museo adjunto y nos fuimos a recorrer las dos calles de esta hermosa villa, llenas de turistas que revolotean en torno a los productos que se exponen fuera de las numerosas tiendas y entrando y saliendo de estas a su antojo. Nosotros hicimos lo propio y fuimos al local donde recuerdo haber tomado leche y quesada junto con mi familia cuando mis hijas eran pequeñas y vinimos aquí en el mismo plan que ahora lo hacen los abundantes visitantes que paseaban junto a nosotros. Antonio, el canarión, tal como llaman los chicharreros de Tenerife a los habitantes de Gran Canaria, probó una ración de quesada de la que ni siquiera sabía lo que era y se tomó, también, un vaso de leche. Le gustó mucho, como no podía ser de otra manera. No me imagino a nadie a quien no le guste la quesada, un dulce típico de Cantabria a base de queso fresco, leche, huevos y harina, aromatizado con canela y limón. ¡Buenísima, quesada! Comimos al fresco, en una terraza interior de un restaurante y volvimos al albergue a esperar su apertura. Empezaba a hacer calor y no era cuestión de estar dando vueltas sin más. Cuando llegamos al albergue vimos que habían llegado otros peregrinos conocidos, franceses y belgas, por más señas.
Pasaron las 4 y allí no se presentó nadie para abrir. A alguien se le ocurrió llamar al número de móvil que había en un papel colgado en la puerta de entrada, pero no contestaban. Era domingo y empezamos a mosquearnos. Finalmente, a Antonio se le ocurrió ir en busca de un guardia municipal para preguntarle por el albergue. Lo encontró dirigiendo el tráfico a la entrada de la villa y le dijo que enseguida vendría.
Al cabo de unos 10 minutos, por fin se presentó con las llaves del albergue advirtiendo que no había venido antes porque nadie le había llamado. Al parecer, el hospitalero tiene fiesta los domingos y él se encarga de abrir, siempre y cuando se le avise. Le dijimos que se había llamado al teléfono y que nadie había contestado. El hombre llegó algo sofocado y quejándose de las muchas veces que le ha dicho al alcalde que no es misión de un municipal abrir el albergue y recibir a los peregrinos, pero, por lo visto, parece que no se le ha hecho demasiado caso. El resto del día fue más bien aburrido ya que no quedaba otra opción que volver a pasear por las cada vez más ocupadas calles de Santillana. El día se hizo largo, pero, como todo en la vida, terminó por acabarse.
Camino del Norte: 13ª etapa
17/7/2010
Por una vez, me desperté tarde, a las 7,15. Me levanté, preparé la mochila y me fui al salón-comedor donde ya había bastantes peregrinos desayunando. Consistía en leche, café o cacao soluble, pan, margarina, mermelada y galletas. Desayuné cuanto quise, al igual que los otros peregrinos. Escribí unas notas en el libro de visitas agradeciendo la existencia del albergue y el trato de la gente que lo atiende y puse otros diez euros en la hucha que se encuentra junto a la puerta. Cogí mi mochila y me dispuse, con renovadas fuerzas, a emprender el camino.
Había tres opciones, tal y como nos explicaron ayer. Yo escogí la más larga, 15 Km. Las otras dos transcurrían por carretera y eran mucho menos atractivas. La tercera vía fue escogida, también, por algunos peregrinos conocidos como Antonio que me acompañó todo el rato junto con una alemana. No me arrepentí para nada, aunque era el itinerario más largo, ya que, a las fotos que hice me remito, fue un camino precioso que transcurría paralelo a los acantilados de esta parte de la costa cantábrica. Así, con tan magnífico paisaje llegamos hasta las fantásticas playas de Langre y Somo. Al final de la playa de este último pueblo estaba el transbordador que nos llevaría a Santander cruzando la bahía en unos 24 minutos. Anduvimos por caminos al pie de los acantilados y cruzamos playas y dunas para llegar al embarcadero de Somo. Cruzamos la bahía justo cuando comenzaba a lloviznar y una vez en Santander nos fuimos directos a buscar el albergue aunque sabíamos que no abría hasta las 3,30. También sabíamos que en un bar cercano se podían dejar las mochilas. Cerca ya del albergue, nos encontramos al grupo de 6 jóvenes madrileños que nos habían adelantado por el camino. Nos dijeron que acababan de dejar las mochilas en el propio albergue pero que el hospitalero se marchaba ya y que quizás si nos dábamos prisa aún lo cogeríamos allí. Pendientes, pues, del albergue pasamos por delante del bar mencionado y no nos dimos cuenta de que estaba cerrado. La propia dueña del bar nos llamó desde el otro lado de la calle al vernos llegar y nos dijo que podíamos dejar las mochilas en su bar. Es su manera de captar clientes pues también hace comidas. De modo que abrió de nuevo el bar y dejamos las mochilas. Nos preguntó si nos interesaba comer allí pues acababa de hacer marmitako. Le dijimos que sí y nos dispusimos a ir a dar una vuelta hasta las dos en que volveríamos para comer. En esto llegaron más peregrinos que hicieron lo mismo que nosotros. Finalmente, el bar ya no cerró. Fuimos a tomar algo y al volver comimos una ensalada y el marmitako, con pan y vino por sólo 8 euros. A las 3 abrieron el albergue. El propio hospitalero comió en el mismo bar que nosotros. Nos duchamos por parejas ya que sólo había dos duchas, muy estrechas por cierto. Al salir de la ducha vi que había dos ordenadores con conexión a Internet. Eché una moneda de 1 euro y mandé algunos mensajes a familiares y amigos. Luego, quedamos en dar una vuelta por Santander y visitar su famosa playa del Sardinero, a la cual nos han dicho que podemos ir andando –unos 4 Km.- y volver en autobús. Eso hicimos Antonio, el canario, y yo. Yo tenía la pretensión de comprar fruta fresca, que echaba de menos ya que en los menús no suele haber o es de mala calidad, de modo que siempre acaba uno comiendo flan, helado o yogurt. No encontré ninguna tienda que vendiera fruta aunque yo tampoco hice nada por dar con ella. Finalmente, a última hora de la tarde acabamos comiendo un bocadillo en una conocida franquicia especialista en este tipo de comida. Tomamos el autobús y directos al albergue. Recogí la ropa que tenía tendida y me preparé para dormir.
lunes, 2 de agosto de 2010
Camino del Norte: 12ª etapa
16/7/2010
Laredo-Güemes: 27 Km. Salí temprano del hotel y me dirigí al paseo marítimo. Hice el mismo recorrido de ayer pero, a esas horas, las paradas estaban cerradas y cubiertas con plásticos para protegerlas de la humedad que aún se dejaba sentir. Algunos guardias de seguridad vigilaban la zona. Después de recorrer el paseo que tiene más de 5 Km. de longitud, llegué al Puntal de Laredo, un espolón de arena que se introduce en la ría y nos acerca a Santoña, al otro lado. Esperé media hora a que llegase la embarcación que nos había de cruzar y a las 9,15 estaba ya en Santoña donde me paré para desayunar, ya que en Laredo todo estaba cerrado cuando partí. Tras la parada, continué mi andadura en busca de mi próximo destino: Güemes, un pequeño núcleo rural desperdigado en un bonito y ancho valle que tiene como punto de referencia la iglesia. La etapa se me ha hecho larga y pesada. Llegué a la vecindad de Meruelo a la hora del almuerzo y decidí detenerme allí para comer. Había empezado a caer una fina lluvia que se acrecentó justo a la hora que salía del restaurante para re-emprender el camino. Mientras me preparaba para salir alguien salió del bar detrás de mi y me miró. Probablemente adivinó mis pensamientos y se ofreció a llevarme unos kilómetros más adelante con su autocar, pues iba en la misma dirección que yo. Me advirtió, sin embargo, que tendría que esperar pues hasta las 4 no partiría. Tenía a esa hora un servicio que realizar en un camping cercano. Me dijo, también, que me quedaba aún un buen tramo de camino y sobre todo una buena cuesta que, si aceptaba su oferta, me ahorraría. De manera que miré el reloj y comprobé que faltaba algo más de una hora y acepté su ofrecimiento. En realidad vi el cielo abierto y pensé que mis pies me lo iban a agradecer. De modo que esperé en el bar leyendo el diario y al cabo de un rato se acercó a mi el conductor del autocar que me dijo que finalmente sería su hijo, que se encontraba en la mesa de al lado jugando a las cartas, quien me llevaría. Cuando llegó finalmente la hora, partimos con su autocar acompañados también por un joven de unos 30 años que al parecer vivía cerca del camping a donde nos dirigíamos y había venido al pueblo a visitar al médico ya que no se encontraba muy bien. Durante el trayecto pude comprobar cómo el conductor se dirigía a él en un tono recriminativo y tuve la impresión de que se trataba de una persona con alguna enfermedad mental. Cuando éste hubo bajado, el conductor le volvió a recriminar su actitud para con su padre al cual, pese a su avanzada edad, 80 años, no ayudaba en las tareas propias de la granja de la que vivían. Tras cerrar la puerta del autocar me dijo que no estaba bien de la cabeza, y que en realidad lo que era es un vago con mucho cuento. Poco después llegamos a su destino. Yo me tenía que bajar. Me sugirió que fuera por la carretera y que hiciera caso omiso de las flechas amarillas que indicaban seguir por el campo. Era mucho más largo, aseguró.
Al cabo de una hora de andar me encontré en el dilema de tener que seguir las indicaciones del conductor del autocar o hacer caso de las flechas que me desviaban de la carretera. En esto aparecieron tres niños que paseaban en bicicleta y uno de ellos me dijo que siguiendo las flechas el camino era más corto. Supuse que no era la primera vez que veían peregrinos en situación de tener que elegir una de las dos rutas posibles y que su conocimiento de la tierra que pisábamos y de sus caminos era cabal por lo que le hice caso y opté por no seguir la sugerencia del conductor del autocar. Sin embargo, pasó un buen rato y no parecía que me acercara al pueblo cuya iglesia y campanario veía desde lejos, por lo que empecé a sospechar que los niños me habían tomado el pelo y me habían desviado justamente por el itinerario más largo. Luego pude comprobar que en realidad había hecho el doble de Km. de los tres que el conductor me aseguró que haría por carretera. Sea como fuere, llegué muy cansado al albergue en el que me ofrecieron un vaso de fresca agua nada más traspasar la puerta de recepción. La primera impresión fue muy buena. Me gustaba el lugar. Tenía un no se qué que me agradaba. En todo caso era muy diferente a todos los que había conocido hasta ahora. Tras la protocolaria inscripción, nos enseñaron las instalaciones a los 4 últimos peregrinos que habíamos llegado y nos llevaron a las que serían nuestras habitaciones. Nos citaron a las 8 en la biblioteca para darnos explicaciones e información de las etapas siguientes. Después de las rutinas habituales, poco antes de las ocho me dirigí a la biblioteca, donde vi a algunos peregrinos conocidos, como Antonio, el canario, y otros. El albergue, el más grande que he visto en el Camino del Norte hasta la presente, está atendido por 7 u 8 personas, todas ellas voluntarias, y lleva funcionando 30 años. Fue creado por don Ernesto, párroco del lugar, y, además, es sede de una ONG creada por él que ayuda al Tercer Mundo. Leo, en el libro de visitas, algunas referencias que se hacen de don Ernesto, tales como que “se trata de una persona que infunde calma con su única presencia”. Yo no lo he podido conocer ya que está con los chicos y chicas del pueblo en los Picos de Europa, de colonias, pero he creído notar una energía positiva en el lugar que invita a quedarse. Por el momento, si más no, parece haberme infundido ánimo para continuar un camino cuya dureza empieza a afectarme a nivel mental, ya que sé que a nivel físico es cuestión de descansar y al día siguiente el cuerpo se encuentra de nuevo apto para afrontar unos cuantos kilómetros más. El desánimo que he padecido en la etapa de hoy, habiendo tenido que ahorrarme unos cuantos Km. para comprobar lo inútil que fue después, me ha llevado a comenzar a pensar en dejar el Camino por este año. Después de la pormenorizada explicación que se ha hecho en la biblioteca, hemos bajado al salón comedor donde ya estaba preparada la mesa para la cena. Tomamos asiento y enseguida los voluntarios empezaron a traer fuentes de una sopa de ajo que a todos nos supo a gloria. Realmente exquisita, era el comentario más común. Y yo me preguntaba: ¿no serían las ganas y la actitud con las que nos disponíamos a cenar? ¿Sería el cálido ambiente que allí se había creado de acogida al peregrino? Creo que todo influía un poco, y la verdad es que la sopa era estupenda. Tras la sopa, de la que todo el mundo pudo repetir a discreción, llegó el pescado, rebozado y frito. De nuevo la pregunta: ¿porqué nos sabe a todos tan bien? Y por si era poco, varias fuentes de ensalada ocuparon espacio en la mesa junto a las del pescado. Después llego la fruta: ciruelas de la tierra, pequeñitas y rojas como cerezas y tan sabrosas como ellas. Agua y vino pudimos tomar el que quisimos. Éramos más de 40 personas cenando y ¡sobró de todo! ¿Qué decir? Comento con Antonio, el canario, que todo esto se merece algo más que los diez euros que he puesto en la hucha cuando he llegado. Aquí no se pide nada al peregrino, ni siquiera un donativo como en otros albergues. Aquí es el peregrino el que se plantea cuánto vale lo que recibe y si quiere dar algo a cambio, si es que tiene, aunque nadie mirará si así lo hace. Es por todo ello que decido dar 10 euros más, yo que me lo puedo permitir. Creo que así colaboro a que otros futuros peregrinos puedan sentirse tan bien acogidos como me he sentido yo aquí. Tras la cena salimos fuera y tras un ratito de plática informal me fui a la cama con un estado de ánimo bien diferente al de cuando llegué. Definitivamente, este lugar tiene un no se qué particular. Unos acordes de guitarra de una conocida canción de Led Zeppelin, tocados por un greñoso y descalzo joven extranjero, ponen punto final a este diferente día.
domingo, 1 de agosto de 2010
Camino del Norte: 11ª etapa
15/7/2010
Castro Urdiales- Laredo: ¿38 o 25 Km? ¿Qué elegiría el lector? Yo lo tuve claro y escogí la segunda opción. ¿Hace falta explicarlo? La distancia, claro está, es la clave. Sin embargo, gran parte de los 25 Km. que he hecho hoy han sido por carretera y la carretera mata al peregrino. ¡Así tengo yo los pies hoy! La alternativa, los 38 Km., consistía en ir por caminos y un paisaje más agradecido pero obviamente con mucha más distancia. Creo que mi tope son los 30 Km. y procuraré no pasar esta distancia si es que quiero seguir en el Camino.
Laredo, villa pequeña gran parte del año, se convierte en verano en una ciudad de más de 80.000 habitantes. Turistas, del resto de España, en su mayoría. Está de fiestas y los albergues privados, no hay albergue público, están al completo. De manera que enseguida fui en busca de un hotel donde pasar la noche y descansar. Una vez me hube instalado y aseado, salí a dar una vuelta por el largo paseo marítimo que estaba ocupado por las paradas de la feria alternativa que allí se celebraba. Di unas cuantas vueltas y paseé por entre las paradas, esquivando el bullicio de gente que allí se daba cita y, de tanto en tanto, me paraba cuando veía alguna cosa que pudiera gustarme para comprársela a mis chicas. Sin embargo, estuve un rato viendo y oyendo a un grupo de percusión que animaba, y doy fe que lo conseguían, tanto a pequeños como a mayores, con sus tambores y otros instrumentos de percusión. En primera fila, los más pequeños, sentados en el suelo, aunque algunos acabaron de pie, bailando al ritmo de los jóvenes y animosos músicos. Detrás, los mayores y, entre ellos yo, que disfruté tanto o más que alguno de los niños que continuaron sentados todo el rato. Cuando hubieron acabado di una vuelta más por las paradas y me dirigí a comprar aquello que me había llamado la atención en una de las paradas visitadas.
Después del paseo, me senté cómodamente en la terraza de un bar. Tomé una cerveza y me dediqué a ver el pasar de la gente y, sin proponérmelo, a escuchar la conversación que se desarrollaba a mi lado, donde unas cuantas personas hablaban sobre el Barça y las excelencias de sus jugadores y equipo y acabaron hablando sobre Cataluña y los catalanes, en tono positivo por parte del que parecía llevar la voz cantante del grupo. Los demás asentían y sólo una mujer discrepó en algún momento de las opiniones emitidas aunque sin demasiada contrariedad.
Al cabo de un rato me dirigí al hotel, vi un rato la tele y me puse a dormir.
Camino del Norte: 10ª etapa
14/7/2010
Estoy en Castro-Urdiales, Cantabria. Hemos dejado atrás el País Vasco y su interminable número de cuestas. He salido a las 7 de la mañana después de desayunar en el propio albergue una café con leche y tostadas con margarina y mermelada que preparó el hospitalero, tocayo mío, con el que, por cierto, estuve hablando ayer, después de escribir este diario sobre el Camino y sus historias, que intercambiábamos como si fuesen cromos. Le contaba mi llegada el año pasado, en el Camino Aragonés, a Undués de Lerda (Zaragoza), pueblo que está en lo alto de un cerro y al que, claro está, hay que subir, para alojarse en su albergue que, como no podía ser de otra manera, se hallaba en lo más alto del pueblo. Pues bien, al empezar los primeros pasos a la que para mi era una imponente cuesta, supe enseguida que no podría hacerlo sin mucho sufrimiento. Deduje que me había sobrevenido lo que en el ambiente ciclista se llama una pájara, un desfallecimiento tal que no puedas ni dar dos pasos más. Objetivamente, la cuesta no era tal y como yo la veía pero, a fin de cuentas, lo que cuenta no es la realidad, sino cómo uno la percibe en estas circunstancias. Por cierto, esto mismo se puede aplicar a los acontecimientos de la vida misma. Nada es exactamente como a uno le parece, sino, más bien, como uno lo percibe. De manera, que tuve que parar junto a un árbol para aprovechar su sombra y recuperar algo de la energía que entonces me faltaba. Algún peregrino se ofreció a llevarme la mochila hasta el albergue con tal de que no me quedara allí pues no faltaba mucho para llegar al albergue y hacía mucho calor. Yo me negué a ello pese a que insistieron varias veces en su ofrecimiento. Tenía claro que al camino cada uno va con su propia mochila y cada uno ha de arrastrar con ella. Al decir esta frase, el hospitalero de Pobeña cortó mi discurso y me dijo que esperara un momento. Fue a su habitación y trajo de ella unos cuantos folios impresos con lo que dijo eran cuentos sobre el Camino, que él escribía. Buscó uno en concreto y me lo dio a leer. Hablaba, precisamente, de lo que yo acababa de explicarle sobre que cada cual ha de llevar su mochila, tanto en el Camino como en la vida, pues también en la vida andamos cada cual con su propia mochila en la que se guarda aquello de lo que aún no somos conscientes que ya no necesitamos, antes al contrario. Le di mi conformidad y seguimos hablando sobre el tema central de este diario hasta que alguien nos interrumpió solicitando su ayuda. Más tarde, me pidió un favor: él tenía que ir al aeropuerto a recoger a alguien y me pedía que a las diez apagara las luces y cerrara, por dentro, la puerta del albergue. Yo accedí gustoso a su petición. Al llegar la hora de irse a dormir le pregunté y me dijo que el avión se había retrasado y ya no necesitaba de mi ayuda.
Pero eso fue ayer. Hoy, en torno a las ocho, me fui con las tres maestras a cenar. Estando en ello, comenzó a llover y recordé, así como otra peregrina que resultó ser también maestra y catalana, que tenía ropa tendida para secar. Salimos corriendo tanto como pudimos y recogimos la ropa que, obviamente, estaba mojada. Acto seguido volvimos a continuar nuestra cena. El resto ya se lo puede imaginar el lector que haya leído los anteriores capítulos de este diario: preparar la mochila para la mañana siguiente e irse a dormir. Algunos peregrinos tuvieron que dormir en tiendas de campaña ya que el albergue es pequeño y se llenó enseguida. Unos ciclistas que llegaron a última hora tuvieron que continuar hasta el pueblo con albergue más cercano. Es la ley del Camino. Antes de acostarme, salí un momento fuera y me senté junto con algunos peregrinos conocidos en el césped que hay en el exterior del albergue. Enseguida empezó una conversación intrascendente a la que se unieron un grupo mixto de jovencitos peregrinos. Alguno de ellos portaba una flauta y le pedimos que tocase algo, pues sabíamos que lo hacía bien por las chicas que le acompañaban. Tocó un par de piezas con mucha maña y pensó que ya había suficiente. Algo tímido era él. Entonces alguna de las chicas del grupo rogó a uno de sus compañeros que recitara alguno de los poemas que él conocía. Explicó que era poeta y que había ganado algún concurso en el instituto donde estudiaban. No tardó en complacernos a todos los que allí estábamos y a decir verdad que recitó con maestría algunos poemas suyos y otros de Quevedo y Góngora, que junto con Lorca, eran sus poetas preferidos. Después del agradable rato que nos hicieron pasar este grupo de jóvenes peregrinos decidimos que ya era hora de irse a acostar. El peregrino no puede dejar de respetar a sus compañeros de fatigas y algunos ya estaban en la cama.
Camino del Norte: 9ª etapa
13/7/2010
Salí de Bilbao a las 6,45 habiendo tomado tan sólo un cortado y 4 galletas. Pensaba llegar hasta Portugalete y no pensé en la posibilidad de pasar gana ya que la ruta de hoy era muy urbana con lo que sería fácil hacer un alto en el camino y reponer fuerzas en cualquier bar. Eso fue lo que hice a la entrada de Baracaldo. Paré en un bar y me tomé un chorizo a la sidra que me supo a gloria acompañado de pan y una caña de cerveza, por aquello de no olvidar de rezarle cada día a San Miguel o a Santa Clara, a quien le tocará seguramente mañana.
Me ha acompañado hasta Portugalete una jovencita de Sant Boi de Llobregat (Barcelona) de tan sólo 18 años que ha empezado sus andaduras en Bilbao. Me ha contado que el año pasado hizo este mismo camino pero en bicicleta acompañada de una amiga. Este año viaja sola. Dice que no tiene miedo, lo que me parece insólito por su corta edad. Se la ve madura en según que cosas pero aniñada en otras. Propio de la edad que tiene.
Al llegar a Portugalete -17 km. de distancia- eran las 11,30. Teniendo en cuenta que el albergue no abría hasta las 3, tomo la decisión de continuar andando hasta Pobeña, el próximo pueblo con albergue, que se encuentra en un privilegiado lugar junto a una bonita playa. Total, ¡son 13 km. más! Eso sí, llanos, pero con mucho asfalto. En realidad se trata de un carril para bicis y peatones, sin tráfico de coches. Podría parecer un paseo pero la verdad es que he llegado cansadísimo al albergue sobre las 15,30, comprobando que había ya muchos peregrinos esperando en la puerta y temiendo haberme quedado sin plaza. Entre otros peregrinos, me encuentro a Ana, la chiquita de Sant Boi que me acompañó esta mañana y a tres maestras que llegaron anoche tarde al albergue procedentes de Barcelona. Una trabajó unos cuantos años en Sabadell y actualmente se encuentra en Biescas (Huesca) y las otras dos aún continúan trabajando en Sabadell. Pues bien, hasta las 16,00 horas no han abierto el albergue y la entrada al mismo ha sido algo confusa pues había más personas que plazas tiene el albergue. Lo primero que ha hecho el hospitalero es poner las cosas en claro a todos los peregrinos (al menos la mitad eran extranjeros) solicitando la intervención de alguien que supiera inglés y pudiera traducir sus explicaciones. Enseguida se ofreció un chico que pertenece a un grupo de jóvenes que se ven muy majos. El hospitalero dijo que tenían preferencia los que venían de más lejos (Bilbao o Lezama) sobre los que llegan de Portugalete y los que vienen a pie sobre los que hacen el camino en bici. Dicho esto, entramos todos más o menos respetando el orden de llegada, tomamos posesión de una cama dejando en ella nuestras cosas. Ana, que había llegado antes que yo, paga la novatada y al retrasarse un poco en entrar se ha quedado sin sitio. Yo le digo que no se preocupe que en todo caso yo le cedería mi sitio ya que no me parecería justo si ella estaba antes en la espera. Sin embargo, me dirijo al hospitalero y le comento que hay peregrinos que no vienen de Bilbao ni de Lezama sino de Portugalete y que no es de justicia que alguien que viene de más lejos se quede sin sitio por ello. Vuelve a entrar el hospitalero en el dormitorio y vuelve a pedir que traduzcan sus palabras. Insiste en lo mismo, en el orden de preferencia y de llegada. Se hizo el silencio y nadie dio ningún paso. Entonces el que parecía ser el portavoz del grupo juvenil confesó que ellos eran los que habían de ceder su sitio ya que hicieron un tramo, hasta Portugalete, en tren desde Bilbao. Enseguida cogieron sus cosas y abandonaron el dormitorio. El hospitalero les dijo que podían alojarse en la cocina-comedor con sus esterillas para dormir por la noche y que, en todo caso, nadie que llegase al albergue se iba quedar sin sitio para pernoctar ya que podrían optar por dormir en el pórtico cubierto de una iglesia cercana, como se hacía antiguamente. Me ha parecido muy honrada la decisión de los jóvenes de abandonar las camas que habían tomado en principio ya que pudiendo haberse callado no lo han hecho y, probablemente, nadie hubiese sospechado que ellos se había ahorrado 17 km. en tren. Con la observación que le hice al hospitalero, yo me referían más bien a otros peregrinos de los que tenía la sospecha que no habían hecho todo el trayecto a pie. Pero, en fin, no hizo falta desenmascararlos. Una vez más, la honradez de unos se impuso sobre la desfachatez de otros. Más tarde me dirigí a uno de ellos, al que yo llamo su portavoz, y le felicité por su actitud y honradez. Me contestó que además, al ser jóvenes, eran los candidatos perfectos a dormir en el suelo, sobre una esterilla. De nuevo le agradecí su gesto, que les honra.
Ya he hecho referencia que estoy junto a una playa preciosa con una pequeña ría que se cruza por un puente de madera al llegar y que por momentos me han venido muchas ganas de darme un baño, pues el lugar invita a ello. Sin embargo, no lo he hecho porque he preferido hacer otras cosas. De momento, tomé algo para matar el gusanillo después de haberme duchado y más tarde me puse a escribir estas letras que ahora me ocupan. A las 8 me fui a un bar cercano donde ofrecen menú al peregrino y aunque no abrían sino a aquella hora, cuando llegué, 5 minutos antes, ya había otros peregrinos esperando. Fue la única comida decente que hice en todo el día.
viernes, 30 de julio de 2010
Camino del Norte: 8ª etapa
12/7/2010
Estoy en Bilbao, después de 8 días de marcha por estos caminos de Dios y arrastrando una mochila que, por momentos, parece formar parte de mí y, en otros, cuando el terreno se hace cuesta arriba, viene a asemejarse a una gran losa que me aplasta contra el suelo. Pero, a veces, Dios envía un ángel que te hecha una mano en el camino. Es lo que pasó antesdeayer. Me explico. Transcurría media etapa de las que ya vienen siendo típicas estos días, cuando yendo por un tramo de carretera, seguido de los tres peregrinos polacos, me dispuse a empezar una nueva y fuerte cuesta por el monte, tal y como indicaba la flecha amarilla pintada en el asfalto. Dando los primeros pasos, apareció un ciclista que paró para decirnos que por ahí no, que ese camino era para locos y que siguiendo por la carretera saldríamos al mismo lugar y nos ahorraríamos camino y, sobre todo, un duro esfuerzo. Sin pensarlo dos veces, los 4 hicimos caso de la sugerencia y seguimos por la carretera. Los polacos me adelantaron y ya no los he vuelto a ver. Tal y como es la vida misma, el camino nos une y el camino nos separa. Todo esto viene por lo del ángel al que me refería anteriormente, ¿o era un ciclista? La verdad es que nos ahorramos un buen tramo de montaña, pues luego supe por Juan, que venía detrás de mi y me adelantó cerca ya del final de la etapa, que a él ningún ángel le había dicho nada de aquel tramo de montaña y que bastante duro fue. Se le veía muy agobiado al hombre pues tenía mucha prisa en llegar a Bilbao ya que su tiempo de camino se había acabado y tenía que volver a trabajar.
Habiendo llegado temprano a Bilbao, la etapa desde Lezama son sólo 12 km., me propuse junto con Antonio, mi nuevo compañero de caminatas, un canario alto y fortachón, atravesar Bilbao andando hasta llegar al albergue, al otro lado de la ciudad. Estaba mirando un plano de la ciudad cuando un amable joven se acercó a mí y me ofreció su ayuda. Me sugirió tomar un autobús que me dejaría cerca del colegio que se habilitaba como albergue en verano para acoger a los peregrinos. Le dimos las gracias pero hicimos caso omiso de la sugerencia y nos encaminamos a pie en busca del albergue. Y se hizo largo, ¡vaya que si se hizo largo! A las 13,30, Antonio sugirió buscar un bar para comer y preguntó a un hombre que pasaba por allí. Empezaba a estar cansado y no lo dudé ni un momento. Nos indicó un lugar con menú que tenía fama de bueno y barato. Allí encaminamos nuestros pies y, efectivamente, resultó ser así. El menú era básicamente de platos vascos y, es curioso, pero todos los trabajadores, menos la camarera que nos atendía, eran chinos. También el que parecía ser el jefe y lo deduzco porque era el que controlaba la caja. Una rica y abundante ensalada y unos piquillos rellenos de bacalao que me supieron a gloria bendita, más postre y café: todo por 10 euros. ¿Alguien da más?
En fin, el albergue donde me alojo funciona sólo en verano como ya dije y lo regenta la Asociación de Amigos del Camino, que realiza una labor de la que dudo que todos los peregrinos seamos conscientes. Su esfuerzo es el que ha hecho posible que cada año se vayan abriendo nuevos albergues en este Camino del Norte, al que últimamente vienen confluyendo cada vez más peregrinos, la mayoría habiendo hecho ya el Camino francés, como es mi caso. Existe otro albergue en Bilbao, el albergue juvenil que acoge a los peregrinos por 15 euros y del que acabo de enterarme que está a tope. Es por eso que aún continúan llegando nuevos peregrinos a estas horas de la tarde. Se encuentra, como he dicho, en un colegio de uno de los barrios, Altamira, que se enfila en uno de los montes que envuelven Bilbao. Está en desuso ya que se ha construido un colegio nuevo algo más abajo y es el último año, dice el hospitalero, un experimentado peregrino, que funciona ya que será derruido próximamente. También se está construyendo un albergue al otro lado de la ciudad, justamente por donde se llega desde el Camino y que en los próximos años los peregrinos agradecerán, aunque, igualmente, a la partida habrán de cruzar la ciudad. Pero no es lo mismo. Tiene mucha tranquilidad –ahora mismo estoy sintiendo los cencerros de algunas vacas que andan por los pastos cercanos aquí- y buenas vistas sobre buena parte de Bilbao y su ría. Pero tiene el inconveniente de la lejanía al centro y el hecho de encontrar pocos servicios cercanos tales como bares o tiendas.
Mañana llegamos a Portugalete. Sólo quedan 2 días para entrar en Cantabria y, no es por desmerecer a esta preciosa tierra vasca, a la que me propongo volver, pero tengo ganas ya de pisar otras tierras menos accidentadas como parecen ser las cantabras.
Camino del Norte: 7ª etapa
11/7/2010
¿Qué decir de la etapa de hoy? Por lo que se refiere a la distancia, 20,5 km. En cuanto al perfil, como siempre. Ya comienza a cansarme, no tanto físicamente, que también, como vengo explicando en anteriores etapas, sino mentalmente. Son 7 los días con el mismo perfil, subiendo y bajando sin parar. En fin, dice el hospitalero de este albergue que lo que viene tiene un relieve más suave, lo cual me congratula. Estoy en Lezama, a 12 km de Bilbao.
Dicen los entendidos que en 7 días el cuerpo tiene tiempo suficiente de habituarse al sufrimiento en un camino que comienza a parece a mi también, como a Juan, el madrileño, inhumano. Supongo que los entendidos se refieren a las distancias, en tanto en cuanto uno no anda 15 o 20 km. cada día. El perfil accidentado es un tema aparte y me temo que a esto el cuerpo no se habitúa tan fácilmente si no ha habido un entrenamiento previo y, está claro, yo no lo he tenido. Llego tan cansado estos días que me tengo que obligar a ponerme a escribir ya que no tiene uno ganas de nada.
Hoy seremos pocos en el albergue. Es curioso, pero ayer, en Gernika hubo peregrinos que tuvieron que dormir en el polideportivo, al aire libre, ya que no encontraron alojamiento e incluso algunos se aventuraron a dormir en la playa. ¿Dónde están los peregrinos que ayer abarrotaron Gernika? Esta pregunta se la traslado a Jesús, el hospitalero, y me dice que algunos de ellos habrán tomado un autobús hacia Bilbao para quedarse allí 1 o 2 días y visitar, seguramente, el Gugguenheim y ver el partido de hoy con tranquilidad: la final del mundial de futbol de Sudáfrica. Bien, también nosotros, los 6 peregrinos que aquí nos alojamos iremos a ver el partido a un bar cercano. Jesús acaba de venir de allá y les ha preguntado, con respuesta afirmativa, si abrirían por la tarde a la hora del partido. De modo que allí nos dirigiremos dentro de un par de horas. Francamente, dejo de escribir por hoy ya que no puedo ni recordar lo acontecido en el día. ¡Así de cansado estoy!
miércoles, 28 de julio de 2010
Camino del Norte: 6ª etapa
10/7/2010
Ando, desde ayer, por tierras del interior de Vizcaya. He salido de Zenarruza a las 7,30, otra vez solo. Juan quería pasar, antes de partir, por el templo del monasterio para asistir al rezo matinal de los frailes, que ya anoche pudimos oír y ver en su última plegaria cantada del día. El camino, con sus 17 kms., lo he hecho, pues, prácticamente a solas. He vuelto a disfrutar del hecho de ir solo y caminar sin más compañía que la mía misma. De nuevo los paisajes bucólicos con sus montañas, bosques y prados. De nuevo los tramos asfixiantes por el sol implacable del mediodía alternando con los húmedos y frescos tramos que cruzan el interior del bosque, con sus arroyuelos incluidos. Más adelante, verdes valles salpicados de caseríos desperdigados, con sus huertas al lado, los manzanos para la sidra, los nogales que ofrecen sus frutos aún inmaduros al pie del camino, los prados donde pastan ovejas, vacas y caballos, siempre separados sus espacios de una u otra manera. De tanto en tanto, una ermita señala una jalón en el camino, como la de hoy, dedicada al apóstol Santiago o la más espectacular de ayer, dedicada a San Miguel. Digo espectacular por ponerle un adjetivo rimbombante ya que es la única que he visto en su género. Se trata de una ermita levantada en el siglo XVII encima de dos enormes rocas que aguantan a una tercera, de manera que entre las dos que soportan el peso queda un espacio donde se halla una estatua del arcángel. Lo cierto es que su visión causa impacto nada más entrar ya que las rocas son grandiosas. El lugar en sí es asombroso y siente uno sensación de pequeñez a la vez que se tiene la impresión de encontrarse en un lugar en el que flota algo de esotérico y mágico en el ambiente. Dice la leyenda que si un joven casadero quiere encontrar pareja debe de dar tres vueltas al círculo que conforma la ermita. Sin embargo, pese a que me gustó el lugar, lo dejé presto y encaminé mis pasos en busca del albergue, con la idea de volver con más calma y tiempo. Luego ya no pudo ser pues abandoné el pueblo camino de Zenarruza.
Retomando el hilo de la narración del camino del hoy, decir que llegué tan cansado y dolorido como siempre al albergue privado de Gernika, en torno a las 2,30. Acababan de llegar los polacos a los que hice alusión en la etapa anterior y que ocuparon las tres últimas plazas que quedaban libres. Me dirigieron a la oficina de Información donde me sellaron la credencial y recomendaron algunas pensiones y hoteles de la localidad. Finalmente, me dirigí a un hotel, por aquello de que un hotel tendría más comodidades que una pensión. Pero de eso, nada de nada. El hotel estaba lleno y sólo quedaban 2 habitaciones libres en el cuarto piso y sin ascensor, detalle importante el que remarcó el recepcionista, que hablaba con claro acento argentino, teniendo en cuenta que uno llega como llega al final de la etapa. En fin, me decidí por aceptar ya que no tenía ganas de continuar buscando, y tomé la habitación, si es que así se le puede llamar. Resultó ser un habitáculo, un cuchitril con tres camas que ocupaban casi todo el espacio y que dejaban poco margen de maniobra para moverse por el mismo. Recientemente se habían hecho obras y se habían dejado los cables y enchufes a medio colocar, de modo que algunos interruptores no funcionaban. Al ir a ducharme, comprobé que el agua caliente apenas sube a esta planta y que el inodoro estaba fuera de la habitación y era compartido con los dos peregrinos italianos y una holandesa que ya conocía del camino y que poco después ocuparon la otra habitación libre. En fin, me consoló el hecho de que estaba sólo en la habitación y no tenía que compartirla. Deduzco, finalmente, que estas habitaciones son ocupadas por incautos peregrinos como yo cuando se agotan las plazas del único albergue que hay en la ciudad, que nos cobran a precio de habitación de hotel cuando más bien podrían ser de un albergue privado de mala calidad. Eso sí, como deferencia a los clientes peregrinos nos han dado de cenar por el módico precio de 6 euros.
Vengo observando, sobre todo desde que llegué a Vizcaya, pero también en Guipúzcoa, que la forma de hablar de los lugareños es contundente en cuanto al tono y al volumen. Tanto en las zonas rurales como en pueblos y ciudades el hablar de estas gentes es, se me antoja a mi, estridente. Y puestos a elucubrar puede ser un síntoma de la alta autoestima que tienen los moradores de estas tierras. O puede que sólo sea que son vascos. Y ya se sabe lo que se dice de los vascos.
En fin, mañana partiremos hacia Lezama, donde espero ver la final del mundial de futbol entre España y Holanda.
martes, 27 de julio de 2010
Camino del Norte: 5ª etapa
9/7/2010
Salimos de Deba a las 7,30. Después de desayunar y tras cruzar la ría empieza de nuevo la batalla diaria contra el relieve. Dice la sabiduría popular que “cuando no puedes vencer a tu enemigo únete a él”. Pues bien, como en este Camino del Norte el accidentado relieve es como es, el peregrino se adapta y lo hace como puede. Siempre escuchando al cuerpo. Nunca dejándose conducir por la mente. Hoy, en 10 kms, hemos subido desde los 0 metros del nivel del mar en que se encuentra Deba hasta los 500 mts del monte más alto que hay que subir en el tramo de camino del Pais Vasco. Fuertes rampas que desprestigian las subidas que hemos hecho hasta ahora y que, ¡ay!, luego se habían de bajar. Puedo afirmar con contundencia que ésta es la etapa reina en lo que va de camino, tanto por lo que respecta a la altura que hay que salvar como a la distancia a recorrer, 22 kms, además de la impresionante pendiente que significa bajar de los 400 a los 50 mts en tan sólo 3 kms. En fin, inhumano, como dice Juan, mi compañero de fatigas. Hoy, sin embargo, nos hemos separado ya que él quería tomar una alternativa al itinerario que yo he seguido que transcurre en su mayoría por carretera. Como quiera que yo me hubiera adelantado a mi compañero, finalmente comprobé como él tomaba la desviación de su camino desde un alto donde yo ya me encontraba. Nos despedimos con la mano, ya que hablando era imposible, y creí verlo por última vez. El resto del camino lo hice sólo aunque constantemente me encontraba peregrinos a los que adelantaba o bien ellos lo hacían conmigo. Así llegué a Markina donde primeramente me dirigí al albergue antes de comer. Hice bien pues, de lo contrario, me hubiese quedado sin plaza en este albergue de la Asociación del Amigos del Camino de Vizcaya, sito en un convento anexo a la iglesia del pueblo. Después de asearme mínimamente, fui a comer y volví inmediatamente al albergue y cual sería mi sorpresa cuando encuentro a Juan que me andaba buscando por ver si quería ir con él a Zenarruza, a 6 kms de allí. El albergue estaba al completo y él y tres peregrinos conocidos polacos habían llamado para comprobar si había plaza. Le dijeron que sí y se ofrecieron a venir a buscarlos en coche. Esperamos a que bajaran a buscarnos del albergue privado a donde queríamos ir a parar y mientras tanto fui a comunicárselo a la hospitalera del albergue en que pensaba en principio alojarme ya que yo había llegado antes, cuando todavía había plazas. No le gustó mucho a la hospitalera este cambio y me pidió que me decidiera enseguida, si me quedaba o me iba. Yo no podía renunciar a una plaza segura allí ya que no sabía, hasta que viniesen a buscarnos, si tenía plaza en el albergue privado. En esto pasó el tiempo y llegó el encargado de subirnos hasta Zenarruza. Me confirmó que había plaza para mi y que cabía en la furgoneta que nos trasladaría. Cogí mi mochila y marché de allí. No me tuve que arrepentir pues, aunque había que pagar 15 euros, el edificio era nuevo, estaba muy bien cuidado e incluía el desayuno, cosa de agradecer pues en ocasiones sale uno del albergue sin probar bocado y se tarde bastante en encontrar un bar donde desayunar. Como ya he referido antes, hemos dejado Guipúzcoa y entrado en Vizcaya. En tres días estaremos en Bilbao.
A destacar, también, que hoy he conocido, por decirlo de alguna manera, a uno de los peregrinos –en este caso peregrina- más antipáticas en los cuatro años que llevo haciendo el Camino y de la cual no voy a dar detalles sobre su nacionalidad por no desprestigiar a sus dos compañeros de viaje que son “normales” desde el punto de vista de la sociabilidad. Me refiero a que desde Deba nos hemos cruzado en más de una ocasión, la he saludado y sonreído como haría con cualquier peregrino y ni se ha dignado en mirarme. Luego, en el desplazamiento en coche hacia Zenarruza, he tenido que compartir asiento con ella y, al instalarnos en el albergue, compruebo que también tenía que compartir habitación con ella, con sus dos compañeros y con Juan, el de Madrid. Me consuelo pensando que no tendré que compartir la cama. Je, je, je.
Como curiosidad, decir que hemos pasado por una población llamada Bolívar, pueblo donde vivió el abuelo de Simón Bolívar, el famoso libertador y padre de la independencia de muchos países sudamericanos.
Camino del Norte: 5ª etapa
9/7/2010
Salimos de Deba a las 7,30. Después de desayunar y tras cruzar la ría empieza de nuevo la batalla diaria contra el relieve. Dice la sabiduría popular que “cuando no puedes vencer a tu enemigo únete a él”. Pues bien, como en este Camino del Norte el accidentado relieve es como es, el peregrino se adapta y lo hace como puede. Siempre escuchando al cuerpo. Nunca dejándose conducir por la mente. Hoy, en 10 kms, hemos subido desde los 0 metros del nivel del mar en que se encuentra Deba hasta los 500 mts del monte más alto que hay que subir en el tramo de camino del Pais Vasco. Fuertes rampas que desprestigian las subidas que hemos hecho hasta ahora y que, ¡ay!, luego se habían de bajar. Puedo afirmar con contundencia que ésta es la etapa reina en lo que va de camino, tanto por lo que respecta a la altura que hay que salvar como a la distancia a recorrer, 22 kms, además de la impresionante pendiente que significa bajar de los 400 a los 50 mts en tan sólo 3 kms. En fin, inhumano, como dice Juan, mi compañero de fatigas. Hoy, sin embargo, nos hemos separado ya que él quería tomar una alternativa al itinerario que yo he seguido que transcurre en su mayoría por carretera. Como quiera que yo me hubiera adelantado a mi compañero, finalmente comprobé como él tomaba la desviación de su camino desde un alto donde yo ya me encontraba. Nos despedimos con la mano, ya que hablando era imposible, y creí verlo por última vez. El resto del camino lo hice sólo aunque constantemente me encontraba peregrinos a los que adelantaba o bien ellos lo hacían conmigo. Así llegué a Markina donde primeramente me dirigí al albergue antes de comer. Hice bien pues, de lo contrario, me hubiese quedado sin plaza en este albergue de la Asociación del Amigos del Camino de Vizcaya, sito en un convento anexo a la iglesia del pueblo. Después de asearme mínimamente, fui a comer y volví inmediatamente al albergue y cual sería mi sorpresa cuando encuentro a Juan que me andaba buscando por ver si quería ir con él a Zenarruza, a 6 kms de allí. El albergue estaba al completo y él y tres peregrinos conocidos polacos habían llamado para comprobar si había plaza. Le dijeron que sí y se ofrecieron a venir a buscarlos en coche. Esperamos a que bajaran a buscarnos del albergue privado a donde queríamos ir a parar y mientras tanto fui a comunicárselo a la hospitalera del albergue en que pensaba en principio alojarme ya que yo había llegado antes, cuando todavía había plazas. No le gustó mucho a la hospitalera este cambio y me pidió que me decidiera enseguida, si me quedaba o me iba. Yo no podía renunciar a una plaza segura allí ya que no sabía, hasta que viniesen a buscarnos, si tenía plaza en el albergue privado. En esto pasó el tiempo y llegó el encargado de subirnos hasta Zenarruza. Me confirmó que había plaza para mi y que cabía en la furgoneta que nos trasladaría. Cogí mi mochila y marché de allí. No me tuve que arrepentir pues, aunque había que pagar 15 euros, el edificio era nuevo, estaba muy bien cuidado e incluía el desayuno, cosa de agradecer pues en ocasiones sale uno del albergue sin probar bocado y se tarde bastante en encontrar un bar donde desayunar. Como ya he referido antes, hemos dejado Guipúzcoa y entrado en Vizcaya. En tres días estaremos en Bilbao.
A destacar, también, que hoy he conocido, por decirlo de alguna manera, a uno de los peregrinos –en este caso peregrina- más antipáticas en los cuatro años que llevo haciendo el Camino y de la cual no voy a dar detalles sobre su nacionalidad por no desprestigiar a sus dos compañeros de viaje que son “normales” desde el punto de vista de la sociabilidad. Me refiero a que desde Deba nos hemos cruzado en más de una ocasión, la he saludado y sonreído como haría con cualquier peregrino y ni se ha dignado en mirarme. Luego, en el desplazamiento en coche hacia Zenarruza, he tenido que compartir asiento con ella y, al instalarnos en el albergue, compruebo que también tenía que compartir habitación con ella, con sus dos compañeros y con Juan, el de Madrid. Me consuelo pensando que no tendré que compartir la cama. Je, je, je.
Como curiosidad, decir que hemos pasado por una población llamada Bolívar, pueblo donde vivió el abuelo de Simón Bolívar, el famoso libertador y padre de la independencia de muchos países sudamericanos.
Camino del Norte: 4ª etapa
8/7/2010
Done Jakue Bidea, o sea, Camino de Santiago en euskera. Creo que no voy a olvidar nunca estas palabras. Aparecen, junto con la consabida flecha amarilla, en todas las señales del camino, aquí, en el Pais Vasco. Estan siendo grabadas en mi memoria y asociadas a la palabra sufrimiento. De nuevo, hoy, continuas subidas y bajadas han hecho que desease con desespero el fin de la subida para al poco de empezar a bajar desear de nuevo el cambio de rasante en mi camino. Algunas subidas me están resultando extenuantes y aunque las afronto con conciencia, a paso lento, regulando la respiración no consigo sino verme forzado a tener que hacer breves paradas para no desfallecer. Es suficiente un par de minutos para retomar el camino con garantías. Recuperar el resuello, se le llama a eso. Sin embargo, en las bajadas el problema es muy diferente: sufren, sobretodo, las rodillas y los pies. Las rodillas porque llevan todo el peso de la acción de frenar. Los pies porque inevitablemente acaban desplazándose hacia la puntera de la bota y en ello se producen fricciones que provocan zonas encallecidas que duelen lo suyo, en concreto en los dedos pequeños de ambos pies. Si alguien ha tenido durezas en tal lugar bien sabrá de lo que estoy hablando y quan doloroso es.
Sobre el papel, la etapa de hoy constaba tan sólo con 12 kms. aunque mi aparato cuentakilómetros me indica en torno a los 15. Sea como fuere, más de lo mismo. En cuanto al paisaje, igualmente. Una postal tras otra. Hoy hemos subido a Santa María de Itziar, a algo más de 300 mts. en pocos kilómetros de recorrido. Quiere ello decir que la pendiente ha sido considerable. En tan sólo 4 kms. he bajado de los 300 y pico metros hasta el nivel del mar.
En Deba, nuestro destino de hoy, nos alojamos en un antiguo colegio que no hace mucho que pasó a serlo, ya que aún se conservan los percheros con los nombres de los alumnos que algún tiempo atrás los utilizaron. Se habilita en verano ya que el de la playa, con 8 plazas, queda a todas luces insuficiente en estos meses. Sin embargo, este albergue funciona algo diferente a los otros ya que hay que inscribirse y presentar la credencial en la oficina de información de la localidad, donde dan las llaves al peregrino para que se instale. Para acceder al mismo, hay que tomar dos ascensores que nos llevan casi a nivel del colegio, salvando un desnivel que de otra manera habría que hacer a pie, por las escaleras. Se agradece sobremanera la existencia de estos ascensores contando que llega uno escaso de energías para afrontar más subidas y bajadas en el interior del pueblo. Sin embargo, la alegría por haber utilizado estas máquinas que nos evitan nuevos esfuerzos se convierte en incredulidad cuando veo la rampa que me ha de llevar hasta la puerta del albergue. Corta pero con gran pendiente. En fin, que le vamos a hacer, saca uno fuerzas de donde parece que no las hay y se encamina en busca de esa ducha que nos está esperando. Una vez instalado doy una vuelta para echar una ojeada al lugar. Leo un cartel que dice así: masaje de pies, 15 minutos, por 5 euros. No me lo pienso y decido aceptar la oferta. Mis pies me lo agradecerán. Sin embargo, habrá que esperar a que llegue la chica que lo hace. Se lo comunico a mi compañero de camino en estos días, Juan, el de Madrid que también muestra su interés. Así que cuando llega la chica nos apuntamos los primeros para el masaje. Más tarde bajamos al pueblo donde cenamos a base de pinchos y cerveza. Volvimos al albergue algo tarde y ya había finalizado el tiempo de funcionamiento de los ascensores, así que tuvimos que subir andando. ¡Maldita la gracia!
lunes, 26 de julio de 2010
Camino del Norte: 3ª etapa
7/7/2010
Orio-Zumaia, ésta es la etapa de hoy, de 14 kms. de recorrido. Sobre el papel parecía que iba a ser cómoda pero se ha convertido en una más de las etapas duras de este Camino del Norte. Hablo estrictamente desde la subjetividad, desde la impresión que causa el camino en mis piernas y mis pies. A diferencia del Francés, en este camino la dureza no la pone la distancia, que también, sino el perfil de la etapa y en este caso su continuo subir y bajar, con rampas cortas pero duras que acaban por romperme las piernas cada día. Creo que podría numerar cada uno de los músculos del pie y de la pierna ya que siento el dolor en cada uno de ellos. Los que no duelen al subir, duelen al bajar.
Por lo demás, llegamos a las 9 de la mañana a Zarautz, directos a ver el “castillo” de Arguiñano, el famoso cocinero vasco, sede de su restaurante. Nos sentamos en su terraza, en un lugar privilegiado en primerísima línea de la gran playa de esta villa, donde a estas horas de la mañana ya empiezan los surfistas a practicar su deporte preferido. Tras desayunar algo, nos dirigimos a lo largo de la playa camino de Getaria. Una vez acabado el paseo marítimo enlazamos con la carretera que se dirige a la localidad vecina, famosa por la península adjunta que tiene forma de ratón, aunque otros ven en su perfil un elefante sumergiéndose en el mar. La verdad es que yo distingo perfectamente ambas formas. Sea como sea, esta población es pequeña pero bonita y tiene un gran encanto. Destaca su iglesia gótica levantada sobre una enorme roca a cuyo terreno se adapta la nave, de manera que, entrando por la parte trasera, se aprecia perfectamente como el piso del templo tiene una ligera subida yendo hacia el altar. Su misma estructura se acomoda, también, a las características del terreno y ello se observa en la distribución de pilares y arcos. Bajo la gran roca una abertura se aprovecha como túnel por donde pasan vehículos y peatones camino de la playa.
Saliendo de Getaria se pasa junto a la estatua del famoso navegante Juan Sebastián Elcano que diera la vuelta al mundo por primera vez y que al parecer era de aquí. De nuevo subida, y pronunciada, camino del monte Askizu. Prados, caseríos, bosques… De nuevo la postal. De nuevo la parada para hacer unas fotos con el ansia de capturar la belleza de este paisaje vasco.
Llegamos a Zumaia y, como siempre, lo primero fue localizar el albergue. Después recorrimos la localidad para encontrar un bar donde ver el partido de futbol del mundial entre Alemania y España, en semifinales de la competición. Fue cuestión de preguntar en el bar que creí adecuado si por la tarde pondrían el partido para venir a verlo. Me contestaron que sí y partimos hacia el albergue. Me acompañaba Juan, el madrileño.
A las 8 estábamos allí, por si acaso había que coger sitio. Tomamos unos pinchos -¡qué pecado éste, el de los pinchos de este país! – y nos dispusimos a ver el partido. El bar se llenó y todo el mundo celebró en mayor o menor grado la victoria de la selección española.
domingo, 25 de julio de 2010
Camino del Norte: 2ª etapa
6/7/2010
Segundo día de Camino. Ayer caminé 17 kms. Reconozco que la distancia no es larga en absoluto. Pero he de adaptar mi cuerpo a estas distancias progresivamente. Dicen los expertos que se tarde en torno de una semana en adaptarse. Es preferible así, tengo la experiencia del primer año en que una tendinitis en la pierna derecha estuvo a punto de mandarme para casa. Y todo por haber forzado más de la cuenta en la primera semana. Tiempo habrá más adelante. En cuanto a hoy, la distancia y el perfil de la etapa ha sido similar al de ayer pero yo estoy más cansado si cabe. Será que se suma el cansancio de ayer al de hoy. Miro los perfiles de las etapas que vienen en los próximos días y compruebo que en esta semana todo ha de ser como hasta ahora: un perfil con picos. Concluyo que difícilmente podré hacer muchos más kms. en las próximos días y habré de posponer el plantearme hacer más distancia cuando llegue a Cantabria.
La costa nos ha acompañado gran parte del recorrido de hoy, al igual que ayer. Se trata de una costa muy accidentada en que las montañas llegan hasta la misma orilla del mar lo que explica el perfil de estos caminos, con continuas subidas y bajadas. No gran cosa por lo que a la altura se refiere pero se ha de tener en cuenta que partimos del nivel del mar y se sube hasta 200, 300, 400 y más mts. aunque sin pasar de los 500. Ello hace que los grandes protagonistas del camino sean las piernas –junto con los pies, claro- y la cabeza. Las primeras porque son las que hacen casi todo el esfuerzo, las que me llevan. La cabeza es la que convence a las piernas de que pueden con el camino pese a la mochila que cabalga sobre uno. Y es que la mochila que llevo conmigo pesa en torno a los 11 kilos, teniendo en cuenta que llevo un litro y medio de agua que consumo durante el trayecto. Lo ideal habría sido salir con unos 8-9 kilos como máximo pero cuando preparé la mochila en casa no conseguí reducir el peso de la misma. Es algo que después de 3 años de experiencia aún no he conseguido y es fundamental, pues un par de kilos más en un día no se acaban de notar, pero cuando se trata de 10, 15 o 20 días, el efecto acumulativo se deja sentir, y sobre todo en cuesta arriba, donde me veo obligado a acortar el paso para no desfondarme antes de tiempo.
En total, pues, han sido 17 kms y ocho horas lo que he tardado en recorrerlos. Recuerdo que el año pasado, en el Camino Aragonés, tarde el mismo tiempo en recorrer 28 kms, aunque, eso sí, el perfil no era el mismo. Así es que en tan sólo dos etapas, y viendo lo que se me viene encima, he podido constatar que el ritmo en este Camino del Norte no tiene nada que ver con los otros dos caminos que he recorrido, el Francés y el Aragonés. Para empezar, aquí se abren los albergues a las 4 de la tarde, cuando en los otros se abren en torno a las 2. Por tanto las rutinas que tenían aprendidas de años anteriores no me acaban de funcionar aquí y he tenido que adaptarme a las características propias de este camino. Sin ir más lejos, hoy he comido pasadas la 4, eso sí al estilo del norte, o sea en cantidad. Tanto es así que no he podido acabarme el segundo plato.
El albergue se encuentra en la parte alta de Orio, que es donde me encuentro hoy. Para ir al pueblo, que está a nivel del mar, hay que bajar una pronunciada pendiente que luego, claro está, se ha de subir. Hablando de esto con otros peregrinos, nos oyó Rosa, la hospitalera, que se ofreció a ir a buscarnos en coche y subirnos luego. Ya en el pueblo y después de hacer lo que teníamos que hacer, nos supo mal abusar de la confianza y miramos de llamar un taxi, pero en este pueblo no hay taxi, de manera que, finalmente, tuvimos que aceptar la oferta de la hospitalera. Enseguida apareció un coche conducido, no por Rosa, sino por una amable y guapa joven que nos subió hasta el albergue. Resultó ser la sobrina de la hospitalera.
En esta etapa de hoy me ha acompañado Juan, de Madrid. Mañana partiremos hacia Zumaia con un corto recorrido de 15 kms, algo más suave en teoría y con cosas interesantes que ver en destino. Así nos los ha sugerido la dueña de este albergue privado poniendo énfasis en la visita a Getaria. Pero ¿qué decir del paisaje que contemplo desde aquí? Simplemente: de postal. Una continuidad de prados, pequeños bosques, montañas, cerros, laderas salpicados aquí y allá de caseríos, aunque mucho me temo que lo que desde aquí parecen caseríos debe ser más bien segundas residencias. Y allá, al fondo, en la falda de una de las montañas que se contemplan, un pueblecito en el que destaca el campanario de su iglesia. Todo ello pintado con una amplia gama de tonos verdes. Y como remate, las nubes que cubren las cumbres de los picos más altos.
sábado, 24 de julio de 2010
Camino del Norte: 1ª etapa
5/7/10
Empiezo un nuevo Camino. Son las 6,30 de la mañana y parto del albergue de Irún, donde he pernoctado, ya que no dormido, en dirección a poniente. Nuevo Camino y renovada ilusión.
A Irún llegué ayer domingo a las 13,30 y lo primero que hice fue ir en busca del albergue. Una vez encontrado y comprobado que no abrían hasta las 4 de la tarde, me dediqué a pasear las dos horas largas que me quedaban, claro que primero tenía que comer y me puse a buscar donde. Después de dar buena cuenta de una ensalada y unas carrilleras de ternera estofadas, regado todo ello con un vino tinto fresco de la casa, partí de nuevo hacia el albergue. Ya no tenía ganas de pasear. Como aún era temprano busqué un lugar con sombra y asiento para esperar. Acababa de encontrarlo cuando veo llegar a otro peregrino, buscando el albergue, me dije yo. Me dirigí a él y le hice saber que estaba muy cerca del albergue y que la hora de apertura era las 4. Me dio las gracias y aprovecho para comer algo, pues acababa de llegar y aún no había comido nada. Cual fue mi sorpresa cuando veo que saca un fogoncillo casero hecho a partir de una lata de kilo cortada por la mitad, habiendo dejado tres pestañas, que dobladas hacia dentro, hacían de soporte para la lata que se había de calentar, en concreto de chili con carne, que sacó del interior de la mochila. Sacó también una pastilla de las de encender las barbacoas, le prendió fuego y la depositó rápidamente en el fondo del fogoncillo. Puso la lata de chili encima y esperó a que se calentara. No debió de tardar mucho en calentarse pues enseguida se puso a comer ayudado de un tenedor. Una vez hubo acabado me dijo que había traído unas cuantas latas por si las necesitaba los primeros días. Yo me quedé sin saber que decir pues era la primera vez en los 4 años que llevo saliendo al Camino que veo algo parecido. Recogió sus cosas y partimos hacia el albergue. Ya habían abierto aunque aún no era la hora. Había unos cuantos peregrinos esperando que les hicieran la inscripción y le sellaran la credencia. Lo mismo hicimos nosotros. Ana, la hospitalera, una chica simpática y amable, nos atendió y nos acompañó hasta nuestra habitación que constaba de tres literas donde dormiríamos 6 personas aprovechando al máximo el espacio de una habitación de un piso, pues en un primer piso se ubicaba el albergue, que se componía de 4 habitaciones con una capacidad similar. Además dos baños y dos duchas. Total 24 plazas. ¿Alguien da más? Aún así, uno de los lemas del Camino dice que se viene cada cual con su mochila y que nadie tiene obligación de ofrecer nada al peregrino y todo lo que éste se encuentra allí donde va será algo que tendrá de agradecer. No espere nadie, claro está, encontrar ninguna comodidad y, ni mucho menos, lujo. El albergue es gratis aunque se pide un donativo o, mejor dicho, se le recuerda al peregrino que se mantiene gracias a las donaciones de éste. Así consta en una hoja impresa colgada en la pared de recepción que dice así:
“ A ti peregrino, te encuentras en una albergue de la Asociación de Amigos de los Caminos de Santiago de Guipuzcoa y todo lo que aquí halles es gratuito, pero piensa que si tu te lo has encontrado así es porque otro peregrino que ya pasó dejo su donativo para el sostenimiento del lugar donde hoy descansarás”
Como ya he referido anteriormente, apenas si he dormido esta noche. La última vez que miré el reloj, pasaban unos minutos de las 3 horas. A las 4,45 me levanté para ir al servicio y, aunque lo intenté, ya no pude dormir. A las 5,30 empezaron a levantarse algunos peregrinos y a partir de entonces los demás fuimos haciendo lo mismo en un continuo goteo. La hospitalera nos ofreció un sencillo desayuno a base de café con leche, pan, margarina y mermelada y galletas. Después de desayunar partí con los que habían de ser mis primeros compañeros de camino. ¡Qué coincidencia! Eramos cuatro y -¡qué coincidencia!- tres maestros entre nosotros. Uno, Joan, era de Balsareny, otro, el de las latas, de Madrid, y yo. El cuarto no era peregrino sino peregrina y, en concreto, italiana. Al cabo de un rato de caminar juntos, Joan me dijo que la italiana también era maestra con lo que la coincidencia era aún mayor de lo que pensaba. En fin, será que como tenemos tantas vacaciones, podemos escoger el mes de julio para el Camino y el de agosto para otro tipo de actividad vacacional, eso es, al menos, lo que dicen los demás. Y posiblemente tengan razón.
Una vez pasado el santuario de Guadalupe, al que me ha costado mucho sudor y esfuerzo llegar, el camino ofrece dos opciones. Una para montañeros avezados en las fuertes pendientes. Sube hasta la cresta del monte por donde discurre la ruta y vuelve a bajar. El otro bordea el monte Jaizkibel a media falda y ambos van a encontrarse en el mismo punto. Obviamente, yo escogí la segunda. Una mochila de 11 kilos y medio, contando la botella de litro y medio que llevaba, me desaconsejaba optar por la primera que fue la que escogieron los otros tres peregrinos. Nos despedimos con un “en Pasajes nos vemos” y seguí solo mi itinerario. Así llegué a Pasajes no sin antes bajar por una fuerte pendiente que me llevó hasta nivel del mar. Me senté en la plaza de Pasajes de San Juan en la terraza de un bar donde ya había llegado un matrimonio de peregrinos que había visto la noche anterior en el albergue. Les pregunté si había visto a algún peregrino más y me respondieron que no. Yo pensé que mis compañeros y colegas de la primera mitad del camino de hoy ya habrían tomado el transbordador hasta el otro barrio de Pasajes, el de San Pedro. Pero la realidad desmintió mi suposición y al cabo de unos minutos aparecieron los tres maestros peregrinos que tras descansar un rato y tomar algo para reponer fuerzas cruzaron la ría en el transbordador para continuar su camino. Yo intuía que no los vería más. Por mi parte, continué allí sentado un buen rato, hasta que me decidí a quedarme en Pasajes. Había tardado mucho en decidirme, pero es que una cosa es las ganas que uno tiene de continuar, por aquello, quizá, de que hay gente conocida delante, y otra es lo que te dice tu cuerpo. Éste me decía que me quedase, que ya estaba bien por ser el primer día, mientras que la cabeza te dice que puedes continuar. A las 2 me fui en busca de un restaurante de precio más asequible que en el que me había tomado la cerveza y el pincho de tortilla. Cuando hube comido emprendí el camino hacia el albergue, siempre pendiente de estar de los primeros ante la puerta, aunque aún no fuese la hora de abrir (la experiencia así me lo dice).Me esperaba una buena ascensión pues el albergue está a medio camino de la fuerte pendiente que bajé esta mañana y desde él se divisa todo el pueblo de Pasaia con sus ambos barrios, San Juan y San Pedro a uno y otro lado de la ría. El albergue está nuevo, se estrenó el pasado marzo y se encuentra adosado a la parte de atrás de una ermita con fantásticas vistas a la ría. La verdad es que el lugar invita a quedarse al peregrino que camina sin prisas por este Camino del Norte.
Una vez abierto el albergue me instalo y comienzo las rutinas típicas: ducha, lavar ropa y tenderla… Me acompañan aquí un matrimonio de Pamplona de mediana edad, un madrileño que aún no tiene bien claro que quiere hacer, pues sus planes, hechos a última hora, son los de hacer el camino vasco del interior que enlaza en La Rioja con el Camino Francés; parece ser que a última hora y después de hablar con el hospitalero, experimentado peregrino, decide ir por la costa como todos los que aquí estamos. Al parecer, el camino del interior tiene pocos peregrinos y menos albergues. Además, hay dos francesas que hablan bastante bien en castellano. Decía que éramos sólo 6 y cuando escribo estas líneas llegan 8 jóvenes peregrinos más, de Eslovaquia, que sólo hablan inglés, además de su idioma, claro, y que no se entienden con el hospitalero. Yo, con mis parcos conocimientos de inglés, intento aclarar las cosas entre ambas partes, pero parece inútil ya que los chicos no acaban de entendernos hasta que llega la única chica del grupo que habla nuestro idioma. No traen credencial ya que en Irún llegaron por la mañana y arguyen que el albergue estaba cerrado. El hospitalero finalmente comprende lo que les pasa y les da sus respectivas credenciales. En total, pues, dormiremos 14 personas aquí.
Mañana tenía programado llegar hasta Donosti (San Sebastian), entre 6 y 9 Km. según sea el itinerario escogido (carretera y llano o tierra y monte) pero la verdad es que no estoy en condiciones de prever lo que haré mañana ya que el continuo subir y bajar de hoy me ha dejado bien baldado.
domingo, 21 de febrero de 2010
miércoles, 17 de febrero de 2010
El árbol junto al río
Ahí está, el árbol enhiesto,
soportando los embates del viento
que sube furioso por el cañón.
Una y otra vez se balancea
A izquierda, a derecha, adelante, atrás.
Todo se mueve a su alrededor
agitado por el viento.
De pronto, la calma.
El árbol se ha quedado quieto.
Por un momento, se me antoja,
el árbol se ensimisma en su quietud.
Durante escasos segundos
hace frente al impetuoso viento
y se detiene a meditar qué hacer.
Pronto comprende que es inútil pelear
y vuelve a soltarse, y a dejarse mecer.
De nada vale resistirse, no hay que luchar.
Es mejor así. No le ha costado comprender.
Con el tiempo, ha aprendido a aceptar.
Esa es la clave de su saber ser,
de su saber estar.
Y ahí está, junto al río,
Mirándose en él.
Viéndose ufano y verde, para ser.
El río se amansa al pasar junto a él.
Un remanso de paz junto al árbol erguido que,
por momentos, parece ceder.
Pura ilusión.
Flexible, el árbol recupera su rectitud.
Se inclina y acaricia el agua con sus ramas.
Pero de nuevo se afana
y vuelve a su verticalidad,
en un juego que dura desde siempre,
desde que el árbol es árbol
y decidió sus raíces echar
en este ventoso cañón.
Ahí , junto al río.
José Luis Jiménez, mayo 2009
soportando los embates del viento
que sube furioso por el cañón.
Una y otra vez se balancea
A izquierda, a derecha, adelante, atrás.
Todo se mueve a su alrededor
agitado por el viento.
De pronto, la calma.
El árbol se ha quedado quieto.
Por un momento, se me antoja,
el árbol se ensimisma en su quietud.
Durante escasos segundos
hace frente al impetuoso viento
y se detiene a meditar qué hacer.
Pronto comprende que es inútil pelear
y vuelve a soltarse, y a dejarse mecer.
De nada vale resistirse, no hay que luchar.
Es mejor así. No le ha costado comprender.
Con el tiempo, ha aprendido a aceptar.
Esa es la clave de su saber ser,
de su saber estar.
Y ahí está, junto al río,
Mirándose en él.
Viéndose ufano y verde, para ser.
El río se amansa al pasar junto a él.
Un remanso de paz junto al árbol erguido que,
por momentos, parece ceder.
Pura ilusión.
Flexible, el árbol recupera su rectitud.
Se inclina y acaricia el agua con sus ramas.
Pero de nuevo se afana
y vuelve a su verticalidad,
en un juego que dura desde siempre,
desde que el árbol es árbol
y decidió sus raíces echar
en este ventoso cañón.
Ahí , junto al río.
José Luis Jiménez, mayo 2009
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