Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

domingo, 30 de agosto de 2009

Camino francés: vigésimo cuarta etapa

28/7/06


Quedan 329 Km. para llegar a Santiago y 50 más para Finisterre. Estoy en Mansilla de las Mulas, a 19 Km. de León, donde llegaré mañana.

El frescor de la mañana, un paisaje no tan desolado, más agradecido; mis casi ya inseparables compañeros: Cris y Rodrigo y las molestias de mi hombro izquierdo me acompañan. Además, mi música preferida condensada en un MP3 con la que he intentado no pensar en mi hombro durante las tres primeras horas. Luego, parar a desayunar en el único bar del único pueblo -Reliegos- que hemos cruzado antes de llegar a destino. El albergue. La espera hasta su apertura, la toma de posesión de mi aposento, la ducha, la comida en el restaurante -menú del peregrino- , volver al albergue, lavar la ropa, tenderla, dormir la siesta, pereza de tener que levantarse de nuevo, el paseo por el pueblo, la visita a la iglesia, la compra de la cena y del desayuno de mañana, sentarse a escribir el diario a la fresca sombra de un patio donde hay tantas flores como ropa tendida junto al lavadero, ... Esta es la secuencia más repetida este mes de julio y la sucesión de acontecimientos del día de hoy. Luego vendrá el masaje shiatsu y, mientras espero que acabe y me toque el turno, un rato de lectura y tranquilidad.

Por lo demás, vuelvo a encontrarme especialmente cansado y espero que mañana esté más animado, con más vitalidad. El hospitalero, un señor mayor, extranjero, casi exageradamente enjuto, experto en el camino por sus 8 ocasiones en que lo ha hecho -dos de ellas desde Almería a Santiago pasando por Sevilla y la Ruta de la Plata- , atento a los peregrinos y sus comentarios, me ha oído quejarme del hombro y presto se ha colocado a mi lado -yo estoy sentado- y me ha puesto su mano derecha sobre mi maltrecho hombro. El calor que he sentido procedente de su mano ha sido instantáneo aunque no se trata del calor normal que sale de cualquier mano humana que te toque durante unos segundos, no. Me ha sorprendido gratamente y el alivio ha sido algo menos que instantáneo, pero también muy rápido. Lo he mirado y le he preguntado que cómo lo hacía. Me ha contestado que simplemente porque él así lo quería. Le he tomado su otra mano y he comprobado que estaba igualmente caliente. Luego me ha pedido que baje la mochila y me la ha ajustado en el sitio que debe ir para no provocar lesiones como la que yo he sufrido en estos últimos días. Me pregunto, dado que antes ha hecho lo mismo con otros peregrinos, a los que ha aliviado con su calor casi mágico, me pregunto que ¿porqué hay gente que se entrega así a los demás, como este hombre se entrega a sus peregrinos?

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