Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Camino francés: vigésimo sexta etapa


10-7-07
Villadangos, pueblo leonés que, como muchos otros, nació y creció a la vera del Camino. Es mi primer destino en este reencuentro con el Camino, a 21,5 Km de León. No era mi intención llegar tan lejos -tan cerca para otros-  siendo el primer día en que retomo la senda de Compostela. Son muchos Km para un principio de viaje y, sin embargo, he podido hacerlos. El cómo me encuentro, ése es otro cantar: francamente, derrengado, que no derrotado. He intentado dormir una reparadora siesta pero apenas si lo he conseguido. Unas cabezaditas, a lo sumo. Bien está así.
El albergue está en una antigua escuela. Un edificio con dos alas y una entrada principal en el centro, a la cual se accede por sendas escalinatas a izquierda y derecha, reservada, seguramente, a los maestros y dos entradas laterales que darían paso al ala masculina y femenina. El edificio data de la época de la II República. En su conjunto, decir que mira al sur y es perfectamente simétrico. Resulta ciertamente atractivo. Dejó de ser escuela en 1991, cuando se construyó la escuela nueva, más amplia y con más y mejores instalaciones: en lugar de una pista asfaltada o encementada, como la mayoría de colegios que conozco, tiene un campo de césped que debe ser la delicia del alumnado.
Estoy sentado a la puerta del albergue escribiendo estas líneas cuando veo pasar tres jóvenes peregrinas con los bártulos necesarios para pasar un rato tomando un baño de sol. Hace un rato jugaban al parchís en la sala de usos múltiples del albergue. Ahora, tendidas en el césped, hacen todo tipo de comentarios respecto de la vida y sus dificultades. Por lo que puedo oír, están a sólo cinco metros de mi, creo que podrían escribir uno de esos libros de autoayuda que están tan de moda ahora y que me imagino que se podría titular: “De la infancia a la edad adulta en 30 minutos”.
El camino de hoy, cambiando de tercio, no podía ser más feo. No recuerdo tramos peores en este sentido en los casi 500 Km del verano pasado. La salida de León, interminable. Por 2 razones, básicamente; a saber: me equivoqué de camino en inicio en León - ¡ay que ver lo que hace el desentreno¡- y tuve que desandar mis pasos. Total 1 km y medio más a añadir a los 21,5 Km de la etapa en sí. Por otra parte, no acabó León cuando ya me encontraba en el siguiente pueblo, Trobajos del Camino, sin solución de continuidad. Después, polígonos industriales, pequeñas urbanizaciones de casas adosadas, campos abandonados con casas y almacenes derruidos o en proceso de estarlo. En fin, por si era poco, la carretera nacional 120 , muy transitada, paralela al camino o quizá al revés. Por todo ello consideré que lo mejor que podía hacer era mirar por donde transcurrían mis pasos y seguir siempre adelante, hacia poniente. Bueno, reflexioné sobre la rutina del camino, que dejé el verano pasado y que ahora retomaba, y que consiste en madrugar, desayunar frugalmente, caminar, hacer un alto para descansar y tomar un desayuno, ahora como Dios manda -hay que ver las cosas que se le ocurren a Dios mandar- re-emprender la marcha, sufrir, sufrir y sufrir, desear que llegue pronto el albergue -cuando es uno el que ha de llegar-, ducharse, lavar la ropa del día, tenderla a secar, buscar un restaurante, o similar, barato donde comer, retornar al albergue, hacer la siesta -o intentarlo, al menos- escribir el diario, preparar/repasar la etapa de mañana, comprar algo para cenar, pasar el rato, o sea meditar, reflexionar, , hablar, charlar, conversar con otros peregrin@s o, simplemente, “sumiar truites”, como diríamos en catalán, en fin cenar y acostarse temprano que mañana... Mañana será otro día.

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