Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Camino francés: vigésimo novena etapa


12/07/07

Efectivamente, ayer asistí a los oficios de Vísperas con los monjes benedictinos. La ermita se llenó, entre peregrinos y autóctonos, y en un principio me decepcionó ver tan sólo a 3 monjes, eso sí con su hábito negro tal como manda su orden, que parecían salidos de una película: altos, jóvenes y apuestos. Uno de ellos tomó la palabra y explicó en qué consistía el oficio en varios idiomas: inglés, alemán, italiano y español. Acto seguido, dio comienzo la liturgia. Otro de los monjes, que llevaría la voz cantante en adelante, cantaba dos o tres versos y los otros dos le respondían con otros tantos más. Puro canto gregoriano que sonaba muy bien aún la precariedad de voces que componían el coro. Enseguida, alguien del público se sumó al evento con mejor o peor suerte interpretativa. Es de agradecer que procurara no elevar el tono de su voz para que no se notase. Una vez hubo concluido el oficio, el hermano mayor anunció que quedaba anulado el oficio de Completas que se había anunciado para las 9,30 con lo que pasó, sin más preámbulos, a la bendición del peregrino. En ese instante, me sorprendí a mi mismo con una intensa emoción que me subía del pecho y se me atragantaba en la garganta al querer controlarme. A medida que la bendición transcurría y el hermano llenaba la ermita con sus palabras que evocaban buenos deseos y bienaventuranzas para los peregrinos, las lágrimas aparecieron en mis ojos y ya no pude contenerlas. Una vez hubieron acabado, los tres monjes desfilaron camino de la puerta y de su monasterio, a escasos metros de allí. Cuando pasó el hermano que pronunció la bendición al peregrino me vinieron unas ganas enormes de darle las gracias y estrecharle sus manos por los buenos deseos que había tenido para con los peregrinos, pero me contuve. ¡ Siempre me contengo! Parece que la contención sea el sino de mi vida, aunque sospecho que no es así.

El resto del día transcurrió sin pena ni gloria. En realidad, a las 9,30 ya estaba en la cama -hubo quien me precedió- aunque tardé un poco en dormirme. Cuando se acostó la gran mayoría de los peregrinos yo estaba dando mi mejor concierto. Así me lo hizo saber Antonio que aún hoy me ha acompañado en el camino.

La etapa ha sido, sin duda, la más dura de todo el viaje, incluido el del año pasado, pero seguramente están por venir otras más duras. Sin embargo, el recorrido de hoy ha sido de algo más de 20 Km. Y es que el camino, hoy, se empinaba constantemente. Sin gran desnivel que salvar, ya que Rabanal está a algo más de 800 mt y la Cruz del Ferro, cima del camino, a algo más de 1500 mt, no obstante la pendiente es muy prolongada y no acaba de llegar nunca el momento de culminar. A mí, al menos, así me lo pareció. Tras 3 horas de caminar sólo -Antonio me había dejado al inicio de la etapa para hacer su camino- llego a la Cruz de Ferro, donde otros peregrinos cumplen con el rito de arrojar su piedra y hacerse la típica foto junto al mástil que sostiene la cruz, que en sí misma es pequeña. Yo cumplo también con el rito y lanzo mis dos piedras al montículo que, año tras año, peregrinación tras peregrinación han ido dejando los peregrinos desde la edad media. Como quiera que este acto constituye una tradición secular en el camino, yo he dedicado mis dos piedras: la una, a mi familia,  la otra, al conjunto de mis amigos, compañeros de trabajo y peregrinos en general. Para todos ellos, he dejado mis dos piedras y, con ellas, mis mejores deseos en este mágico lugar.

Escribo estas letras en un cuco albergue perdido en medio de la serranía, sito en Riego de Ambrós, en las faldas del puerto que hemos subido esta mañana. Subida no muy complicada pero que deja las piernas algo machacadas para lo que viene después: quizá la bajada más dura de todo el camino, para algunos incluso peligrosa. De hecho, queda casi medio puerto para bajar desde aquí. Espero recuperarme esta noche y, para mañana, ver las cosas con más optimismo del que tengo ahora. Me asombro, sin embargo, de ver cómo pasan peregrinos a estas horas de la tarde camino de Ponferrada, algunos, o de Molinaseca, a medio camino, otros. Cae un sol de justicia y no me explico cómo no ocurren más desfallecimientos o insolaciones a estas horas de la tarde. Sin duda, será Santiago que, de tanto en tanto, nos echa a todos un capote, hablando en términos taurinos.

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