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miércoles, 2 de septiembre de 2009

Camino francés: trigésimo quinta etapa


18/07/07

Hoy, después de recorrer 18 Km, hemos llegado a la famosa villa de Sarria. Y digo famosa porque es el último sitio en que se puede hacer el camino y que te den la compostelana en Santiago. Está a algo más de 100 Km de la meta.

A las 6 de la mañana, cuando dejamos Triacastela, el pueblo estaba cubierto de una espesa niebla que lo impregnaba todo de humedad. Nos dirigimos al bar donde comimos ayer, que abre a hora tan temprana, para tomar un completo desayuno antes de emprender la marcha de cada día. Nos costó 3,5 euros y constó de tostadas, mantequilla, mermelada, café con leche y zumo de naranja natural. Partimos  justo cuando entraba un numeroso grupo de jóvenes polacos con los que hemos venido coincidiendo las dos últimas etapas. Al final del pueblo, el camino se bifurca y nos despedimos de Isabel, la barcelonesa, con la que hemos caminado un par de días. Ella ha querido tomar el desvío que pasa junto al monasterio de Samos, el cual quiere visitar. Se trata de un monasterio benedictino donde también hay albergue. Me imagino que debe ser interesante de visitar pero supone andar unos cuantos Km más, ya que ese itinerario es más largo.

-Es valiente Isabel, le comento a Ana, mi compañera de andanzas, que piensa igual que yo. Hay que tener en cuenta que va sola y hace un día de meigas en esta misteriosa parte de la Galicia profunda.

Enseguida, nuestro camino se adentra en un bosque de película que corre paralelo a un arroyo. Altísimos y esbeltos chopos jalonan su curso como si quisieran acompañarlo hasta el final de su vida. A nosotros nos cobijan, no del sol, que no  vemos, enormes castaños, alguno de los cuales, según la variedad, están bien cargados de inflorescencias que miden un palmo o más mientras, en los otros, el preciado fruto empieza ya a despuntar. Tierra de castaños, esta Galicia que recorremos nos brinda su paisaje típicamente brumoso, con grandes y viejos árboles y bosques impenetrables. Paisaje de película en el que sólo faltan las meigas o la Santa Compaña. No es de extrañar -le digo a mi compañera- que este sea un país de meigas. Todo aquí te induce a pensar en ellas. Y, si en verdad no existieran, sería el lugar ideal para poder ubicarlas una vez inventadas o imaginadas. Sin embargo, estos bosques, que contienen todos los tonos del verde que puedan ser observados, hace tiempo que no han sido explotados por la mano del hombre -lo que constituye, paradójicamente, la mejor manera de protegerlos de la mano incendiaria de otros-. La humedad reinante, que ni en verano falta,  produce un denso sotobosque que se convierte en un combustible ideal cuando en el verano se suceden algunos días de calor y viento y entra en acción la mano asesina del hombre. Y si la vista se excita con tan lujuriosa vegetación, el olfato asiste, embelesado, a un baile de invisibles olores y aromas que surge de las entrañas de ese sotobosque.

Al entrar en Sarria, enseguida ha aparecido el primer albergue privado en el cual decidimos quedarnos. Me imagino que es un 5 estrellas en comparación con el que estuvimos ayer mismo. Cuando son las  7,30 de la tarde, hace unas 3 horas que todo está ocupado en esta villa. El propio albergue municipal, de tan solo 40 plazas, estaba ya lleno cuando llegamos nosotros hacia el mediodía. Nos dice el amo del albergue, que por cierto es de Barcelona y se ha establecido aquí casándose con una lugareña y regentando el albergue, una pensión y un bar donde sirven comidas también, que hay peregrinos concentrados en la calle mayor a la espera de que el Ayuntamiento les diga dónde podrán alojarse. Algunos no pueden arriesgarse a continuar adelante ya que la situación es previsible que sea la misma en todas partes, dada la hora que es. Finalmente, abrirán el polideportivo a tal efecto, como sucedió ayer en Triacastela. Nosotros 4 hemos reservado alojamiento con dos días de antelación para evitar estas situaciones que se van a repetir en lo sucesivo, nos tememos. Hemos decidido, por ello, planificar conjuntamente las etapas hasta llegar a Santiago. Ni podemos ni queremos entrar en esta histérica dinámica  de correr y correr para encontrar sitio en los albergues públicos, pues en éstos no se puede hacer reserva, como es lógico.

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