Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Camino francés: trigésimo primera etapa


14/07/07
¡Galicia, Galicia, aún no transitamos tus caminos y así nos recibes!
Salí de Ponferrada sin haber decidido donde pararía. Que si Cacabelos, 15 Km adelante; que si Villafranca del Bierzo, a 22,5... La salida de la ciudad se me hizo larga y pesada. No obstante, fue compensada después con la visión de los famosos viñedos del Bierzo.  Sus vinos tintos, de la variedad Mencía, empiezan a valorarse muy bien entre los entendedores.  Son vinos ásperos, como la tierra misma que los cría. Al menos, así se me antoja a mí.
Llegando a Cacabelos me encontré con suficientes fuerzas como para seguir hasta Villafranca y así lo hice. Cuando decidí parar para repostar me encontré en el bar a Ana, la chica navarra que me presentaron Lluis y Jordi en el albergue de San Nicolás. Su ritmo de marcha, me dijo, no podía sino ser lento, ya que tenía problemas con la tendinitis que arrastraba hacía ya demasiados días. En ese momento decidí hacer el camino con ella ya que yo no ando muy sobrado, que digamos. 8 kilómetros era la distancia que nos faltaba para llegar a Villafranca y saliendo del pueblo nos percatamos y comentamos el aspecto amenazador del cielo, justo en la dirección en que nos encaminábamos. Decidimos parar y preparar los impermeables y no pasó un minuto antes de que empezara a llover. Una hora, con sus sesenta minutos, duró la lluvia mientras caminábamos por el arcén de la carretera. Después, al encontrarnos de nuevo el camino de tierra, que ya no abandonaríamos hasta llegar a nuestro destino del día, el cielo dejó de llorar, por lo que decidí despojarme del chubasquero. Error, craso error, amigo mío. Unos minutos más tarde comenzó de nuevo a llover. De hecho, la lluvia no nos abandonaría ya en el resto del camino y aún persiste cuando son las siete y no tiene pinta de dejar de hacerlo en lo que resta de tarde. Me imagino cuál será el deseo de todos los peregrinos que finalmente hemos abarrotado el albergue privado donde nos alojamos y resguardamos: ¡ojalá mañana no llueva! Aunque, pensándolo bien, la lluvia tiene su encanto y Galicia no podía dejar de darnos la bienvenida con su tipismo más tópico. Haciendo un ejercicio de disquisición me atrevo a decir, a estas alturas de mi experiencia en el camino, cuáles son los enemigos del peregrino. A saber: las lesiones, ya sea musculares como en forma de temidas ampollas, que te pueden visitar en cualquier momento del camino; el sol implacable de la meseta castellana y la lluvia, que se asocia siempre a Galicia, como así ha sido en mi caso, aunque se haya adelantado a estas tierras leonesas que mañana dejaremos.

El albergue donde me encuentro se llama Ave Fénix, nombre que le viene como anillo al dedo, dado que ha renacido más de una vez de sus cenizas. Nos cuenta la historia Ramón, el hospitalero, viejo y experto conocedor del camino que aún recuerda los inicios de este Camino de Santiago, que hoy día tanta fama ha adquirido, allende los mares, incluso, y que él recorrió antes del boom de los 80. Por entonces, nos cuenta Ramón, sólo había 3 o 4 albergues entre Roncesvalles y Santiago y uno de ellos era precisamente el que nos daba cobijo en aquel momento. Por entonces, se trataba de un invernadero donde Jesús Jato, su propietario, disponía unas colchonetas para dar descanso a los escasos peregrinos que en tal tiempo hacían el camino. El invernadero ardió en dos ocasiones y fue entonces cuando Jesús decidió levantar un albergue en el mismo terreno, que pertenecía a sus padres y donde, recordaba Jesús, sus abuelos hacían lo propio con los pocos peregrinos que antes de los ochenta recorrían el camino: darles cobijo y alimento. Su misión debió trascender estas tierras pues peregrinos de todo el mundo han colaborado, y aún lo siguen haciendo, en la construcción y ampliación de este albergue. Con gran entusiasmo, Ramón no enseña algunas curiosidades de la construcción. Le pregunto a Ramón, que nos demuestra continuamente su sabiduría sobre el camino, el porqué y cuándo se pone de moda el camino y nos explica que fue en el 93, con el Xacobeo, y con las  precedentes visitas del Papa en el 82 y 89, cuando comienzan a venir peregrinos en masa procedentes de Europa y de todos los confines del mundo. Basta leer los libros de registro de los albergues para comprobarlo. Pero aún así, dice, uno de los grandes impulsores del camino fue el párroco de O Cebreiro, Elías Valiño, primer pintor de las flechas amarillas, junto a Andrés Muñoz Garde, navarro, que hoy guían a peregrinos de los cinco continentes. A ellos, nuestro homenaje más cariñoso en este diario.

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