Mis gatos: Gurri, que lo fue, y Peluchi, que lo es.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Camino francés: trigésima etapa


13/07/07
Hoy hemos bajado la mitad del puerto que nos quedaba y, aunque he salido fresco de buena mañana, la bajada se ha hecho larga y pesada por momentos. La musculatura de las piernas, que no se utiliza más que al bajar y los dedos de los pies, que al frenar se deslizan hasta chocar con la puntera de la bota, se han resentido de un movimiento que se repite hasta la extenuación. En fin, poco a poco llegué a Molinaseca, principio de la llanura que constituye una parte de la comarca del Bierzo, rodeada de montañas, allá por donde mires, que superan los 2.000 mt de altura. Pero éste no era mi destino en el día de hoy sino Ponferrada, a la que llegué hacia las 9 de la mañana. Capital de una comarca conocida, sobre todo últimamente, por sus vinos, Ponferrada es la última ciudad que verá el peregrino antes de llegar a Santiago. El camino entra en la ciudad cruzando el río Sil por un puente que en el siglo XII fue reforzado con hierro por lo que se le llamó "Pons ferrata" a partir de entonces. Poco después, el camino serpentea por varias calles empinadas hasta llegar a pie de un imponente castillo templario. A partir de aquí, comencé a buscar un cajero automático pues me había quedado sin dinero y me olvidé de sacar en Molinaseca. Recorrí una buena parte de la ciudad antes de encontrarlo y es que estaba recorriendo la parte alta de la ciudad, en el sentido literal de la palabra, mientras que la zona comercial y centro neurálgico  es la parte baja, aunque la plaza mayor y el Ayuntamiento no se encuentran aquí sino allá. Una vez provisto de dinero en efectivo - en algunos bares no se acepta pago mediante tarjeta- me dispuse a desayunar. Tras ello fui en busca de una tienda de deportes pues se me había roto un cordón de la bota. Después de seguir recorriendo gran parte de la zona alta, pregunté a un taxista donde podía encontrar una tienda de deportes y me indicaron que en aquella parte de la ciudad -fue entonces cuando me enteré- no había ningún establecimiento de ese tipo por lo que me recomendaron que dirigiera a la parte baja, a la cual podría acceder por la siguiente bocacalle, ya fuere a través de las escaleras o mediante un ascensor que hay allí para tal menester. Compartí el ascensor con unas cuantas pasajeras que se dirigían con sus carritos a realizar sus compras a la zona comercial de la ciudad y pregunté a una mujer hacia dónde debía dirigirme para encontrar el establecimiento que me había indicado el taxista. Me lo indicó muy amablemente  y hacia allí encaminé mis pasos. Efectivamente, aquella era la zona comercial de la ciudad, a la vista de la gran cantidad de comercios que iba viendo a un lado y otro de la calle y de los numerosos, ahora sí,  cajeros de las diferentes entidades bancarias que tanto me costaron encontrar hacía un rato.
Desayunado y con los deberes hechos, era hora de decidir si dormiría en el albergue público o lo haría en una pensión, por aquello de darse un premio después de algunas etapas albergueando. El caso es que casi estaba decidido a ir al albergue pero lo que me echaba para atrás era que no abría hasta las 2,30, según decía mi guía. Tomada la decisión de pernoctar en el albergue y mientras deambulaba por el centro de la ciudad, encontré a unos peregrinos conocidos que me dijeron que ya habían ido al albergue, que habían dejado sus mochilas en cola y que estaban tomando un aperitivo, haciendo tiempo hasta la 1, hora en que abrían. Dicho esto me despedí de ellos y dirigí mis pasos hacia el albergue, donde llegué a las 12. Acababa de dejar la mochila en la cola cuando pasó una mujer, que parecía del albergue, diciendo a los pocos que allí estábamos que, mientras tanto, podíamos asearnos en unas duchas que acababan de inaugurar ayer mismo. Así lo hice yo y también otros peregrinos con los que poco después entablaría conversación. Poco después, a la hora establecida, abrieron el albergue, no sin antes llevarme una primera sorpresa. Mientras esperábamos que abriesen oí hablar a un peregrino que parecía dar instrucciones a alguien, mediante el móvil, sobre cómo se llegaba al albergue. Enseguida detecté el acento catalán cerrado al dirigirse en castellano a su interlocutor. Ya en cola, resultó que tenía su mochila delante de la mía y ello me animó a preguntarle algo que, por lo demás, me había resultado obvio cuando le escuché. Me confirmó que sí, que era catalán y me dijo que por más señas era de Terrassa y que con él venía un amigo igualmente de Terrassa. Yo le decía que también ése era mi origen cuando se acercó su amigo y entablamos una conversación acerca de la zona de Terrassa donde vivía cada uno. En fin, que siguiendo la charla llegamos a saber que teníamos personas conocidas comunes. Al decirles que era maestro me dijeron que ellos conocían a varios profesores a los que les gustaba andar por la montaña y que, de tanto en tanto, coincidían en sus excursiones. Ahondando más, llegué a saber que se trataba de Pepe  Ruiz y Toni Hernández, a los que yo también conocía y con los que he compartido alguna que otra subida a la Mola.
Lluis y Jordi, que así se llaman estos dos terrasenses peregrinos, venían desde Roncesvalles y habían compartido camino con dos chicas a las cuales cariñosamente decían haber adoptado por los muchos días de compartir albergue, comidas y cenas, que no camino, pues cada uno hace el suyo y a su propio ritmo. Poco después llegó la primera de las "ahijadas". Yo me imaginé, en principio, que se trataba de dos peregrinas jóvenes -relativamente jóvenes, al menos en comparación con mi edad-  y alguna que otra ilusión recorrió mi mente durante unos momentos. Poco duró la ilusión, si es que la hubo, porque enseguida pude comprobar que era más bien todo lo contrario, se trataba de una mujer mayor que yo, aunque con cierto atractivo, eso sí, recuerdo de lo que algún día lejano debió tener. Se llama Adela y es de Alicante. La segunda ahijada es de Pamplona y se llama Ana. Tardó un buen rato en llegar ya que, me cuenta Lluis, tiene un problema de tendinitis que arrastra hace demasiados días y que no le permite  seguir el ritmo que ellos llevan, pero que, aún así, al final llega y se pueden encontrar los cuatro de nuevo. Vienen haciendo un promedio de 25 Km diarios. Cuando veo llegar a Ana no comprendo cómo puede resistir tanto. Tal era su forma de caminar que parecía una viejecita que se hacía acompañar de su imprescindible bastón, el cual no dejaba ni a sol ni a sombra. Me hago cruces al pensar cómo debió bajar el puerto más alto del camino, temido no por la subida sino precisamente por la dura bajada que representa. En fin, habremos de recurrir al Santo para explicarnos cosas que en la vida cotidiana de cada cual no suceden. O, ¿es la motivación que nos mueve a hacer el camino lo que nos da la fuerza, la energía y la capacidad de sufrimiento necesarios para, no sólo hacerlo, sino acabarlo? Que cada cual escoja su propia respuesta. Yo, al fin y al cabo, creo que ambas son una y la misma, explicadas con palabras diferentes. Más tarde, supe que había bajado el puerto por la carretera ya que no se vio apta para seguir el pedregoso sendero.
Nos encontramos en el albergue público de Ponferrada, llamado de San Nicolás de Flue, regentado por el cura de la ermita que se encuentra al lado del albergue y un matrimonio -esta era la segunda sorpresa del día- que resultó ser también de Terrassa. Ella, Isabel, atendía a los peregrinos y nos ofrecía un refrescante vaso de zumo como bienvenida. Él, Rafael, guiaba a los peregrinos a sus respectivas habitaciones, en cada una de las cuales nos alojábamos cuatro caminantes. Llevan aquí dos meses como voluntarios y parten de vuelta a Terrassa el próximo lunes. Me parece memorable el trabajo de algunos hospitaleros -todos voluntarios- que compensa, con creces, la nefasta labor de atención -es decir, de desatención- al peregrino en algún que otro albergue que hemos tenido la desgracia de visitar. Pero, en fin, la vida del peregrino es ambivalente y para poder valorar lo bueno se necesita también conocer lo malo. Son las dos caras de... El ying y el yang que dicen los chinos.

Se acerca O Cebreiro, el temido puerto del que todo el mundo habla aunque no lo conozca de primera mano. Comienzo a sentir cierta aprensión dado que últimamente, a raíz de la subida y bajada del doble puerto de la Cruz de Ferro y el Foncebadón, la musculatura de ambas piernas se ha resentido. He tenido calambres en los abductores de la pierna izquierda y dolor en los gemelos de la derecha, aunque, para compensar, la lumbalgia parece mejorar. De nuevo Santiago, sin duda.

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